Gran Bretaña 2001

Tercera parte: Edimburgo y un poco más de viaje (08/2001-01/2002)

Después del gran viaje del verano, llegué a Edimburgo durante su famoso festival y me alojé en la residencia de la universidad durante un mes. Mi hermana vino a visitarme entonces y viajé de nuevo con ella. Luego llegó el momento de buscar trabajo, piso y amigos en Edimburgo. Durante el invierno apenas hubo viajes, me concentré en mi trabajo y en mi nueva vida en la ciudad donde no me aburrí nada por todas las cosas que me sucedieron: salí mucho, conocí mucha gente, hice amigos, me enamoré y también tuve mis desencuentros. Mi hermana volvió a visitarme en Navidades, ella también se había enganchado con esta ciudad llena de misterios y coincidencias. ¿Qué tiene esta ciudad que tanto atrapa? A continuación lo iremos desvelando.


Edimburgo durante el festival (18-26/08/2001)

Al día siguiente de llegar a Edimburgo, fui a recoger mi maleta a casa de Ivana, y como no, seguía lloviendo, lo cual hizo bastante incómodo el trayecto. Pero el día de después fue mejor, por fin salió el sol y había mucho ambiente por el festival. Cuando regresaba a la residencia tuve una coincidencia asombrosa: ¡me encontré a Andrew! Él estaba muy sorprendido por la cara que puso, pero yo no tanto porque sabía que me lo volvería a encontrar, aunque nunca pensé que tan pronto. Estuvimos hablando de lo que hicimos después de la última vez que nos vimos y entonces me dio el teléfono para quedar un día. Al llegar a la residencia me encontré con el limpiador, un hombre mayor con barba blanca muy simpático y acento muy escocés. Estuvimos hablando y desde entonces siempre que me veía me saludaba y me preguntaba qué tal. Le gustaba pescar y un día hasta me regaló una trucha.

Por fin llegó mi hermana. Fui a buscarla al aeropuerto y su avión llevaba dos horas de retraso. Al parecer hicieron escala en Birmingham y no se lo esperaba, pero por suerte había más españoles con ella. El avión venía lleno de jóvenes españoles que venían al festival. Durante aquellos días en Edimburgo mi hermana y yo disfrutamos del famoso festival internacional, bueno, solamente las actuaciones gratuitas que había por la calle, sobre todo en Royal Mile o en Princess Street Gardens. Nuestros favoritos eran los Highlanders que tocaban los tambores y la gaita ataviados con los trajes típicos. Y no éramos las únicas, siempre tenían multitud de gente mirándoles y escuchándoles, causaban sensación.

Los Highlanders tocando en Royal Mile

Con un personaje del Castillo de Edimburgo

Situada en el centro del Old Town, Royal Mile es el corazón de la ciudad. Comienza en el Palacio de Holyroodhouse, residencia oficial de la reina en Escocia, y conserva una abadía del S.XII rodeada de jardines. Al ascender por la Royal Mile, en dirección a la colina del Castillo de Edimburgo, a los lados aparecen estrechos callejones medievales.

El primer gran edificio que aparece es la misteriosa catedral de High Kirk of Saint Giles, que en su interior alberga una capilla decorada con estatuas de madera donde sobresale un ángel tocando la gaita. Un día hicimos una visita guiada gratuita de las que organizan los voluntarios guías y a nosotras nos tocó un guía mayor que desprendía gran entusiasmo por su ciudad a la que conocía muy bien. Allí nos enteramos de muchas cosas interesantes sobre Edimburgo. Empezó a desarrollarse en el S.XII, después de convertirse en burgo real (burgo es una clase de ciudad caracterizada por haber crecido alrededor de una estructura central fortificada, como un fuerte o castillo). Pero hasta el S. XV no se le reconoció como capital de Escocia, en la época de Jacobo II, quien la fortificó y ubicó en ella su parlamento. También nos habló del pasado geológico de la ciudad cuando en la época volcánica se formaron los tapones de basalto a partir del magma expulsado y después los glaciares modelaron el terreno.

Donde termina la Royal Mile, se levanta en lo alto de una colina de roca volcánica, el legendario Castillo de Edimburgo. En esa colina está el origen de lo que hoy conocemos como Escocia. Para los escoceses tiene gran valor simbólico pues fue la residencia de su monarquía y aún guarda las joyas de la corona y para los visitantes es el rasgo más característico de la ciudad. Un día hicimos la visita en el interior del castillo que dura unas dos horas, y allí se pueden ver las joyas de la corona y la Piedra del Destino. A mi la verdad más que el castillo por dentro, me gustaba o más bien me fascinaba por fuera, recortándose desafiante sobre los edificios, una de las imágenes más bonitas de la ciudad. A los pies del castillo se extienden los jardines de Princess Gardens, limitados por Princess Street, principal arteria comercial de la ciudad moderna con una fuente de hierro que tiene un cartel que dice: en este lugar se quemaban a las brujas.

St Giles Cathedral

Princes St Gardens y Castillo


En el castillo, cada noche había actuaciones del Festival Military Tatto, y nosotras fuimos una vez a escucharlo desde fuera (para entrar había que pagar). Todo el mundo esperaba en Royal Mile a los fuegos artificiales y a que bajaran las bandas militares tocando las gaitas y los tambores. La espera era larga y los policías estaban muy pendientes de que nadie se pasara de la línea detrás de la cual esperaba la gente. Un policía más gracioso empezó a decir a la gente que hiciera la «ola» y la gente se animó a hacerla varias veces lo cual causó mucha risa y diversión. Por fin empezaron los fuegos artificiales y las bandas militares comenzaron a bajar mientras tocaban. Como era el último día, lo hicieron más tarde de lo habitual, pero también fue el más espectacular. Cuando llegaron los gaiteros, fue muy emocionante, debía haber como cien, y la gente no paraba de aplaudir y aclamar.

Cuando los gaiteros dejaron de tocar, nosotras teníamos un subidón tremendo y no nos apetecía volver a casa. Las calles de Edimburgo estaban llenas de gente, el ambiente era fantástico. Nos metimos por una calle donde había un pub irlandés con música en directo y en cuanto lo vi quise entrar. Cuando entramos el pub estaba lleno de gente y era difícil pasar. Se nos acercaron bastantes chicos a hablar, que si escoceses, que si americanos, que si un portugués, pero todos unos pelmazos, y nosotras siempre inventando alguna excusa para escaparnos. Entre todos, nos llamó la atención un chico rubio con pelo largo, un sudafricano llamado Paul, y aquello fue el principio de una larga historia que no voy a contar en este blog. Fue mi primer desencuentro porque mi hermana se lo ligó, pero al final se convirtió en uno de mis mejores amigos en Edimburgo.

Otros sitios que visitamos en Edimburgo fueron el jardín botánico, el zoo y Holyrood Park. Este último parque a mi me gustaba mucho por lo grande que era y todo lo que tenía que ofrecer: colinas, lagos, cortados, fuentes, etc. Cuando fuimos allí subimos a Arthur’s Seat, que es el principal pico de todas las colinas que allí hay. Se eleva sobre la ciudad a una altura de 251 m, y desde allí hay vistas excelentes. Es fácil de llegar hasta arriba y es una caminata muy popular, aunque también vimos unos cuantos que preferían ir corriendo, eso sí, llegaban exhaustos los pobres. Por allí también están los famosos Salisbury Crags que es un cortado de 46 m de extensión. Y por último ahí está St Margaret’s Loch, cerca de Holyrood Palace y las ruinas de St Anthony’s Chapel, con sus patos, gansos y cisnes. También estuvimos en Calton Hill, que se levanta a 98 m sobre la ciudad, en el extremo oriental del New Town, y desde donde las vistas son impresionantes. Fuimos allí al atardecer, mejor momento del día por tener mayor encanto. Allí había una serie de edificios y monumentos como el City Observatory, Nelson’s Monument, los restos de una antigua cárcel y una especie de inacabado templo griego que recuerda un poco al partenón de Atenas, entre otros.

Vistas desde Arthur's Seat (Holyrood Park)

Greyfriars Bobby en la esquina de Candlemaker Row y George IV Bridge

 

 

 

 

 

 

Un día también visitamos la famosa ciudad de Stirling, antiguo burgo construído alrededor de un castillo y centro medieval, que fue la antigual capital del Reino Escocés. Es una ciudad tranquila y agradable. El castillo está sobre una colina junto al Río Forth. La Iglesia de la Holy Rude, junto al Castillo de Stirling, es una de las edificaciones de más importancia histórica de la ciudad. También fuimos a ver la estatua de Rob Roy, famoso héroe escocés que tuvo gran importancia en la lucha por la independencia de Escocia. Tuvimos bastante tiempo para caminar por la ciudad y visitar todo, especialmente en el casco antiguo.

MacBackpackers tour: otra vez (29/08-03/09/2001)

Mi hermana no podía irse sin ver algo más aparte de Edimburgo, así que la llevé al tour jump on-jum off de MacBackpackers. Aunque para mi era repetir el mismo itinerario, yo había dejado algunos sitios para esta vez que no visité anteriormente. Por ejemplo, esta vez en lugar de ir a la Isla de Skye, fuimos a Fortwilliam. Nuestro guía resultó ser el mismo que tuve en el autobús de Glasgow a Edimburgo en mi primer tour; se llamaba Tim y era muy gracioso. Después de pasar una noche en Inverness, continuamos el tour, y la parada más interesante del día fue la de Eilean Donan Castle.

Eileen Donan Castle

Este famoso castillo escocés está situado en Loch Duich, a unas 8 millas de Kyle of Lochalsh, el sitio donde cogí el barco a la Isla de Skye en mi primer tour. El nombre de este castillo quiere decir isla de Donan, y este era un santo que se supone que vivió aquí como un hermitaño. El castillo fue construido en el S.XIII para proteger al rey Alexander II y sus súbditos de los ataques de los noruegos. No voy a contar más de la historia del castillo que es muy larga, pero sí diré que es quizás el castillo más fotografiado de Escocia y que ha aparecido en varias películas como Los Inmortales y Braveheart. También ese día vimos Loch Garry, un lago que visto desde lejos tiene la forma de Escocia.

Por fin llegamos a Fortwilliam donde íbamos a pasar dos noches. Yo quería subir al Ben Nevis, pico más alto de Escocia y de toda Gran Bretaña, y como amante del senderismo que soy, no podía perderme semejante experiencia. Mi hermana no quiso subir, así que se quedó en el albergue y le ofrecieron alojamiento gratis si limpiaba ese día. Yo subí con dos australianas que conocí en el albergue. Una de ellas, Michelle, había viajado sola por Europa y Asia durante meses, y llevaba un año viviendo en Inglaterra. Ibamos despacio y parábamos a menudo porque ellas no estaban acostumbradas a caminar por la montaña. Tuvimos mucha suerte con el tiempo, era perfecto. Mucha gente debió aprovechar la ocasión para subir en tan buenas condiciones meteorológicas porque había muchísima gente subiendo. El paisaje era impresionante, y cuanto más subíamos, mejor era. A mitad de camino se nos unió un alemán que estaba viajando solo. Al llegar a la cumbre había niebla y no se veía el paisaje, pero de camino sí pudimos verlo. La gente había dejado muchos mensajes escritos allí y otras cosas. Nos hicimos una foto en el punto más alto. La bajada fue cómoda y agradable, y la hicimos con tranquilidad para disfrutar del paisaje.

En la cumbre del Ben Nevis

Las vistas desde la cumbre tapadas por la niebla


Al día siguiente mi hermana y yo estuvimos limpiando el albergue por la mañana y después queríamos ir a Glen Nevis, que es como el valle, pero no paraba de llover, así que no pudimos ir. A eso de las 5 de la tarde llegó el autobús que nos llevaría a Oban. Esta vez el guía no nos gustó nada, no paraba en muchos sitios, apenas nos contaba cosas y era aburrido. Yo estaba mala de la garganta y casi no tenía voz. Al día siguiente estaba peor, con mucha tos y dolor de garganta, vaya forma de terminar el viaje. Yo quería ir a la Isla de Mull, pero entre que yo no me encontraba bien y que el tiempo no terminaba de mejorar, decidimos no ir. Entonces regresamos a Edimburgo, y de camino visitamos Loch Lomond, el mayor de todos los lagos de Gran Bretaña.

Así terminaba nuestro tour de MacBackpackers en Escocia, un tour que estuvo lleno no sólo de los lugares hermosos de estas tierras celtas, sino también de muchas historias y leyendas que nos contaron, donde se oían nombres de famosos héroes como William Wallace, Robert the Bruce, Bonnie Prince Charlie o Rob Roy, héroes que lucharon por esta tierra que tanto amaban y a la que los ingleses querían no sólo conquistar, sino también eliminar toda seña de su identidad cultural. Su música, su lengua, sus costumbres, sus creencias,… todo aquello que identificaba a aquellas gentes celtas de corazón pagano tan profundamente conectadas con su tierra. ¿Qué ha quedado de todo aquello? Tristes son las historias de la lucha que este pueblo mantuvo contra sus invasores, cuántos murieron en tantas cruentas batallas y depués a los que vivieron cómo se les obligó a abandonar su legado cultural; pero no todo fue destruído, aún quedan algunas huellas de lo que aquí hubo. Yo vine a estas tierras para buscarlas, lo poco que quedara de todo aquello, y algo pude encontrar.

La vida en Edimburgo

Cuando mi hermana regresó a España, dos días después de terminar el tour de MacBackpackers, yo me tenía que enfrentar a la ardua tarea de buscar piso y trabajo. El problema es que yo seguía enferma y no tenía mucha energía para hacerlo. Por las noches apenas podía dormir por la tos y había perdido la voz casi por completo. Al final tuve que ir al médico y me mandó tomar unos antibióticos. Me costó curarme, fue uno de los catarros más largos que recuerdo haber tenido, pero al final lo conseguí.

Cuando mi hermana se fue me sentía un poco sola en Edimburgo, así que encontrar amigos era otra de las tareas a llevar a cabo. Había unos sevillanos en la planta donde estaba mi habitación, pero no me llamaba mucho irme con ellos. También había una holandesa llamada Margriet que estaba buscando piso como yo y un día fuimos juntas a ver pisos. Otro día preparamos una cena con la trucha que me regaló el limpiador y vinieron unos amigos de ella a cenar con nosotras: un japonés y un nigeriano. Así poco a poco nos fuimos haciendo amigas y a veces salíamos por ahí. Un día también quedé con Andrew, aunque yo estaba esperando algo más y resultó que tenía novia, así que no volví a quedar con él. Conocí también a una chica española de Granada que se llamaba Ana y me metió en su grupillo de amigos españoles. Salí con ellos un par de veces pero me di cuenta de que aquello no era lo que quería, prefería conocer gente de otros países, practicar inglés y abrir horizontes. No entendía a aquellos grupitos de españoles que no tenían el más mínimo interés en conocer gente de otros países y que estaban en Edimburgo hablando español la mayor parte del día.

Mientras buscaba trabajo conseguí cobrar otra vez el subsidio de desempleo. Quería trabajar de nuevo como grabadora de datos y eché curriculums en varias agencias de trabajo temporal. Entretanto tuve la suerte de encontrar un trabajo de limpiadora en un restaurante vegetariano y me pagaban en negro, así que podía seguir cobrando la ayuda. Al final conseguí un trabajo de grabadora de datos a través de la agencia Kelly Services, la misma con la que trabajé en Newcastle, y el sitio de trabajo era un edificio del gobierno donde se tramitaban las ayudas para gastos de tratamientos odontólogicos y ópticos. El día de la reunión conocí a los compañeros que entrarían conmigo, casi todos ingleses o escoceses, dos australianos, un indio y un bangladesí. Empecé a trabajar el 24 de septiembre en horario de 9 a 5, el habitual en las oficinas de allí. Me las ingenié para mantener el trabajo del restaurante al que ya sólo podía ir los fines de semana.

Poco antes de empezar el nuevo trabajo, se acabó mi tiempo en la residencia de la universidad y aún no había encontrado piso. Tuve que volver a casa de Ivana y quedarme unos días allí. Ahora ya no vivía allí la pareja, había un chico italiano. El mismo día que dejé la residencia, se me acercó una chica japonesa que me contó que llevaba dos semanas en Edimburgo y se sentía sola. Había estudiado un año en Newcastle y quería ser traductora. Se llamaba Takako y me dio tanta pena que le dije que podíamos quedar y ser amigas. En el trabajo también me hice muy amiga de un indio, se llamaba Komma, y era del sur de la India. Los fines de semana quedaba a menudo con mi amigo sudafricano Paul, al que conocí durante el festival. Así fue creciendo mi círculo de amigos internacional.

Me hablaron de un tal Gordon que tenía muchos pisos de alquiler en Edimburgo. Hacía un auténtico negocio de ello porque metía a dos o tres personas (y a veces más) por habitación, siempre gente joven que estaba estudiando o trabajando allí. Aunque había oído algunos malos comentarios sobre él, decidí visitar sus pisos porque no había contrato de alquiler y el precio era bueno. Finalmente decidí quedarme en un piso en el barrio de Tollcross, y estaba cerca de la ruta del autobús que tenía que coger para ir al trabajo. En ese piso había seis chicas viviendo, la mayoría australianas, una canadiense y una italiana, así que no había españoles que era lo que yo quería. Yo dormiría en una habitación con dos de las chicas y sólo pagaba 40 libras a la semana, que era un precio muy bueno. El piso era muy pequeño para tanta gente y sólo había un baño. Esto complicaba las cosas sobre todo por las mañanas, pues casi todas íbamos a trabajar sobre la misma hora.

En aquel piso, como en casi todos los pisos de Gordon, había mucho movimiento de gente. Al poco tiempo de entrar yo, se fueron la canadiense y la italiana, y entró una española. Eso a mi no me hacía mucha gracia, pero cuando la conocí me di cuenta de que era una española alternativa, de las que les gusta conocer gente de todas partes y con espíritu viajero, así que no me importó que se quedara. Se llamaba Jezabel y era vasca. Con el tiempo se convirtió en una de mis mejores amigas de Edimburgo, pero también era muy independiente y creo que nunca llegué a conocerla bien. Más adelante algunas australianas se fueron y vinieron otras; sólo hubo dos que se quedaron todo el tiempo hasta que yo me marché de allí. Estas dos australianas se llamaban Kylie y Elisa, y a veces nos invitaban a mi y a Jezabel a salir con ellas. Una de estas veces me presentaron a un amigo australiano que me propuso hacer intercambio de idiomas y con el que acabé saliendo; se llamaba Julian. Así que en Edimburgo al final acabé pasando la mayor parte de mi tiempo con los australianos. Todos venían con el visado de trabajo para dos años y después de trabajar en Gran Bretaña un tiempo, se iban de viaje varios meses por Europa. Eran gente divertida, dinámica, impulsiva, amigable,… y les encantaba la juerga, pero mucho mucho.

Trabajaba de lunes a domingo, ya que tenía dos trabajos, pero no me importaba, yo sólo quería ganar dinero y ahorrar todo lo posible. Aún así, tuve tiempo para aprender cosas por las tardes. Decidí apuntarme a un curso de la Universidad de Edimburgo, que estaba dentro de lo que llaman «Open Studies», cursos de 3 meses de duración que se dan un día a la semana por la tarde. Era algo parecido a lo que hice en la Universidad de Newcastle. De nuevo me apunté a un curso de plantas, aunque diferente del que hice. Lo daba una señora mayor que fue profesora en la universidad y ya estaba jubilada. A mi me parecía una forma estupenda de practicar inglés a la vez que aprendía algo nuevo que podía venirme bien para el curriculum. Por entonces también me enteré de que la escuela de música celta de Edimburgo comenzaba sus cursos. Fui el día de la presentación donde podías hablar con los profesores para elegir el curso que más te gustara. Decidí apuntarme a clases de whistle, ya que era el instrumento más fácil de aprender, el más barato y el que más me gustaba. Durante tres meses fui a aquellas clases cada lunes y allí aprendimos diversas melodías tradicionales, la mayoría escocesas. Para mi aquello era como un sueño que se hacía realidad, yo que tanto amaba la música celta, podía aprender en una de las mejores escuelas. A veces iba también a un centro budista que encontré donde se ofrecían meditaciones gratuitas. Y hasta sacaba tiempo para ir a correr a los famosos Meadows que estaban cerca de mi casa o ir a la piscina a nadar. Yo ahora me pregunto como me podía dar tiempo hacer tantas cosas, quizás era porque tenía mucha ilusión por todo lo que hacía.

El trabajo de grabadora de datos era genial. Quizás fuese aburrido y repetitivo, pero era fácil y no había que pensar en nada. Nos dejaban escuchar música mientras trabajábamos. Cada uno iba con sus walkman y se llevaba sus cintas o cds. Entre nosotros nos dejábamos música para variar y escuchar cosas nuevas. Tom, un inglés de Bristol, me dejó mucha música de su ciudad, sobre todo trip hop, género musical que se gestó allí y muy de moda en todo el país, con músicos tan conocidos como Massive Attack y Tricky. Pero sin duda lo que más me gustó fue descubrir la música de Bollywood que mi amigo indio Komma me dejaba. Era una música tan divertida y animada, que me daban ganas de bailar, y de hecho años después busqué en Madrid un sitio donde poder aprender este baile. Ahora el Bollywood es muy famoso en España pero cuando yo empecé a buscar clases apenas había sitios donde aprenderlo. El caso es que fue gracias a esta música y a las conversaciones con mi amigo Komma, que descubrí un país al que antes nunca me había planteado ir, India, y que poco a poco se fue convirtiendo en mi nuevo sueño.

Así fue llegando el invierno y cada vez hacía más frío. Los días eran más cortos y llegó un momento en que ya apenas veía la luz del sol. Cuando salía de casa aún era de noche y cuando salía del trabajo era de noche otra vez. Llegó un momento en que anochecía a eso de las 3 de la tarde. Era una sensación muy extraña. Sin embargo, a mi no me deprimía en absoluto como a la mayoría de los españoles les pasaba. Yo en Edimburgo me lo estaba pasando mejor que nunca en mi vida, y a pesar de tener ese aspecto de ciudad lúgubre y oscura, por otro lado tiene mucha animación y actividad. Cada día estaba más enamorada de esta ciudad misteriosa y poética. Pasear por sus calles me producía inmensa felicidad y a menudo me decía a mi misma: ¡Estoy en Edimburgo! ¡Estoy en Edimburgo! Sólo pensar en Torrejón me producía depresión, no quería volver allí por nada del mundo. Caminar por Royal Mile y perderme en las callejuelas que de allí salían, me encantaba. O también caminar por Princess Street y ver al castillo alzarse imponente sobre la ciudad… es que yo me quedaba alelada mirando ese maravilloso castillo. A veces paseaba en Princes Street Gardens, me sentaba un rato en un banco y miraba al señor que iba allí todos los días a dar comida a las ardillas, y sólo aquello me hacía sentir tanta paz. Otra cosa que advertí en Edimburgo es que sucedían muchas sincronicidades. A menudo estaba pensando que tenía que llamar a algún amigo y en ese momento me lo encontraba por la calle, o veía a alguien que me recordaba a un amigo y al rato aperecía mi amigo. Es como si la magia estuviera muy viva allí y yo me dejaba sorprender por ella, era emocionante.

En el trabajo nos empezaron a ofrecer horas extra que estaban muy bien pagadas. A veces me quedaba hasta las 8 de la tarde y otras veces iba los domingos. Cuando me dijeron que lo más probable es que casi cada fin de semana pudiéramos ir a trabajar, tanto sábado como domingo, decidí dejar el trabajo de limpiadora en el restaurante. Me daba pena dejarlo porque aquel trabajo era para mi como una meditación y el lugar era muy agradable. Sentía como según limpiaba, también se aclaraba mi mente, y como estaba en silencio, aprovechaba ese tiempo para integrar todas las experiencias de la semana. Los cocineros me avisaban para descansar y tomaba un té y tostadas con ellos; eran todos escoceses, y hablar con ellos me gustaba para acostumbrarme al acento. Los dueños eran muy majos, podían haberme despedido cuando me salió el otro trabajo, pero fueron flexibles para que yo pudiera seguir, me sentía muy agracecida. Sin embargo, finalmente tuve que dejarlo, ya que ganaría más dinero trabajando los fines de semana como grabadora de datos. No todos querían ir los fines de semana, pero el que nunca faltaba era Komma, que decía que tenía muchas deudas pendientes en la India y quería ganar todo el dinero posible. Había veces que no tocábamos el ordenador y nos ponían a ordenar papeles mientras conversábamos tranquilamente. Esos eran los mejores fines de semana, vaya lujo de trabajo que tenía. De hecho muchos españoles que conocí en Edimburgo se sorprendían del trabajo que tenía, pues casi todos trabajaban en hostelería.

A mediados de octubre tuve la suerte de ver en directo a mi banda escocesa favorita, Wolfstone, que hacen rock celta. Me compré el nuevo album unos días antes para irme preparando. Aquello iba a ser otro sueño hecho realidad, poder ver a Wolfstone en concierto y en Edimburgo. Me acompañó mi amigo Paul, que no les conocía, pero tenía curiosidad por ver cómo eran. El concierto no fue muy afortunado porque se les rompieron las cuerdas de dos guitarras y del bajo, entre otras cosas. Menos mal que se lo tomaron con humor y el público también.

Otra de las cosas que me encantaba hacer en Edimburgo era ir a los ceilidhs, que son encuentros de danza tradicional escocesa o irlandesa, donde se baila en grupos o en parejas, y son muy divertidos. Recuerdo el primero al que fui, lo organizaba una asociación de estudiantes de la universidad. Me lo dijo Margriet la holandesa, así que quedamos para ir y me llevé a Julian. Luego fui a otros ceilidhs que se celebraban en la ciudad. También me enteré de un festival de fiddle (violín en la música tradicional) en el que pedían voluntarios. Me apunté como voluntaria y estuve allí los tres días, viendo parte de las actuaciones sin pagar nada. La última noche hubo un gran ceilidh y vino Jezabel con una amiga española que estaba de visita un mes. Lo pasamos muy bien, se creó muy buen ambiente entre todos, aunque no nos conociéramos, y salimos de allí con una gran sonrisa. De verdad que los ceilidhs crean adicción, deben producir un aumento de endorfinas, y cuánto más iba, más quería ir.

En Edimburgo se celebraban mucho todos los festivales paganos. Así el 31 de octubre, día de Halloween, había un gran festival, y fui a verlo con Paul y Jezabel. Había mucha gente actuando en el festival, todos disfrazados para la ocasión, hicieron una representación de lo que significaba aquel día. También hubo música y baile, y todo el mundo acabó participando. Y qué puedo decir de la noche en Edimburgo, hay muchos pubs a los que ir, de todo tipo. Yo iba un poco por temporadas, al principio iba mucho a uno que se llamaba Opium y también fui un par de veces a uno donde se juntaban todos los españoles que se llama El Barrio. Volví más veces al pub irlandés del verano y descubrí nuevos pubs como Three Sisters o Frankenstein (donde a las 12 de la noche sacaban a un muñeco que representaba al famoso mounstruo). Pero para mi uno de los más alternativos y originales era the Forest, un café-bar vegetariano llevado por voluntarios y donde se promovía el arte. El ambiente era muy alternativo y hippy. Había sofás y sillones para sentarse, todo muy informal y distendido. Cualquiera que quisiera mostrar su arte, allí tenía un espacio, ya sea tocar música, cantar, bailar, hacer teatro o recitar poesía. Fui unas cuantas veces con Jezabel y su amiga, y nos gustó mucho.

A primeros de diciembre yo ya estaba harta del trabajo, pues llegaba a hacer 65 horas a la semana, y esas son muchas horas delante del ordenador. Empecé a aburrirme de hacer siempre lo mismo y empecé a desear un cambio de trabajo, quizás intentar conseguir un trabajo de lo mío. Mi amigo Komma me aconsejaba que no me fuera, que estaba ganando mucho dinero con este trabajo y que debía tener paciencia. La verdad que cada vez éramos más amigos y nos lo pasábamos muy bien, además entró gente nueva muy maja, pero yo seguí empeñada en dejar el trabajo. Mi hermana iba a venir a visitarme en Navidades y Nochevieja, y decidí que después me volvería a España con ella. Además mi relación con Julian tampoco iba a ninguna parte porque él no quería nada en serio, así que quizás lo mejor sería terminar. Hasta que no regresé a España no me di cuenta de lo desacertada que fue mi decisión. Quizás el atracón de horas extra que me metí en el trabajo me hizo coger empacho y no tomé la decisión en buenas condiciones.

Navidades en Edimburgo

Por fin llegó el último día del trabajo, pero yo estaba triste. Mis compañeros y mi supervisor me dieron una tarjeta donde todos escribieron algo, y me hice una foto con ellos en la comida. Komma estaba triste también, no había conseguido convencerme de que me quedara, mira que el pobre lo intentó. Ese día por la tarde también llegaba mi hermana y fui a buscarla al aeropuerto. Y además esa noche era la despedida de Kylie y Elisa que se marchaban de Edimburgo y nos habían invitado a tomar algo en un pub. Allí fuimos todas las compañeras del piso, Julian, Paul, mi hermana y yo. Todos estábamos contentos, había reencuentros y despedidas, pero sobre todo había amor y unión entre nosotros. Quizás tuve algunos conflictos con Kylie y Elisa en el piso, era muy pequeño y éramos muchas allí, pero esa noche nos abrazamos de corazón, me alegré de haber compartido aquellos meses con ellas. Y Julian me decía que no quería que me fuera, que me quería, a buenas horas, ahora que ya todo estaba decidido. Empecé a sentirme triste por irme de allí, pero bueno, aún me quedaban un par de semanas y sin tener que trabajar para disfrutar de las Navidades en Edimburgo.

Comida de Navidad

El día de Navidad las chicas de mi piso hicieron un desayuno por todo lo alto con huevos fritos, salchichas y champán, pero yo no quise comer mucho porque a la una y media Julian nos había invitado a comer a su casa para celebrar la Navidad. Continuamos la celebración en casa de unos amigos australianos que tenían una fiesta. Yo llevé turrones, mazapanes y otros dulces navideños típicos de España, y a todos les encantó. Hubo muchos jueguecitos tontos que Julian propuso (le gustaba ser el centro de atención en las fiestas, así era él) y acabamos bailando la Macarena.

Un día fui con mi hermana y Paul a la Capilla de Rosslyn, en el pueblo del mismo nombre, y para ir allí cogimos un autobús en Edimburgo que tardaba unos 40 minutos. Se trata de una capilla del S.XV con una compleja decoración. Escenas bíblicas como la expulsión del Jardín del Edén, el ángel caído o la crucifixión, se dan la mano con esculturas paganas, relacionados con tradiciones templarias y masónicas como el mítico «Pilar del Aprendiz», uno de los tres pilares que separan el coro del ala central de la capilla. La capilla fue diseñada por Guillermo Saintclaire, perteneciente a una familia de nobles escoceses de origen normando. Algunas personas sostienen que estas esculturas son base para un portal hacia otra dimensión por la cual se dice que algunos habitantes de la región juran haber visto presencias de ovnis por los alrededores del pueblo. Algunos dicen que si el portal se abre, sería el fin del mundo, pues saldrían terribles monstruos de otras dimensiones. A nivel esotérico se dice que en este lugar confluyen una serie de energías que pueden abrir puertas a otras dimensiones y se le considera uno de los chakras de la tierra. Nosotros dedicamos mucho tiempo a observar cada símbolo esculpido en las paredes y estatuas, tratando de descifrar su significado. Hacía un frío terrible aquel día, yo tenía los pies tan congelados que apenas los sentía, pero no quería irme de allí hasta verlo todo con detalle. Sin duda la Capilla de Rosslyn alberga numerosos enigmas que aún están por desvelar.

Al día siguiente fui con mi hermana a St Andrews y tardamos dos horas en llegar desde Edimburgo. Cuando llegamos ya faltaba poco para anocheciera pero como la ciudad es pequeña, no tardamos mucho en visitarla. St Andrews, situada en la costa este de Escocia, en el condado de Fife, es una de las ciudades más antiguas e históricamente importantes de Escocia, a pesar de su reducido tamaño. En ella se encuentra la abadía de Dunfermline, actualmente derruida, pero que en su tiempo fue la más grande de Escocia, un castillo, igualmente derruido, y una de las universidades más antiguas y prestigiosas del Reino Unido. Visitamos las ruinas y también paseamos junto al mar. Nos sentíamos tan sobrecogidas por la energía del lugar, que sólo hablábamos para alabar la belleza que nos rodeaba. Era sin duda un lugar muy especial, o al menos así lo sentimos. Al regresar a Edimburgo nos encontramos un desfile con antorchas y tambores. Julian nos propuso ir con él y sus amigos a la visita de los fantasmas y decidimos apuntarnos. El guía nos contó muchas historias de brujas y asesinatos que acontecieron en Edimburgo, pero a mi parecer se enrrollaba demasiado y se me hizo un poco pesada. Al final nos llevaron a un cementerio muy tétrico donde nos contaron algunas historias truculentas. Hacía un frío terrible y yo la verdad quería terminar cuanto antes. Supongo que no nos podíamos ir de Edimburgo sin hacer uno de las famosos «ghosts tours» pero la verdad es que no lo volvería a hacer porque los lugares a los que nos llevaron no tenían buena energía.

Ruinas de la abadía de Dunfermline en St Andrews

La costa de St Andrews


Otro día fuimos a visitar museos y la catedral, ya que mi hermana no vio nada de esto en el verano. Por la tarde fuimos a Royal Mile con las chicas del piso para ver una banda de gaiteros desfilar y después bailar en el ceilidh más grande del mundo. Cuando bajaron los gaiteros por la Royal Mile, ya me empecé a emocionar, mi corazón latía con fuerza, me encantaba escuchar aquella música. Luego en Princes Street nos unimos a la multitud de bailarines que había en el ceilidh; querían conseguir un record mundial. Nos lo pasamos genial bailando, era genial estar allí, formando parte de aquello. Al terminar hubo un concierto de un grupo de Edimburgo que se llama Salsa Celtica, que hacen una curiosa fusión de música celta con ritmos latinos.

Y por fin llegó el último día del año, día que me pasé recorriendo la ciudad haciendo recados y compras para llevar a España. Me encontré a mi amigo Komma justo cuando estaba pensando en qué tenía que llamarle (estas «casualidades» de Edimburgo), lo cual me alegró mucho. Por la noche íbamos a asistir a la fiesta de nochevieja más famosa de Europa y que tenía lugar en Edimburgo: Hogmanay. Ya teníamos nuestras entradas que habíamos comprado semanas atrás. Durante la fiesta, las calles se cortaban y sólo se podía entrar con entrada. Había conciertos y música por todas partes. Las calles estaban llenas y nos encontrábamos con gente de todas partes que venían para disfrutar de esta famosa fiesta. A las doce nos comimos nuestras uvas y las compartimos con nuestros amigos extranjeros, y los fuegos artificales comenzaron. Todo el mundo nos felicitaba el año nuevo por la calle, todos querían compartir su alegría con los demás.

Concierto en Hogmanay

Celebrando la nochevieja con mis amigos


El día 3 de enero nos marchábamos de Edimburgo. No podía creer que el momento había llegado ya. Paul y Julian nos acompañaron a la parada donde íbamos a coger el autobús del aeropuerto. Antes de coger el autobús me subí a una explanada que hay detrás de Princes St. Allí hice las últimas fotos de mi querido Edimburgo y no pude reprimir el llanto. No quería irme, era demasiado doloroso dejar aquel sitio donde había sido tan féliz, y sí, también hubo dificultades, pero pude superarlas y salir adelante. Me sentía orgullosa de todo lo que conseguí allí en tan poco tiempo, agradecida por todas las experiencias que tuve y la gente que conocí, y me pregunté una vez más si hacía bien en marcharme. Pero no importa, no me quedaré estancada en Torrejón después de esto. Habrá más viajes, más experiencias, más países, más gente,… Esta ha sido mi primera experiencia larga en el extranjero pero seguro que habrá más y serán todavía mejores. Escocia ya estará para siempre en mi corazón y seguro que tarde o temprano regresaré.

Deja un comentario