India 2011

Después de tantos años esperando el momento de visitar este fascinante país, conseguí organizar un viaje solidario en el que llevaría un grupo de dieciocho personas. El viaje, de tres semanas de duración, combinaba voluntariado, intercambio cultural y turismo, y transcurría en cinco estados del norte de la India: Delhi, Rajasthán, Uttar Pradesh, Himachal y Punjab. El programa incluye actividades tan variadas como clases de hindi, bollywood, bhangra y yoga, trekking en las montañas, voluntariado,… Entre las visitas turísticas están el Taj Mahal, safari de tigres en el Parque Nacional de Ranthambore, recorrido a camello en el desierto de Thar, Dharmshala (residencia del Dalai Lama) y Amritsar con su Templo Dorado. Después yo me quedaba con unos amigos dos semanas más para ir a Rishikesh, capital mundial del yoga, en el estado de Uttarakhand, y Varanasi, la antigua y sagrada ciudad del Ganges, destino final de nuestro viaje.

PREVIAJE: Introducción, itinerario, participantes y preparativos

Llevo años obsesionada con este país, la India, gran destino viajero que ha atraído a gente de todo el mundo por numerosas razones, especialmente por su poderoso misticismo y su gran riqueza cultural, que a nadie deja indiferente. Hace ya diez años que se me metió en la cabeza que tenía que ir a la India y por fin este año ha sido el elegido para cumplir este sueño largamente anhelado. Quizás he tardado en cumplirlo porque esperaba una oportunidad para irme un tiempo largo y además irme acompañada. Por lo que me han contado viajeros que han ido en solitario, es un país bastante seguro para viajar aunque también puede hacerse duro en determinados momentos, y una tiene que estar preparada para cualquier cosa. Seguro que hacer el viaje en solitario tiene que ser una experiencia verdaderamente enriquecedora, pero me faltó valor para hacerlo y por ello hice antes otros viajes a países donde sí me atrevía a ir sola. Más que nada fue la facilidad para ponerse enfermo en la India por el estado de los alimentos y el agua, lo que más me echaba para atrás a la hora de ir sola. Ya tuve algunas malas experiencias en otros países con este tema, pues mi tripa no es de las más fuertes, y después de eso ya vas con un poco de miedo. También es bien sabido el tema de los timos a los turistas en la India y lo agotador que puede resultar el acoso constante de los vendedores, cazaturistas y otros personajes.

Este año me surgió la oportunidad de organizar un viaje en grupo y finalmente me fui acompañada de dieciocho personas. El viaje lo organicé con la organización india IDEX, que cuenta con numerosos programas de voluntariado y viaje en Rajasthán, Himachal y Goa. Para mi era una tranquilidad que ellos se ocuparan de todos los detalles y que velaran por la seguridad del grupo en todo momento. Además, como organizadora y «tour leader» yo no pagaba nada; eso sí, no puedo negar que fue mucho el trabajo de organización que tuve en los meses previos. Mi idea original era quedarme más tiempo al terminar el viaje con IDEX, aprovechar los tres meses de visado y bajar también al sur. Pero ninguno de mis amigos podía quedarse más de cinco semanas, así que finalmente tuve que conformame con este tiempo para recorrer este gran país (en realidad sólo una pequeña parte del norte).

La India es un país que despierta emociones de todo tipo, buenas y malas, y entre sus visitantes, hay quiénes la aman y quiénes la acaban odiando, pero el caso es que a nadie deja indiferente. Parece que no hay término medio, uno siempre se va a uno de los dos extremos, amor u odio. Entre las numerosas personas que conocí que han estado en la India, me he encontrado con los dos tipos de personas. Algunos prometían no volver jamás, que ya tuvieron bastante de suciedad, contaminación, agobio y acoso; otros en cambio, se habían sentido tan atraídos por el país, que se habían quedado un tiempo largo o habían vuelto en varias ocasiones. Yo no sabía en que grupo de personas me situaría después de visitar la India, tendría que ir allí para averiguarlo. Lo cierto es que de antemano ya había muchas cosas que me atraían de la India: sus danzas, su música, su espiritualidad, sus montañas,… También he tenido varios amigos indios que me han animado a visitar su país y me han hecho tener una buena opinión de sus gentes.

Itinerario:

La parte de viaje organizado con IDEX era hasta el 29 de octubre, después empezaba el viaje por nuestra cuenta para los que nos quedábamos más tiempo. El viaje iba a tener algunos trayectos en tren, otros por carretera e incluso uno en avión (en la parte de viaje por nuestra cuenta). Viajaríamos en dos minibuses de diez plazas cada uno. El alojamiento sería variado: unas veces en hotel, otras en casa de una familia india, otras en refugio (trekking en Himalayas) o tiendas (safari en el desierto) y en un albergue para los voluntarios en Himachal.

A continuación presento el itinerario detallado con fechas:
– 7 Octubre: Salida del aeropuerto de Barajas con destino Delhi.
– 8 Octubre: Llegada a Delhi de madrugada, transfer al hotel y visita guiada en la ciudad.
– 9 Octubre: Delhi-Agra en tren. Visitas al Fuerte de Agra y al Taj Mahal.
– 10 Octubre: Agra-Ranthambore en minibús.
– 11 Octubre: Safari de tigres por la mañana temprano. Desayuno en el hotel y viaje en minibús a Jaipur.
– 12-13 Octubre: Jaipur. Estancia en familias.
* Actividades en la oficina de IDEX: Clase de lengua hindi, charla sobre la situación de las mujeres en la India, orientación sobre el voluntariado en Himachal y clase de bollywood.
* Visitas turísticas: Visita a la Fortaleza de Amber, recorrido por el centro de Jaipur, tarde de compras en los mercados tradicionales y película de bollywood en el cine «Raj Mandir».
– 14 Octubre: Jaipur-Puskhar en minibús. Safari a camello en el Desierto de Thar. Dormimos en un campamento con tiendas.
– 15 Octubre: Regreso a Puskhar en camello. Visita guíada de la ciudad que incluye el famoso templo de Brahma y el lago sagrado. Tren nocturno a Himachal.
– 16 Octubre: Llegada a Himachal y transfer al campamento de voluntarios cerca de Palampur. Tras la llegada, presentación del personal de la organización y del programa.
– 17-21 Octubre: Voluntariado en la comunidad rural de Bundla donde tienen lugar los programas de IDEX.
– 22-23 Octubre: Fin de semana de trekking en las Himalaya. Transfer a Dharamsala y comienzo del trekking en Mc Leod Ganj (1700 m). Caminaremos 4 horas hasta Triund (2800 m) y una vez allí, subida opcional hasta el glaciar «Snow Line». Dormimos en refugio. Al día siguiente se visitará Mc Leod Ganj con sus templos y mercadillos tibetanos.
– 24 Octubre: Día libre en Himachal.
– 25 Octubre: Himachal-Amritsar en minibús. Visita del Templo Dorado de noche.
– 26 Octubre: Visita del Templo Dorado de día y al parque Jallianwala Bagh. Por la tarde visitaremos «Wagah Border» para ver la ceremonia de la bandera entre India y Pakistán. Celebración del festival de Diwali.
– 27 Octubre: Día libre en Amritsar. Clase opcional de bhangra por la tarde en una granja a 10 km de la ciudad donde también habrá espectáculo de esta danza y cena.
– 28 Octubre: Fin del viaje de IDEX. Tren a Delhi por la mañana para los que viajan tres semanas. Los que se quedan más tiempo en la India, tren nocturno a Haridwar.
– 29 Octubre: Llegada a Rishikesh por la mañana.
– 30 Oct – 4 Nov: Estancia en Rishikesh.
– 5 Noviembre: Visita de Hardiwar y tren a Delhi. Hotel en Delhi.
– 6 Noviembre: Taxi al aeropuerto y avión a Varanasi. Hotel en Varanasi.
– 7-10 Noviembre: Estancia en Varanasi. Vuelo a Delhi el día 10.
– 11 Noviembre: Regreso a Madrid desde el aeropuerto de Delhi.

Participantes:
En este viaje me acompañaron mis excompañeros de piso: Carmen y Diego (junto con su novia Virginia), y sus respectivos hermanos: Montse y David. Además estaban tres buenas amigas mías: Jenny, Susana y Marisa (junto con su novio Miguel). También estuvieron varios amigos de los anteriormente mencionados: Marina, Jeffrey, Gema, Roberto y Amagoia. Por último vinieron varias personas a través de la agencia con la que trabajaba antes y a través de algún foro de viajes: Sole, Laura, Blanca y Jesús. La mayoría estuvo para tres semanas pero hubo tres que se quedaron sólo dos semanas. Seis de nosotros nos quedamos más de 3 semanas, siendo cuatro los que nos quedaríamos cinco semanas en total.
A continuación pongo dos fotos del grupo, la primera en el Taj Mahal y la segunda en el Templo Dorado de Amritsar. La razón de poner dos fotos es porque no tengo ninguna foto en la que salgamos todos, ya que una de las participantes se quedó sólo las dos primeras semanas y otros dos vinieron una semana más tarde, y en el tiempo que estuvimos todos no llegamos a hacer una foto de grupo. Como podéis ver en la segunda foto, nuestra indumentaria demuestra que ya llevábamos más tiempo en la India.


Preparativos:

– Visado: Los españoles necesitamos un visado para poder viajar a la India. Actualmente los trámites del visado se llevan a cabo en la agencia Arke BLS Center S.L. cuya web es la siguiente: http://www.indiavisados.com. Yo, como vivo en Madrid, acudí en persona a la oficina situada en C/ Cardenal Marcelo Spínola, 4, 1º A, cerca de la estación de metro Pío XII (línea 9). En la página web explican muy detalladamente todos los trámites que se deben realizar. El visado que se tramita actualmente tiene una vigencia de 6 meses y es de múltiples entradas, sin embargo el período total de la estancia en el país, contados a partir de la fecha de la primera entrada, no podrá superar 90 días. Tiene que haber una diferencia de al menos 2 meses entre dos visitas al país, a no ser que se presente un itinerario turístico detallado en el momento de tramitar el visado. Los documentos necesarios para tramitar el visado que hay que presentar son: el impreso de solicitud (que se descarga de la web), tres fotografías de tamaño pasaporte y el pasaporte original. El precio de este visado es 64,20 €. Si haces los trámites por correo, tienes que añadir las tasas de mensajería.

– Salud:
* Vacunas: Este tema me produjo muchos quebraderos de cabeza porque acudí a varios centros y cada médico decía una cosa. Acudí al centro del Ayuntamiento de Madrid en la C/Montesa, 22, y allí fue donde menos vacunas me dijeron de ponerme. Después fui al de la Comunidad de Madrid en la C/Francisco Silvela, 57 y me recomendaron más vacunas. Por último opté por ponerme las vacunas en la unidad del viajero del Hospital Carlos III, pues allí todas las vacunas eran gratis. Todos coincidían en que había que ponerse las vacunas de las hepatitis A y B, tétanos (que ya la tenía) y fiebres tifoideas, pero luego había otras como la meningitis, la polio, el cólera y la rabia que no recomendaban por igual todos los médicos. Por ejemplo, en el Hospital Carlos III me dijeron que la meningitis (nos la recomendaron por hacer voluntariado con niños) no era tan importante pero la rabia sí, ya que hay muchos animales por ahí sueltos en la India que no están controlados. Al final me puse todas las vacunas arriba mencionadas menos la del cólera que me dijeron en este último centro que era poco efectiva y no merecía la pena. La de la rabia, sólo me puse la primera dosis, ya que no pude ir a ponerme las otras tres, así que no iba protegida. Hubo gente del grupo que no se vacunó de casi nada o nada, pues al fin y al cabo estas vacunas son recomendables pero no obligatorias. En cuanto a la malaria, como íbamos en una época muy buena en la que habría pocos mosquitos, sólo me llevé las pastillas de Malarone (el mejor medicamento para malaria hoy día) por si acaso. De todas formas, cuando viajes a la India tienes que decir al médico a qué zonas vas, en qué época, cuánto tiempo y qué tipo de viaje vas a hacer, ya que según esto te recomendará unas vacunas u otras, y en el caso de la malaria quizás si debas tomar el tratamiento si vas en época de monzones cuando hay muchos más mosquitos. En la página web del Ministerio de Sanidad podéis encontrar información.
* Botiquín de viaje: Conviene llevar cosas básicas como analgésicos (paracetamol), antihistamínicos (sobre todo si tienes alergias o te dan reacciones alérgicas las picaduras de insectos), antidiarreico (puede ser útil puntualmente pero no me parece bien su uso de forma continuada), sobres de suero oral (para beber en caso de diarrea), protector de estómago (tipo Omeprazol) por si te afecta el picante, antipalúdicos (Malarone), algún antibiótico para la diarrea (ciprofloxacina), antiséptico (tipo Betadine), gasas, vendas, tiritas, termómetro y repelente de mosquitos (Relec). Yo además incluí algunos productos naturales que los usé más para prevenir como Inmunuden que sube las defensas, probióticos para fortalecer la flora intestinal y extracto de semilla de pomelo para protegerse de infecciones. También tomé vitamina B que dicen que ayuda a evitar las picaduras de mosquitos y cápsulas de carbón vegetal que tomadas después de la comida mejoran la digestión y pueden absorber sustancias tóxicas. Como repelente natural, el aceite de árbol de té va muy bien.
* Recomendaciones: Conviene ser precavidos aunque tampoco hay que ser paranoicos. Si estamos atentos a los detalles podemos estar bien todo el viaje, pues a veces un pequeño despiste nos puede hacer enfermar. Hay que tener especial cuidado con el agua y los alimentos, ya que las condiciones higiénicas del país dejan mucho que desear. Dicen que a veces rellenan botellas con agua de grifo y por ello hay que comprobar que el precinto está bien. Yo además solía comprar siempre las mismas marcas que sabían que eran buenas y evitaba comprar marcas raras o poco conocidas. En cuanto a la comida, conviene que esté siempre cocinada, pues las ensaladas pueden haber sido lavadas con agua de grifo, y mejor comer en restaurantes seguros para los turistas (en las guías de viaje se indican) en lugar de los puestos callejeros. La fruta hay que lavarla y pelarla siempre, y mejor pelarla nosotros con nuestro propio cuchillo (es muy útil llevar una navaja de bolsillo). Es importante lavarse siempre las manos antes de comer y para ello está muy bien el jabón antiséptico que se puede utilizar en seco. En cuanto a las picaduras de mosquitos, lo mejor es evitarlas llevando el cuerpo cubierto, usando repelente y durmiendo con mosquiteras (si hace falta).

– Equipaje:
Mejor llevar una mochila pequeña por comodidad, pero si queréis hacer compras al final merece la pena llevar una grande porque seguro que la vais a llenar. Entre las cosas que llevábamos estaban: sandalias o chanclas, botas de trekking (si vais a hacer trekking), zapatillas de trekking o de deporte, camisetas de algodón de manga larga y corta, pantalón largo de tela fina, saco sábana (muy útil de verdad), chubasquero, forro polar, bolsas de plástico, linterna, bolsa de aseo, toallas secado rápido y botiquín. No conviene llevar mucha ropa porque allí es tan bonita y barata que seguro que vais a querer comprar.

– Dinero:
La moneda india es la rupia. Cuando hicimos este viaje el euro estaba en un rango de 62-67 rupias. Os aconsejo que no cambiéis en el aeropuerto, la tasa de cambio es muy mala allí, y nosotros pagamos por pardillos. Menos mal que no lo cambié todo ahí y luego fui cambiando en otros sitios con mejor tasa. La tasa puede ir cambiando con los días o con los sitios; merece la pena preguntar en varios antes de cambiar. La cantidad que conviene llevar varia mucho según el tipo de viaje que hagas y las compras que quieras hacer, pero con unos 100€ por semana tienes más que suficiente. Conviene llevar tarjeta visa o mastercard en caso de que necesitéis sacar dinero; en cambio pagar con tarjeta es difícil en la India y en pocos sitios las aceptan.

– Documentación e información:
Utilicé la guía de Norte de la India de Lonely Planet durante el viaje. Antes del viaje estuve leyendo el libro «La India que amo» de Ramiro Calle (un yogui español que ha estado cerca de un centenar de veces en la India) que cuenta sus anécdotas de viaje y numerosas curiosidades sobre la India y sus gentes. Leí algunos blogs de viajeros que habían estado en la India. También vi películas como Slumdog Millonaire, La Boda del Monzón, Bodas y Prejuicios, El Silencio del Agua, Viaje a Darjeeling, Banaras, Ghandi, etc, para ir empapándome de este país. Fui a clases de danzas bollywood y bhangra, además de asistir a algunas actuaciones de estas danzas y de las clásicas. Por último hablé con mis amigos indios que me dieron mucha información e incluso con uno de ellos fuimos a un gurudwara o templo sij en Madrid donde nos invitaron a comer.

Esta etapa del previaje duró casi un año entero y creo que para un país como la India merece la pena dedicarle este tiempo para ir preparándose antes de aventurarse en el país. Teniendo en cuenta el gran choque cultural que iba suponer viajar allí, no estaba de más irse empapando de su cultura y sus costumbres. Sin duda hay que ir con la mente abierta y ser flexible para adaptarse a cualquier situación, además de tener sentido del humor para que no nos afecten demasiado las cosas. Los miedos estaban ahí, que a veces por momentos me hacían desanimarme, pero era mayor el entusiasmo que me producía estar a punto de cumplir este gran sueño. Por supuesto que habría dificultades y cosas que nos iban a desagradar, pero por otra parte era tanto lo que el país iba a ofrecernos, que compensaba todo esfuerzo. Seguro que con todas las experiencias que viviríamos en este viaje, íbamos a volver cambiados en mayor o menor medida, y es que un país como la India tiene poder suficiente para hacerlo, aunque el viaje sea corto. ¿Preparados para comenzar? India, ¡allá vamos!

He dividido este relato en 7 capítulos. Para leer cada uno de ellos, haz click encima del título y verás el texto completo sin necesidad de tener que buscarlo por toda la entrada.

Capítulo 1: Delhi y Agra (Taj Mahal)
Capítulo 2: Rajastán: Ramthambore, Jaipur y Pushkar
Capítulo 3: Himachal I: Voluntariado en una comunidad rural
Capítulo 4: Himachal II: Trekking en las Himalaya y visita a pueblos tibetanos
Capítulo 5: Punjab: Amritsar y su templo dorado, festival de Diwali y bhangra
Capítulo 6: Rishikesh, capital mundial del yoga
Capítulo 7: Varanasi, la ciudad sagrada del Ganges

Selección de fotografías de mi viaje a India


Capítulo 1: Delhi y Agra (Taj Mahal)

El día 7 de octubre fuimos al aeropuerto de Barajas para coger nuestro vuelo a Delhi. La mayoría de la gente del grupo viajaba con la compañía Qatar Airways pero yo y otros cuatro más íbamos con la compañía rusa Aeroflot. Para los que íbamos más de tres semanas nos salía más rentable el vuelo de Aeroflot (nos costó 461€ con tasas y gastos de gestión incluídos); sin embargo para los que iban tres semanas el precio no era tan bueno y por eso tuvieron que comprar el billete con Qatar (630€ en total). Luego había tres personas del grupo que por distintos motivos iban a viajar con distintas compañías, total que al final los 17 que comenzábamos el viaje en aquella fecha íbamos a llegar en cinco vuelos distintos con distintas horas de llegada (excepto los vuelos de Qatar y Aeroflot que llegaban sobre la misma hora).

Después de facturar el equipaje en nuestros respectivos mostradores, nos juntamos los de los vuelos de Qatar y Aeroflot, y fuimos juntos a pasar el control de seguridad. Dio la casualidad que nuestras puertas de embarque estaban una junto a la otra, así que hicimos la espera juntos. Algunos del grupo no se conocían entre ellos, así que fue el momento de las presentaciones y la primera toma de contacto. Durante 21 días estaríamos viajando juntos, viviendo experiencias inolvidables, pasando buenos momentos y otros no tan buenos, y al final surgirían buenas amistades que podrían durar toda la vida. Yo estaba contenta de que lo que empezó siendo un sueño individual se hubiera extendido a un grupo tan grande al que acabé haciendo partícipe de ese sueño. Me gustaba la idea de ofrecer a un grupo de personas la posibilidad de conocer India de una forma diferente a la de los típicos viajes turísticos de las agencias y esperaba que aquello fuera más enriquecedor para ellos. Todos estaban emocionados ante el comienzo del esperado viaje, y yo no podía creer que después de tanto tiempo preparándolo, el gran momento de comenzar hubiera llegado. Llamaron primero a los pasajeros de Qatar; minutos después llamaron a los de Aeroflot. Nos despedimos deseándonos buen vuelo; nos encontraríamos de nuevo en el aeropuerto de Delhi al día siguiente y la gran aventura comenzaría entonces.

Cuatro horas más tarde llegamos al aeropuerto de Moscú donde realizaríamos nuestra escala. Tuvimos suerte de que el vuelo salió puntual y sin retraso porque sólo teníamos hora y cuarto para hacer la escala. Caminamos bastante pero no nos resultó difícil realizar la conexión y enseguida encontramos la puerta de embarque del vuelo a Delhi. El segundo vuelo fue más largo y tuve tiempo para ver una película de Bollywood, leer y dormir. Después de seis horas de vuelo, llegamos al Aeropuerto Indira Gandhi de Nueva Delhi, donde eran las 3 de la mañana.

Al llegar al control de pasaportes previo a la recogida de equipajes, nos encontramos a los del vuelo de Qatar. En el control de pasaportes había mucha cola y tardamos muchísimo en pasarlo. Cuando llegamos a nuestras respectivas cintas de equipaje, vimos que nuestras mochilas estaban amontonadas a un lado y que la cinta ya estaba parada. Posiblemente salieron hace tiempo mientras esperábamos en el control de pasaportes. Antes de salir decidimos cambiar dinero, lo cual fue muy desacertado porque la tasa que aplicaban era de 1€ = 61 rupias y más tarde pudimos comprobar en Delhi que la tasa de cambio era mejor.

Delhi: tres ciudades en una

Al salir del aeropuerto vimos un montón de indios sosteniendo carteles con los nombres de los pasajeros que esperaban. Después de echar un vistazo localicé el cartel de IDEX y dos indios que lo sostenían. Nos acercamos a ellos y les dijimos que nosotros éramos el grupo que esperaban. Ellos serían los coordinadores que nos acompañarían durante el viaje o parte de él. Se llamaban Raby y Aby (no estoy segura de si se escribía así, fallo mío no haberlo comprobado) y eran dos chicos jovencitos que no creo que llegaran a los treinta años. Nos llevaron hasta los dos minibuses que nos llevarían al hotel. Que ganas teníamos ya de pillar la cama, después de tantas horas de avión y toda la espera en el control de pasaportes, pero aún nos quedaba un rato para eso.

Por el camino pude ver las primeras escenas de la India, escenas de carretera que incluso a aquellas horas de la noche tenían ya espectáculo que ofrecer. Primero me llamó la atención la forma india de conducir, totalmente caótica y sin cumplir ningun norma de circulación, adelantando de cualquier manera y pitando constantemente. Vimos algunas vacas e incluso un elefante, entre los variados vehículos que circulaban por la calzada. Cuando llegamos a la zona donde estaba el hotel me llamaron la atención la suciedad y desorganización de sus calles. Había mucha gente durmiendo en el suelo a la intemperie y muchos perros callejeros deambulando por ahí. Al llegar al hotel, nos pidieron los pasaportes y nos fueron repartiendo las habitaciones. El hotel se llamaba Clark Surya, situado en la zona de Karol Bagh en Nueva Delhi. El proceso fue más largo de lo que esperábamos y al final nos metimos a dormir sobre las 6 de la mañana. Estábamos agotados y sólo íbamos a poder dormir entre 4 y 6 horas, dependiendo de si nos levantábamos a desayunar o no.

A la 1 de la tarde habíamos quedado en la recepción para empezar nuestro tour guíado por la ciudad. Yo decidí no desayunar en el hotel y así me levanté un poco más tarde que mi compañera de habitación que sí quiso desayunar. Como había traído mucha comida por si acaso, desayuné algo de lo que había traído. La verdad que viene muy bien traer cosas como frutos secos, frutos pasos, galletas, tortitas de arroz, barritas energéticas, etc, que te pueden sacar de un apuro en más de una ocasión. Cuando bajé a recepción me encontré con Laura, que había llegado un día antes, y con Susana y Yenny, que llegaron unas cinco horas después de nosotros (con lo que no habían podido dormir nada). Los coordinadores de IDEX también estaban allí y me presentaron a un señor que sería nuestro guía en Delhi. Por fin, ya estábamos todos reunidos y listos para comenzar nuestro viaje.

Salimos del hotel en dirección al lugar donde nos esperaba el autobús. Tuvimos que caminar como quince minutos por caóticas y agobiantes calles, sorteando toda clase de vehículos que pasaban a nuestro lado y que no paraban de pitar para avisarnos de su presencia. En las calles de la India no hay aceras, ni semáforos, ni pasos de cebra, y uno tiene que ingeniérselas para cruzar las calles y no morir en el intento. No puedes esperar que se paren ni que te dejen pasar, esto es como la selva y cada uno tendrá que hacer lo que pueda para sobrevivir entre el tráfico. En verdad que ser peatón en la India te hace descargar tanta adrenalina como si de un deporte de riesgo se tratara y no te puedes despitar ni un momento. Nosotros, recién llegados de la civilizada Europa, estábamos totalmente perdidos en aquel medio y no teníamos las habilidades de los indios. Nos pegamos más de un susto pero al final llegamos sanos y salvos al lugar donde nos esperaba el autobús.


Delhi, capital de la India, es una ciudad enorme, contaminada y caótica, pero también tiene sus majestuosos e imponentes monumentos que la hacen atractiva. La ciudad posee tres partes bien diferenciadas: Vieja Delhi, Nueva Delhi y Central Delhi. No siempre fue la capital del país, pero como ciudad de entrada, ha desempeñado un papel fundamental en la historia india. Se conocen al menos ocho ciudades fundadas aquí, la última de las cuales fue la Nueva Delhi del imperio británico. El emperador mongol Sha Jahan construyó la séptima Delhi en el S. XVII, que corresponde a la Vieja Delhi. El guía nos contó estas cosas y muchas más sobre Delhi por el camino. Como es una ciudad muy extendida, para ir de un sitio a otro se tarda bastante. Además el primer sitio que íbamos a visitar estaba bastante lejos, en las afueras de la ciudad.

Se trata del precioso Templo Akshardham, perteneciente al grupo hindú Swaminarayan. Para visitarlo, tuvimos que dejar en el autobús casi todo ya que no estaba permitido meter muchas cosas al recinto del templo (tan sólo los documentos, dinero y agua). Por desgracia no se podía llevar cámara, sólo pudimos hacer una foto desde el autobús.

Cuando llegamos, primero tuvimos que pasar un control de seguridad y más de uno tuvo que dejar alguna cosa no permitida en las consignas. Al entrar al recinto, no pudimos reprimir nuestro asombro ante semejante belleza. Se trata del templo hindú más grande del mundo, construído en piedra arenisca color salmón y mármol blanco, y con unas veinte mil tallas de diversas deidades. Fue inaugurado en el año 2005 después de cinco años de trabajo en los que trabajaron 7000 trabajadores artesanos junto con 3000 voluntarios. Paseando por esta enorme extensión de terreno llena de jardines, fuentes y templos, cuesta creer que en tan sólo cinco años hubieran completado semejante proeza. Este complejo fue la visión del líder hindú Swami Maharaj que desde 1968 quería un gran templo junto al río Yamuna. Según nos contó el guía, este señor fue muy importante para los hindúes, ya que les enseñó el camino correcto cuando estaban empezando a perderse en vicios nada buenos. El monumento principal, en pleno centro del complejo, está cubierto completamente de tallas de flora, fauna, personas y deidades, mezclando estilos arquitectónicos de toda la India. Hay hasta 148 esculturas de elefantes en su base para recordar la importancia que este animal tiene en la cultura india. Dentro, bajo la cúpula principal, se encuentra la estatua de Swaminarayan rodeada de otras similares de otros gurus de esta secta. También hay representaciones de dioses hindúes en el interior del monumento.

No pudimos quedarnos tanto tiempo como hubiéramos querido porque se estaba haciendo tarde y todavía quedaban más sitios por ver. Me dio mucha rabia no poder hacer el viaje en barca por la historia de la India, una de las atracciones de este lugar, y por supuesto que no íbamos a ver la fuente musical ya que para ello nos tendríamos que quedar hasta que se hiciera de noche. Si vais alguna vez, tenéis que dedicar al menos media jornada, pero nosotros como empezamos el tour tan tarde, no tuvimos mucho tiempo. La verdad que creo que nos habría salido mejor la cosa si hubiéramos dejado esta visita para el final, pero el guía se empeñaba en que fuera lo primero, cosas de los guías. Esta no es una visita que se suele incluir en los tours de un día en Delhi, así que si vais veréis pocos turistas occidentales (casi todos eran indios y nos miraban bastante como si fuera algo raro vernos allí). Por ejemplo, yo tuve que pedir que nos incluyeran esta visita porque originariamente no estaba incluída, y la verdad que mereció la pena.

Continuamos nuestro recorrido en autobús por Delhi hasta nuestro siguiente destino: Qutab Minar. Tardamos bastante en llegar hasta allí pues tuvimos que atravesar toda la ciudad, así que cuando entramos ya estaba atardeciendo.

Por el camino pasamos por la Puerta de la India, una especie de arco del triunfo, construida en memoria de los soldados indios (más de 90.000) que perdieron sus vidas durante las guerras afganas de 1919 y en la primera guerra mundial. Sólo pudimos verla desde el autobús porque no teníamos tiempo para bajarnos.

El guía aprovechó el largo tiempo que tuvimos en el autobús para contarnos cosas sobre la historia de la India como la llegada de Alejandro Magno, la ocupación musulmana, la invasión de los mongoles, la colonización británica y la independencia de la India con Ghandi a la cabeza y el conflicto de Cachemira. La verdad que escuchando su historia uno puede entender un poco más como este país ha llegado a ser lo que es, con tanta mezcla cultural e influencia de grandes civilizaciones, caótica y llena de contradicciones también, marcada por tantos hechos dramáticos que la han hecho más resistente tal vez, y sin perder todavía esa carga de misticismo de tiempos ancestrales. Pero dejémonos de filosofar a lo cual yo soy muy dada, y sigamos con nuestro tour turístico en Delhi.

Qutab Minar es el monumento más famoso del complejo Qutb (conjunto de ruinas de lo que fue la primera ciudad islámica de Delhi), Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El primer sultán Qutb-ud-din-Aibak, después de demoler 27 templos hindúes y jainistas, construyó en ese lugar una mezquita junto con una serie de edificios, dejando algunos fragmentos de los antiguos templos. El Qutab Minad es el minarete más alto del mundo (72,5 m), construido en ladrillos y mármol. Está cubierto con elaboradas tallas y versículos del Corán. Su construcción la inició Qutb-ud-din-Aybak en el año 1193 y se tardó casi dos siglos en acabarla. Dentro del complejo también están el alminar Alai Minar (cuyo construcción no llegó a completarse), la mezquita Quwwat-ul-Islam, Ala-I-Darwaza (puerta de entrada al complejo) y el famoso pilar de hierro (7 m de altura y 7 toneladas de peso) que es la única pieza del antiguo templo hinduista que aún permanece en pie y que con 1600 años de antigüedad aún no presenta ningún tipo de corrosión.


Cuando salimos del complejo Qutb, ya estaba anocheciendo, y se supone que la siguiente parada iba a ser el restaurante para nuestra cena (teníamos mucha hambre porque no tuvimos tiempo de comer) pero nuestro guía nos sorprendió con una visita inesperada: la tienda de alfombras. Vaya, por qué será que los guías aprovechan siempre la ocasión de llevar a los turistas a alguna tienda de artesanía durante el tour, algo que casi nunca se dice de antemano. ¿No será la comisión que se llevan los guías de las compras de los turistas en estos lugares? Sospecho que sí. Ya me pasó en Turquía, en Marruecos y en México, y creo que ya aprendí la lección de evitar como sea comprar en este tipo de carísimas tiendas con precios occidentales. Con nosotros hicieron poco negocio tanto el guía como los de la tienda, porque no compramos ni la más mínima cosita. Debió ser una gran decepción para ellos que después de entrar 17 turistas a la tienda ni uno sólo hiciera una compra. Y es que nosotros ya estábamos bastante mosqueados de que nos metieran aquella visita sorpresa sin avisar cuando habíamos tenido que ver con tantas prisas los dos únicos monumentos de Delhi a los que nos llevaron (y ni que decir tiene que el precio del tour no lo bajaron por empezar más tarde ni ver menos cosas de lo que se supone que incluye este tipo de tours). Los señores de la tienda nos sacaron unos chai que nos tomamos mientras veíamos sus preciosas alfombras y nos contaron cómo las hacían. Después de hacernos algunas fotos y recorrer la tienda, nos fuimos sin llevarnos nada. Sabemos de sobra que en los mercados y puestos callejeros encontraremos cosas similares por mucho mejor precio, y alfombras no estábamos muy animados a comprar.

Tardamos bastante en llegar al restaurante que ya no iba a ser uno del centro como me dijeron, si no que prefirieron llevarnos a la zona del hotel para que el autobusero nos dejara allí y así se pudiera marchar. Estuvimos caminando por las calles de esa zona un buen rato y me sorprendió que el guía turístico siguiera con nosotros y no se hubiera marchado ya con el autobusero. Pues la razón la averigué al entrar al restaurante, cuando ni corto ni perezoso el guía me pidió una propina por sus servicios. Aquello era el principio del famoso tema de las propinas, algo que los indios siempre están esperando de los turistas, y que en ocasiones no se cortan en pedir. El grupo me comentó que no quería darle propina, primero porque estaban mosqueados por la visita a la tienda de alfombras, segundo porque nos faltaron muchas cosas por ver y tercero por el descaro del guía. Tras decirle que no íbamos a darle nada, el guía se fue bastante decepcionado del restaurante. Los coordinadores de IDEX se fueron a cenar a otro sitio más barato para ellos (estábamos en un restaurante turístico para no arriesgar nuestros estómagos) y me dijeron que luego volverían a buscarnos. En el restaurante pudimos probar nuestra primera comida india que por cierto estaba muy buena. Disfrutamos muchos platos típicos como el pollo tandoori, pollo tika, pollo masala, el panner (queso) con distintas salsas, arroz basmati con verduras y panes indios como el chapati y el naan. A continuación presento los manjares que cenamos aquella noche en apetitosas fotos.


Después de la cena nos fuimos a dormir al hotel, y más nos valía dorminos pronto porque al día siguiente nos esperaba un madrugón para coger nuestro tren a Agra (teníamos que levantarnos a las 5 de la mañana). Así nos despedíamos de Delhi, de la que sólo pudimos ver una pequeña parte, pero menos es nada. Yo no me quejaba, al menos vimos dos de las cosas más bonitas que allí hay, pero nos faltaron otras tantas como el Fuerte Rojo, la Mezquita Jama Masjid, la Tumba de Humayun, Raj Ghat (monumento conmemorativo de Ghandi) y el Templo de Loto. Habrá que volver en otra ocasión para ver más.

Agra y su joya el Taj Mahal

Salimos a las 5:30 de la mañana del hotel para coger nuestro tren a Agra. Fuimos a la estación de tren en el mismo autobús del día anterior, que nos esperaba en el mismo sitio, y tardamos media hora en llegar. Por fin íbamos a probar el tren en India, toda una aventura de la que he escuchado numerosas historias. Es incómodo, sucio, ruidoso, lento,… pero es una de las experiencias que uno no se puede perder cuando viaja en India. Ya la estación de tren es un espectáculo en sí misma, sobre todo una tan grande como la de Delhi, donde hay riadas de gente por todas partes. Lo que más choca es ver cómo la gente se tira en el suelo sin problemas a esperar que llegue su tren (o quién sabe si es que viven allí), y ahí se duermen tan tranquilamente con una mantita, pegados unos con otros, sin importarles el ruido, la suciedad y el caos que tienen a su alrededor. Otros ya despiertos, se sientan en grupitos a comer algo, a charlar o a esperar su tren, con sus pertenencias por el suelo. Según vas caminando ves todo tipo de personajes: peregrinos, sadhus, militares, mozos portaequipajes, familias enteras, vendedores ambulantes, mendigos, estudiantes, adolescentes bromeando, viajeros que corren en busca de su tren,… Muchos nos miran al pasar, debe sorprenderles un grupo de occidentales tan grande con sus mochila al hombro, uno detrás de otro en larga comitiva.

Los coordinadores de IDEX nos llevaron hasta nuestro andén y localizaron nuestro vagón. Ahí en la puerta estaba un papel colgado con los nombres de todos los pasajeros, entre los cuales estaban los nuestros. La verdad que yo pensé que aquello era un lío y me alegré de que no tuviéramos que preocuparnos por encontrar nuestro tren. Eso sí, más vale que nos fuéramos entrenando en los próximos días porque en la segunda parte del viaje, que sería por nuestra cuenta, nos tocaría hacer esto solitos. Nos subimos al vagón y nos fuimos distribuyendo en los asientos que teníamos asignados. En el techo había unos enormes ventiladores que cuando estaban encendidos daban mucho frío y que yo tuve que apagar varias veces porque los señores indios de detrás se empeñaban en encenderlos (aquello parecía una competición pero al final parece que yo me salí con la mía). Nuestros coordinadores nos dieron nuestro desayuno que venía dentro de una caja de cartón y que consistía en un plátano, un huevo cocido y un sandwich vegetal (tomate y pepino). Después dormimos casi todo el rato, aunque el trayecto esta vez no era muy largo. Llegamos a Agra a las 10 de la mañana después de tres horas de viaje.


Al salir de la estación nos abordaron numerosos taxistas que nos ofrecían llevarnos a nuestro hotel o a alguno que ellos recomendaban. Por suerte estaban ahí nuestros coordinadores para decirles que nos dejaran en paz porque ya teníamos nuestros vehículos esperándonos. Nos subimos a los minibuses y en poco rato llegamos a nuestro hotel, Amar Yatri Niwas, junto al Pizza Hut. Nuestras habitaciones no estaban listas todavía y nos sentamos a esperar. Como parecía que la cosa iba para largo, decidimos ir a dar una vuelta aunque por allí no había mucho que ver según nos dijeron los coordinadores. A mi me parecía que el espectáculo estaba por todas partes, así que me llevé la cámara para hacer fotos de lo que surgiera.

Lo primero que me llamó la atención fue ver a unos burritos pintados de rosa cargando ladrillos al otro lado de la calle. Llenaban sus alforjas de ladrillos y ellos mecánicamente hacían el camino hasta el lugar donde tenían que descargarlos. Luego volvían con las alforjas vacías al lugar donde los cargaban de nuevo, y así constantemente durante toda la mañana, con resignación y paciencia. Más adelante vi esta misma escena en otros sitios de la India; parece que los pobres burritos eran usados habitualmente para cargar ladrillos aunque también los vi cargando otras cosas.


Además de los burritos, también hice fotos a los vendedores ambulantes, los puestos de comida, los ciclo-rickshaws, los famosos tuc tuc (moto-rickshaws), las familias enteras viajando en carros, las vacas,… La verdad que no pasábamos desapercibidos al pasar y es que los indios además no se cortan en mirarte con todo el descaro del mundo. Nos decían cosas y los vendedores nos seguían para tratar de vendernos algo. Después de estar andando un rato por la carretera donde estaba el hotel, nos dimos media vuelta porque no había mucho más que ver. Volvimos al hotel a las 12 para comer; habíamos acordado esa hora para tener tiempo de ir a ver el Fuerte de Agra antes del Taj Mahal.

Después de comer nos montamos en los minibuses que nos llevaron al Fuerte de Agra. Por el camino vimos como un desfile de una fiesta y mucha gente iba pintada y adornada con guirnaldas de colores. Nos dijeron que había una fiesta local que se celebraba en aquellos días.


Al llegar al fuerte nos sorprendió la gran cantidad de gente que allí había pero luego nos dijeron que al ser domingo muchos indios estan allí haciendo turismo. Como esta visita no esta originalmente en el programa sino que la pedimos después, la hicimos por nuestra cuenta y sin guía. En la puerta muchos guías se nos acercaron ofreciendo sus servicios y bajaban sus precios con facilidad si decíamos que no. Al final decidimos hacer la visita sin guía ya que tampoco tendríamos mucho tiempo. Se trata de uno de los mejores fuertes mongoles de la India, construido con arenisca roja por el emperador Akbar entre 1565 y 1573, a orillas del río Yamuna. El fuerte tiene unas enormes murallas dobles de 20 m de altura. Se accede al complejo a través de la puerta de Amar Singh y nada más entrar nos encontramos con el palacio «Jahangiri Mahal».

Recorrimos el enorme complejo sin mucho orden y sin enterarnos muy bien de lo que había. Subimos a Musamman Burj, magnífica torre octogonal de mármol blanco, desde donde hay unas buenas vistas del Taj Mahal.


Al bajar de allí, nos encontramos con el Khas Mahal, palacio de mármol blanco donde el emperador Sha Yahan estuvo cautivo.


De camino a la salida vimos nuestros primeros monos de la India (que luego nos hartaríamos de ver por todas partes) y también ardillas de palma (las de las tres rayas).


Y para terminar, nos despedimos del Fuerte de Agra con estas bonitas imágenes.


Cuando nos subimos al minibus, los vendedores se agolpaban sobre nosotros e incluso se intentaban meter dentro para tratar de vendernos algo en el último minuto antes de partir. La escena era graciosa, pero lo dramático era que casi todos eran niños cuya desesperación por vender algo a un turista era evidente. Esta vez ninguno tuvo suerte.

Por fin fuimos al lugar por el que principalmente habíamos venido a Agra y que es quizás la mayor atracción turística de toda la India: El Taj Mahal, una de las Siete Maravillas del mundo moderno y Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Fue construído por el emperador Sha Yahan en memoria de su segunda esposa, Mumtaz Mahal, quien murió al alumbrar a su 14º hijo en 1631. La construcción comenzó ese año y terminó en 1653, participando un total de 20000 obreros. Poco después fue destronado por su hijo y confinado en el fuerte de Agra donde por el resto de su vida sólo pudo contemplar su creación, con la que quizo inmortalizar su amor hacia su difunta esposa, desde la ventana.

Nos llevaron hasta un lugar a partir del cual ya no se podía pasar con vehículo a motor a fin de disminuir el deterior que el mármol del monumento lleva sufriendo en las últimas decadas a causa de la polución. A nosotros nos llevaron en un autobús eléctrico que nos dejó a pocos metros de la entrada. Sin embargo, en ese corto trayecto fue constante el acoso de los vendedores de los comercios de la zona para que fuéramos a comprarles algo; incluso algunos hablaban algo de español y desplegaron todo lo que sabían ante nosotros. No tuvimos que pagar la carísima entrada pues ya estaba incluída en el precio del viaje (cuesta casi 15€ para extranjeros mientras que para indios es sólo unos céntimos de euro). Como nos avisaron de que eran muchas las cosas que no permitían dentro, prácticamente sólo llevamos la cámara, y antes de entrar nos regalaron una botella de agua pequeña que venía dentro de una bolsa de papel con la foto del Taj Mahal. Pasamos un breve control de seguridad (con colas diferentes para hombres y mujeres) en el que comprobaban de que no entráramos con cosas no permitidas que pudieran estropear la obra y por fin ya estábamos dentro del recinto.

Al entrar llegamos a un patio principal rodeado de cuidados jardines donde confluyen los visitantes que han penetrado por cualquiera de las entradas. Allí el guía nos reunió para contarnos algunas cosas antes de entrar. Atravesamos la Puerta Principal (Darzawa) de 30 metros de altura, realizada en arenisca roja, preguntándonos como sería la primera imagen de la maravilla que nos esperaba. Había muchísima gente y todos luchaban por hacer sus primeras fotos.

A mi me pareció que tanta gente y tanto barullo le quitaba gran parte del encanto al sitio. El guía nos hizo sentarnos en un lugar cercano a la puerta principal para contarnos la historia del emperador Shan Yahan y de su esposa, de cómo se conocieron y cómo surgió el amor entre ellos. Yo no sé si aquello era más leyenda que realidad, pero la historia era bonita. Luego nos contó sobre la construcción del Taj Mahal y cosas más técnicas. Al terminar su discurso, nos dijo que teníamos como dos horas para pasear por allí y que a las 6 de la tarde nos encontrábamos de nuevo en la puerta para marcharnos. Se nos ocurrió hacer una pequeña meditación conjunta antes de comenzar la visita para armonizar con la energía de aquel lugar. Aquello, como os podréis imaginar, atrajo a numerosos espectadores indios que nos miraban con curiosidad.

Después fuimos caminando hacia el espectacular mausoleo blanco, junto a sus jardines, que forman un cuadrado gigante de 300 x 320 m dividido en cuatro canalones que confluyen en una pileta central y los cuales representan a los cuatro ríos del Paraíso Islámico (diseño clásico mongol del charbagh). La fuente central es sin duda uno de los lugares propicios para tomar fotografías y buscar el reflejo del mausoleo.


A cada paso nos íbamos parando para contemplar aquella belleza arquitectónica y hacer fotos. El mausoleo está flanqueado por dos edificios casi idénticos: la mezquita en el oeste y el Mihman Khana o salón de actos en el este. El Taj Mahal se erige sobre una plataforma elevada de mármol en el extremo norte de los jardines, de espaldas al río Yamuna. En cada una de las esquinas de la plataforma se alza un alminar blanco de 40 m de altura, puramente decorativo.


La estructura central del Taj es de mármol semitraslúcido con motivos florales tallados y miles de piedras semipreciosas incrustadas formando bellos diseños. Hay cuatro cúpulas pequeñas que rodean las cúpula central bajo la cual está el cenotafio de Mumtaz Mahal, y junto a ella el cenotafio de Sha Yahan rompiendo la simetría. Ambas son réplicas de las tumbas verdaderas que se encuentran justo debajo en una sala subterránea que no puede visitarse.

Al llegar al podio de mármol donde está el mausoleo, había que dejar los zapatos antes de subir las escalerillas, pero nosotros teníamos unos patucos que venían en la bolsa que nos dieron en la entrada y que nos pusimos encima de los zapatos. Había una cola tremenda para entrar dentro y la gente estaba muy nerviosa empujándose y gritando a quién tratara de colarse. Después de un buen rato esperando, llegamos a las puertas del mausoleo, pero viendo la masificación que había ahí dentro y lo bruta que estaba poniéndose la gente, me entró miedo y decidí no entrar, pues no me pareció que fuera a disfrutar del sitio en aquellas condiciones. Algunos más hicieron lo mismo que yo, pero la mayoría del grupo entró, aunque luego nos contaron que no mereció tanto la pena y estaban deseando salirse por lo agobiante que resultó estar ahí dentro.

Salimos fuera para contemplar la puesta de sol y nos subimos a una parte elevada de un lateral del mausoleo donde nos quedamos un rato con nuestras espaldas apoyadas en la pared de mármol. Todos en fila como estábamos y subidos a aquella especie de escenario, nos convirtió de nuevo en el espectáculo de los indios que pasaban por allí, que no dudaban en hacernos fotos o incluso posar con nosotros para salir ellos.


Después fuimos caminando despacio hacia la puerta de entrada donde habíamos quedado con el guía y los coordinadores. Allí nos sentamos un rato contemplando la maravilla de mármol de nuevo hasta que ya casi no quedaba luz. Sin duda aquel momento del día era muy bueno para visitarlo, así que fue una buena elección. Nos costaba marcharnos de allí, pero finalmente, ante la insistencia del guía, tuvimos que irnos. No cabía duda de que todos estaban embelesados contemplando al Taj Mahal, ya ni siquiera hablaban tan concentrados como estaban. Yo la verdad, aunque me gustó mucho, ha habido otros sitios de la India que me han cautivado más, como las Himalaya, y es que yo por mucho que me pongan delante maravillas arquitectónicas, son las que ofrece la naturaleza las que más me atrapan y me emocionan.

Salimos del recinto y caminamos esta vez hasta el parking donde nos dejaron nuestros minibuses. Por el camino, de nuevo nos vimos asaltados por numerosos vendedores, sobre todo niños, que trataban de vendernos postales o figuritas del Taj Mahal. De vuelta en el hotel, cenamos, y aunque algunos todavía tenían ganas para ir a tomar algo, yo decidí acostarme porque estaba agotada. Mañana nos espearaba un largo viaje por carretera para ir a Ramthambore, lugar donde haríamos un safari de tigres. Así termina nuestra visita en Agra y el primer capítulo de este viaje.



Capítulo 2: Rajastán: Ramthambore, Jaipur y Pushkar

El día 10 de octubre por la mañana nos subimos a nuestros minibuses y de ahí no nos bajamos hasta las 7 de la tarde, hora en que llegamos a Ramthambore. En este viaje nos adentramos de lleno en el Rajastán, estado donde transcurrirían los próximos días de nuestro viaje. Nos pasamos prácticamente todo el día en la carretera, pero claro, las carreteras de la India no son tan aburridas como las occidentales, en la India tienen espectáculo asegurado. Primero está la forma conducir india, que puede resultar impactante y aterradora para el occidental que no esté acostumbrado, donde ni existen normas ni medidas de seguridad. La mayoría de los conductores no tienen el más mínimo reparo en conducir por el carril contrario para ganar tiempo y los adelantamientos se hacen de una forma tan temeraria que no se inmutan si les viene otro vehículo de frente en el momento de hacerlo. En este trayecto no sufrimos tanto por este tema, pero en otros que vinieron después, gritamos más de una vez porque ya nos veíamos chocando con el que nos venía de frente a toda velocidad. Conducir por el centro de la calzada es de los más habitual, como si fueran sus vehículos los únicos circulando; es algo que no termino de entender. También hay que decir que las carreteras están en muy mal estado y sin señalizar de forma adecuada.

En la carretera podemos encontrar vehículos de todo tipo: coches, camiones, moto-rickshaws, ciclo-rickshaws, bicis, carretas de bueyes o mulas, tractores  y desde luego un gran número de animales: camellos, elefantes, vacas, búfalos, cabras, ovejas, perros,… A veces te podías encontrar alguno de estos animales dormitando en pleno centro de la carretera o cruzando parsimoniosamente obligando a los vehículos a pararse o a esquivarlos. Además siempre hay mucha gente en la carretera: familias enteras montadas en moto, tractores llenos de gente, autobuses con mucha gente viajando arriba, mujeres de coloridos saris cargando cántaros de agua o fardos de hierba sobre sus cabeza, niños jugando con la arena mientras sus madres arreglan o asfaltan la carretera, campensinos caminando hacia su lugar de trabajo, etc. La verdad que aunque a ratos me entraba el sueño, yo no quería perderme todo aquel espectáculo, y al final estuve atenta a la carretera durante casi todo el camino.


El paisaje también era interesante: plantaciones con campesinos trabajando como en la Edad Media, pequeñas aldeas con casas de adobe, granjas de animales, pueblecitos con bulliciosos mercados,… Cuando pasábamos por los pueblos y el autobús iba más despacio, se nos quedaban mirando como si fuéramos extraterrestres. Posiblemente muchos de aquellos indios no habían visto nunca un occidental, ya que no eran lugares turísticos, y a lo sumo los verían de pasada. Los niños nos sonreían y nos saludaban con la mano y nosotros les respondíamos igualmente. Contemplábamos extasiados las escenas que se ofrecían ante nuestros ojos: grupitos de hombres tomando chai en chiringuitos cochambrosos, grupitos de mujeres con sus coloridos saris trabajando (todos advertimos que eran las mujeres las que más trabajaban), niños jugando entre basura, camellos tirando de carros llenos de mercancías, vacas y perros por todas partes,… en definitiva, mucha vida y color, aunque quizás también mucha miseria.


El camino se empezó a hacer más pesado por la tarde, cuando la carretera se volvió una polvorienta pista de tierra llena de baches por la que fuimos avanzando dando botes casi sin parar. Al conductor le dio por ponernos videos musicales de Bollywood de los años 70, que aunque graciosos al principio, terminaron por resultarnos realmente pesados y repetitivos. Las manadas de camellos empezaban a cruzarse en nuestro camino, y es que estábamos en el Rajastán, la tierra de estos animales en la India. Otra cosa que me llamó la atención era la colorida y alegre decoración de camiones y tractores, algo que no había visto antes en ningún otro país. Llegó un momento en que ya el camino no nos resultaba tan divertido, estábamos deseando llegar para estirar las piernas y descansar.


Llegamos a Ramthambore al poco tiempo de oscurecer. Fuimos a nuestro hotel, llamado Tiger Safari Resort, donde como siempre entregamos nuestros pasaportes y nos repartieron las habitaciones. Este hotel nos pareció todo lujo, con piscina y todo, y las habitaciones eran grandes y bastante limpias.


Una vez ubicados, fuimos a cenar al restaurante del hotel donde nos pusieron lo habitual: arroz blanco, verduras, dhal (crema espesa con lentejas y especias), chapati y quizás algo de pollo (no lo recuerdo bien). Después fuimos a dar una vuelta para ver algo del pueblo y para ello seguimos la carretera del hotel. No vimos gran cosa, así que nos volvimos pronto. Yo me fui a dormir enseguida, al día siguiente teníamos que madrugar mucho para el safari.

Parque Nacional de Ramthambore: la morada de los tigres

Es probablemente el mejor lugar del mundo para ver tigres salvajes y está situado en la parte oriental de Rajastán. Este parque nacional está dentro de una reserva de tigres mayor con una superficie de 1334 Km2, cuyo paisaje se caracteriza por ser jungla virgen entre escarpadas crestas. El número total de tigres no se sabe con exactitud, pero en 2008 se estimó que había 23 ejemplares. También es el hogar de más de 40 especies de mamíferos, 320 especies de aves, más de 40 especies de reptiles y más de 300 especies de plantas. En el centro está el fuerte de Ramthambore, del S. X, rodeado de antiguos templos y mezquitas.

A eso de las 5 de la mañana nos levantamos y fuimos a tomar un pequeño desayuno, consistente en té y galletas, antes de comenzar el safari. Nos montamos en un gran canter descapotable que es como un autobús todo terreno sin techo. El safari duraba 3-4 horas, ya que era de medio día. Aunque intenté negociar para que lo alargaran un poco más para ir a visitar la fortaleza (cuya visita no estaba incluída), los coordinadores de IDEX me dijeron que no había tiempo si queríamos llegar a la hora prevista a Jaipur. Una pena, pues habría sido una buena forma de aprovechar más la visita si al final no veíamos tigres y así que la gente no se sintiera tan decepcionada. La verdad que para ver un tigre hay que tener mucha suerte, pero nosotros no perdíamos la esperanza de ver uno.

Primero fuimos hasta la entrada del parque, a unos 5 Km del hotel. Hacía bastante frío a esas horas de la mañana y no todos iban bien abrigados. El guía nos contó algunas cosas del parque y de los tigres que no pude oír bien porque estaba sentada en uno de los asientos del final.


Por fin nos adentramos en el parque, circulando por los caminos abiertos en un denso bosque; había que agacharse constantemente para que las ramas no le dieran a una en la cabeza. En un momento dado, el bosque se abrió lo suficiente para dejarnos a la vista un interesante montículo, como una especie de cortado que se recortaba en el horizonte.


Cada cierto tiempo nos parábamos, el guía se quedaba observando, y si después de un rato no veía ni oía nada, seguíamos. En una ocasión el guía nos regañó porque hacíamos demasiado ruido, y entonces tratamos de guardar más silencio, todos expectantes ante la posibilidad de ver un tigre. Vimos unas huellas de tigre y eso hizo pensar al guía que no andaría lejos de allí. Pero nada, por más que lo intentamos, el tigre no quiso pasearse ante nosotros.


Tan sólo vimos un cerdo salvaje, pavos reales, ciervos sambar y antílopes, y ya según nos acercábamos a la salida del parque, muchos monos de pelaje gris y blanco (langures de cola larga). La gente estaba decepcionada y decían que no merecía la pena hacer tantos kilómetros para venir a Ramthambore si era tan difícil ver tigres; por eso habría estado bien si al menos nos hubieran enseñado la fortaleza. De todas formas, para mi que soy una enamorada de la fauna y la vida salvaje, sí merece la pena el intento por si hay suerte de ver a un tigre, mira que si lo hubiéramos visto.


Después de desayunar, hicimos las maletas y nos fuimos del hotel. Como compensación por no haber visto un tigre, nos llevaron a unos templos en medio del campo (yo me preguntaba por qué sí había tiempo para esto pero no para ver el fuerte). Caminamos un poco junto a un río y luego aparecieron unas escaleras que había que subir. Las escaleras parecían no terminar nunca, pero por fin apareció el templo.


Había muchos monos alrededor que nos miraban al pasar.


Los paisajes que había allí eran muy bonitos, el templo estaba en un entorno privilegiado.

Primero fuimos al templo de Vishnu donde algunos se acercaron para que les bendijeran y les pusieron un punto amarillo en la frente.


Luego fuimos al de Shiva, más pequeño y metido como en una gruta. La familia que cuidaba de estos templos estaba allí y nos saludaron muy amablemente.


Esta vez nos bendijeron poniéndonos un punto rojo, aunque según me dijo el guía no es color específico para cada dios. En el hinduismo la trilogía más importante está compuesta por: Brahma (el creador), Vishnu (el mantenedor) y Shiva (el destructor).


Volvimos a los minibuses para continuar nuestro camino hasta Jaipur. Me cambié de minibús cuando me dijeron que en el otro estaban poniendo música de bhangra, que a mi me encanta. Casi todos los que estaban en ese minibús bailaban al ritmo del bhangra y yo me uní a la improvisada fiesta. La cosa iba en aumento y hasta nos levantábamos de nuestros asientos para bailar, es lo que tiene el bhangra, que como empieces ya no paras. Unos niños uniformados de colegio nos vieron y nos saludaron efusivamente. Iban en un jeep delante de nosotros y los fuimos siguiendo un buen rato. Los niños se lo estaban pasando bomba con nosotros y nos imitaban en nuestro baile.


Entre baile y baile, todavía seguía pendiente de algunas escenas de la carretera como una manada de cerdos que cruzaron delante de nosotros o unos arrozales llenos de aves limícolas en cuyas aguas buscaban alimento.


El coordinador de IDEX que iba con nosotros estaba flipando, pero también se reía porque le hacía gracia que unos españoles nos volviéramos locos con el bhangra. Cuando pasábamos por los pueblecillos la gente nos miraba perpleja y se reía; nosotros les saludábamos y bailábamos más.


En uno de los pueblos por donde pasamos había un desfile con carrozas donde algunos niños estaban disfrazados de dioses; quizás se tratara de alguna fiesta previa al Diwali. El minibús estuvo un rato parado hasta que terminó de pasar el desfile y nosotros les saludamos mientras bailábamos con la música a todo volumen.

Los indios estaban alucinados ante semejante visión, quizás debieron pensar que estábamos borrachos, lo cual no me extrañaría demasiado, pero el caso es que se reían mucho y nos saludaban. Fue una de las veces que más me reí en el viaje.

Jaipur, la ciudad rosa

A eso de las 6 de la tarde llegamos a Jaipur, una ciudad grande, caótica y con un tráfico infernal. Atrás habían quedado los pueblecitos del Rajasthán y la selva de Ramthambore; ahora estábamos en medio de una gran urbe. La ciudad moderna ha crecido mucho a partir de la antigua, y así uno puede encontrarse desde palacios y templos hasta centros comerciales. Nos llevaron hasta la oficina central de IDEX donde nos hicieron un recibimiento oficial con guirnaldas de flores y nos ofrecieron chai con galletas. Vinieron distintos miembros del personal de la oficina para presentarse, como Gaurav, uno de los directivos con el que me estuve comunicando por email en los meses previos al viaje. Nos pidieron el pasaporte para fotocopiarlo y tuvimos que rellenar un largo formulario. También tuvimos que entregar una hoja firmada de que habíamos leído el código de conducta y normas que había que seguir durante el voluntariado de Himachal. Aquel fue el comienzo de una serie de formularios, cuestionarios y otros documentos de IDEX que tuvimos que rellenar durante el viaje. Para mi fue doblemente tedioso porque además de tener que preocuparme de rellenar los míos, tenía que estar detrás de la gente para que entregaran los suyos, y de verdad que siempre faltaban algunos. Por otro lado, todo aquel protocolo demostraba lo profesional que era esta organización.


A continuación nos contaron el programa de los próximos días en Jaipur y nos lo entregaron por escrito. También nos dieron la información de las familias de acogida en cuyas casas nos alojaríamos en los próximos tres días. Nos distribuyeron en un total de seis familias, a razón de 3 de nosotros por familia. A mi me pusieron con Carmen, mi excompañera de piso, en la casa de la familia Agrawal, y el último día también estarían con nosotras Marisa y Miguel, que llegaban a Jaipur en un par de días. Abajo nos esperaban las familias para llevarnos a sus casas. Según bajaba las escaleras me preguntaba cómo sería nuestra familia, si nos encontraríamos agusto en su casa y cómo resultaría la convivencia con ellos. Allí estaba Mr. Agrawal, el padre, un señor que se dedicaba a la joyería. Nos saludó y nos dijo que como él había venido en moto, nosotras iríamos en un auto-rickshaw (tuk tuk como aquí dicen) hasta la casa. Nos despedimos de los demás deseándoles suerte y así nos embarcamos en esta nueva aventura.

Era la primera vez que montábamos en tuk tuk, y además en las bulliciosas calles de Jaipur por la noche, algo que casi parecía como estar en un parque de atracciones. Entre acelerones y frenazos, y esquivando todo tipo de vehículos, íbamos avanzando entre el tráfico, a ritmo de música de bollywood (eso sí, no podía faltar la música de acompañamiento).

Por fin llegamos a la casa de la familia, y vaya casa, una mansión a todo lujo; se notaba que el señor era joyero. Su mujer, ama de casa, nos esperaba en el salón, con su bonito sari y muy sonriente. Nos sentamos en el sofá un rato para hablar con ella y a cada cosa que decíamos movía la cabeza de un lado a otro, haciendo este gracioso gesto que tienen los indios para asentir, y que a veces nos confunde. Nos enseñó el jardín donde había una casita en la que vivía su chófer junto a su familia. Después nos hizo pasar a la cocina donde nos sentamos para cenar. La comida era simple y a mi parecer un poco escasa: arroz blanco, un poco de verdura, dhal y chapati. Por allí pasó su hijo adolescente que apenas nos saludó y que ni se detuvo a hablar con nosotras. La señora también nos habló de una hija a la cual nunca llegamos a ver. Cuando terminamos, subimos a nuestra habitación, despidiéndonos de ella hasta el día siguiente. Compartíamos la habitación con una chica rusa que estaba haciendo unas prácticas remuneradas durante unos meses en Jaipur. Hablamos un rato con ella, pero luego se marchó y volvió más tarde cuando ya estábamos durmiendo.

Al día siguiente nos levantamos muy temprano porque a las 8 nos venía a buscar el tuk tuk para llevarnos a la oficina de IDEX. Habíamos quedado todos allí para ir de excursión a la Fortaleza de Amber y luego teníamos muchas más cosas, así que teníamos una agenda de lo más apretada. Cuando bajamos a desayunar, el padre de la familia estaba haciendo yoga mientras la madre nos preparaba el desayuno. De nuevo fue un poco escaso: un poco de pouridge salado (avena cocida), un plátano y unas galletas. El señor seguía haciendo yoga tan tranquilo sin importarle que estuviéramos allí, eso es que es muy disciplinado y no deja de hacerlo ni un sólo día. Pensé en preguntarle más tarde y así tener tema para una conversación, ya que las dos practicábamos yoga también. Nuestro tuk tuk llegó y nos marchamos, de nuevo al parque de atracciones del tráfico de Jaipur.

Al llegar a la oficina ya estaban algunos del grupo y otro fueron llegando poco después. Todos hablaban animadamente de sus experiencias con sus respectivas familias y había de todo; desde los que tuvieron que dormir en sucios cuatrichiles hasta las que estuvieron como reinas con regalos y dulces. Sin duda aquella fue una buena idea que a todo el mundo gustó y era mejor que dormir siempre en hoteles. Nuestro autobús llegó y nos subimos a él. Así fuimos avanzando por las calles de Jaipur camino de la Fortaleza de Amber, lugar donde haríamos nuestra primera visita.

El Marajá Jai Singh II (1699-1743), gran guerrero y astrónomo, fundó la ciudad de Jaipur en 1727, cuando el Imperio Mongol estaba en decadencia, y la Fortaleza de Amber también. En 1728 construyó el Jantar Mantar, magnífico observatorio que nosotros no llegamos a visitar. A principios del S. XIX, con motivo de la visita del Príncipe de Gales Eduardo VII, el marajá Ram Singh ordenó pintar de rosa toda la ciudad, color asociado con la hospitalidad. Una parte de la ciudad antigua está rodeada por una muralla con almenas y puertas. Anchas avenidas la dividen en rectángulos, cada uno especializado en un oficio, y hay varios bazares.

La Fortaleza de Amber, a 11 Km al norte de Jaipur, era el fuerte-palacio donde estaba situada antes la capital del estado de Jaipur. La construcción del fuerte fue iniciada en 1952 por el marajá Man Singh, y ampliada luego por los Jai Singhs antes de desplazarse hacia Jaipur a principios del S. XVIII. Nos bajamos del autobús en un sitio desde podíamos ver la magnífica panorámica de la fortaleza resguardada por imponentes muros y allí hicimos nuestras primeras fotos.

Después continuamos en autobús hasta llegar a la entrada principal y allí teníamos la posibilidad de subir hasta el fuerte de manera triunfal a lomos de un elefante.

A pesar de que la broma costaba 550 Rs, decidimos hacerlo todos, ya que no nos podíamos ir de la India sin probar aquello. Así que nos fuimos subiendo de dos en dos a los elefantes y yo le di mi cámara a uno de los compañeros del grupo para que me hiciera fotos allí subida.

Mientras subíamos a lomos del elefante, podíamos contemplar bonitas vistas como estas.


Por el camino, no pararon de acosarnos los vendedores, sobre todo los que vendían sombrillas. Hubo uno que nos acompañó durante toda la subida intentando convencernos para comprarle una de sus coloridas sombrillas. Cuando le pregunté el precio, me dijo que era 10 Rs, lo cual me extrañaba por ser muy barato. Decidí comprarla porque hacía mucho sol pero no estaba segura si podría cargar con aquel estorbo durante todo el viaje, aunque por ese precio poco importaba. Cuando estábamos llegando, fui a darle el dinero y entonces él exclamó que no eran 10 Rs, sino 10€. Parecía indignado porque yo había supuesto que eran 10 Rs, pero eso es lo que dijo, seguramente para convencerme de que la cogiera. No fue la única vez que me pasó aquello en la India, que te dicen un precio y luego es otro. Finalmente le devolví la sombrilla, igual que hicieron otras chicas del grupo, así que el pobre no vendió ni una.


Hicimos nuestra entrada triufal al palacio por una enorme puerta arqueada que iba a parar al enorme patio Jaleb Chowk donde los turistas se bajaban de los elefantes. Entonces el hombre que manejaba al elefante aprovechó para pedirnos dinero, explicándonos que era para mantener al elefante, que era algo muy costoso para él. Enseguida me di cuenta de que era una excusa para llevarse una propina, así que yo me hice la loca como si no le estuviera escuchando. Al llegar al sitio donde teníamos que desmontarnos vi un cartel que advertía a los turistas que no dejaran propinas a los señores de los elefantes, pues ya tenían su salario. Cuando me volvió a pedir, le señalé el cartel y entonces ya no insistió más. De todas formas, más de uno del grupo acabó por dar propina al no haber visto los carteles antes. Los muy listos te van pidiendo el dinero antes de llegar, pero menos mal que el nuestro lo pidió casi al final. Yo me preguntaba cómo sería la vida de aquellos elefantes, cómo los tratarían y cuántas horas al día estarían haciendo aquel trayecto.


Los coordinadores de IDEX nos reunieron a todos y nos presentaron al guía turístico que nos iba a hacer la visita guíada en la fortaleza. Subimos unas escaleras hasta una puerta bastante ornamentada que sirve de acceso al Templo Shiva Deli. Desde allí había una buena panorámica del patio y lo que había detrás.


El guía nos sentó en unas escaleras un poco apartadas del bullicio para comenzar su explicación. Como le dijimos que había gente que no entendía bien el inglés, se tomó el cuidado de hablar muy despacio y claro, y dejando pausas para que los que sabíamos inglés pudiéramos traducir. Desde allí podíamos apreciar el pueblo de Amber hacia abajo y hacia arriba las rojizas murallas del Fuerte Jaigarh (el Fuerte de Amber se encuentra dentro de éste, como si fueran dos fuertes en uno). Justo detrás teníamos el Diwan-i-Aam, donde eran recibidas las audiencias públicas por parte del marajá.  Es una sala abierta por tres partes, con doble hilera de columnas de arenisca rosa y amplias cornisas. El guía nos contó que para los colores de las paredes se utilizó polvo de piedras preciosas que se pusieron con la técnica del fresco.


Cuando nos levantamos para continuar la visita, fuimos hacia la puerta más espectacular del complejo palaciego, la Ganesh Pol, llamada así por la imagen del dios-elefante que está en el centro del arco; esta puerta da entrada a las habitaciones privadas del marajá. Está decorada ricamente con frescos y mosaicos, y tiene ventanas de celosía llamadas donde las mujeres podían asomarse sin ser vistas. Dentro del palacio visitamos varias estancias como la sauna y los baños, de las que el guía nos contó interesantes cosas. Levantando la vista hacia el techo vi algunos murciélagos colgando.

Después llegamos al tercer patio, cuyo centro está ajardinado (Aramb Bagh). En el lado este está el Divan-i-khas o sala de las audiencias privadas, que lleva el nombre de Jai Mandir. Es una lujosa sala decorada con mármol blanco y con mosaicos, tanto el techo como las paredes.

También está la sala de los espejos, Sheesh Mahal, que aprovecha la incrustación de pequeños espejos para que con una sola vela se iluminara la sala por entero.


Llegando al cuarto patio, nos encontramos con la zenana, que es la parte del palacio destinada a las mujeres. Cada una tenía su habitación y se comunicaban por pasillos con la habitación del marajá. El guía nos contó que había unas sirvientas que vigilaban cada noche para saber cuando el marajá estaba ocupado con una de las mujeres, por si otra intentaba ir a visitarle. En fin, no quiero pensar cómo sería la vida de aquellas pobres mujeres, que encerradas de por vida, no tenían otro objetivo que complacer al marajá al que compartían con otras muchas. También en el cuarto patio hay un precioso pabellón de doce columnas al que se le conoce como Baradari.


Al salir del complejo, nos encontramos con los primeros encantadores de serpientes, que con una flauta trataban de mantener fuera de su cesta a una peligrosa cobra.

Bajamos por un camino diferente del que subimos y vimos estas interesantes vistas.


Y fuimos a parar a una tienda de artesanía donde el guía quería llevarnos (como siempre, para variar). Allí nos enseñaron la técnica de teñir telas con tintes vegetales y luego nos hicieron pasar a la tienda. Evidentemente no compramos nada ya que los precios son mucho más elevados que en los mercados de la ciudad que luego visitaríamos. Los minibuses nos esperaban para llevarnos de vuelta a la oficina de IDEX donde nos esperaba la comida. Esta vez decidimos darle propina al guía pues pensamos que se había esforzado en explicarnos las cosas muy bien. De camino vimos estos edificios cuyo nombre no recuerdo aunque el conductor nos lo dijo.


Después de comer subimos a la sala donde estuvimos el día anterior en la presentación. La sala, con colchonetas por el suelo, invitaba al descanso, y nosotros, que estábamos tan cansados, no dudamos en utilizarlas. Ahora teníamos una clase de hindi, sólo para aprender palabras básicas como hola, por favor, gracias, etc. Cuando llegó el profesor, que era uno de los chicos de la oficina, nos encontró bastante desganados y más de uno ya durmiendo, pero la clase no podía esperar. Yo tuve que estar bien despierta para traducir las explicaciones, que por supuesto eran en inglés, aunque la mitad de la gente siguió tumbada y casi seguro que más de uno siguió durmiendo. El profesor nos hacía repetir las palabras en hindi que nos iba diciendo, y nosotros tratábamos de repetirlas, aunque nuestra pronunciación debía dejar mucho que desear a juzgar por la sonrisa que nuestro profesor no podía reprimir. Al terminar la clase bajamos para que nos llevaran a uno de los mercados de Jaipur (aunque el nombre no lo recuerdo).


Allí estuvimos casi tres horas, desesperados por comprarnos algo de ropa india, ya que nos habíamos traído muy poca ropa (con la idea de llenar la maleta con la de aquí). Prácticamente todos nos compramos los típicos pantalones alibaba, de distintos diseños y colores, y que a las temperaturas que teníamos, eran lo más cómodo y fresco para llevar. Todas las chicas también compramos al menos un kurta, y algunos chicos también. Es una especie de blusa o camisa larga abierta por los lados. Nos dijeron que si llevábamos ropa india durante el voluntariado, sería más fácil integrarnos en la comunidad, por eso las compramos. Yo compré una para el voluntariado y otra más de arreglar que un sastre me tuvo que estrechar a mi medida. Como luego se me echó el tiempo encima, tuve que marcharme si probármela después del arreglo, y quedó tan estrecha que ni me entraba. No me quedaba más remedio que volver al día siguiente.

Después de las compras, regresamos a la oficina de IDEX donde nos esperaban las familias o los tuk tuk que nos llevarían a ellas. Allí estaba nuestro tuk tuk, con el mismo conductor de siempre, que nos esperaba con la música india a todo volumen. Cuando llegamos a casa de la familia, esta vez nos esperaba el padre para atendernos, a la madre no la vimos. Me sorprendió que nos pusiera la cena, teniendo en cuenta lo machistas que son los hombres en la India y que además su mujer era ama de casa. Le pregunté si le gustaba cocinar y me dijo que sí; es más, nos enseñó un cajón llenó de botes con distintas especias que él usaba habitualmente cuando cocinaba. Nos preguntó por la comida española, y hablando de la paella, surgió el tema del azafrán que al parecer él conocía y apreciaba mucho; incluso nos dijo que siempre que algún amigo iba a España, se lo encargaba.

Al día siguiente nos podíamos levantar más tarde porque no teníamos que estar hasta las 10 en la oficina. Sin embargo, yo no había dormido muy bien porque la chica rusa con la que compartíamos habitación tenía la manía de ducharse a las 12 de la noche o más tarde y además tirarse como una hora con el agua cayéndolo. Yo que tengo el sueño bastante ligero y que una vez me despierto me cuesta mucho volver a dormirme, me hizo una faena, así que no estaba yo muy animada aquella mañana. Por otra parte, estaba contenta porque llegaba mi amiga Marisa con su novio Miguel, que se quedarían también en esta casa. Ellos comenzaban el viaje una semana más tarde que nosotros y llegaban al aeropuerto de Jaipur aquella misma mañana muy temprano. Cuando Carmen y yo fuimos a desayunar, el padre de la familia nos dijo que ellos ya habían llegado y que estaban descansando en ese momento. Nos enseñó a preparar un chai y durante el proceso hicimos algunas fotos. También tuvimos una conversación muy interesante sobre yoga y meditación vipassana (que él también practicaba, al igual que yo).

Poco antes de que llegara el tuk tuk, Marisa y Miguel se levantaron. Estaban muy cansados pues se habían pasado la noche en el aeropuerto de Delhi y además Marisa estaba acatarrada. Llegó el tuk tuk y mientras esperábamos a Marisa y Miguel hice estas fotos enfrente de la casa. Había una vaca y la madre de la familia le sacó un plato con comida mientras su chófer la acaraciaba.


Nos fuimos a la oficina los cuatro metidos en el tuk tuk, un poco apretujados, pero caber cabíamos. Llegamos un poco tarde a la oficina y ya habían empezado con la charla de la situación de la mujer en la India. La daba una mujer irlandesa, y como traductor estaba Jeffrey, uno de los participantes del viaje que más estuvo ayudando con las traducciones. Menos mal que conté con su ayuda porque si no habría acabado agotada de tanto traducir, que cansa más de lo que parece.

Aunque algo había oído sobre el tema de la mujer india, con la charla pude conocerlo más a fondo y la verdad que resultaba escalofriante que a estas alturas la situación hubiera mejorado tan poco. Básicamente, la mujer india cuando se casaba, pasaba a ser propiedad del marido y no tenía libertad alguna. Para empezar, en la mayoría de los casos, no tenía libertad ni para elegir a su futuro marido. Además la familia de la mujer tenía que pagar una sustanciosa dote al casarse ésta, y esto hacía que los hombres muchas veces estuvieran más interesados en la dote que en la mujer. De hecho, había casos de mujeres que habían sido asesinadas por sus maridos para así poder casarse de nuevo y conseguir dote otra vez. Claro, los hombres indios podían casarse de nuevo, pero una mujer india que enviudara, ya se podía ir preparando para llevar una vida solitaria, pues aparte de que no se podía casar nunca más, era repudiada por la familia de su fallecido marido y a menudo por su propia familia también. Además a menudo las mujeres de las zonas rurales trabajaban más duramente que los hombres, como pude observar durante nuestro viaje en autobús en Rajastán, en el que vimos tantas mujeres transportando pesadas cargas sobre sus cabezas o arreglando la carretera, mientras los hombres estaban siempre tomando su chai en grupitos. Me resulta admirable que a pesar de llevar aquella vida tan dura, estas mujeres aún eran capaces de conservar la sonrisa y seguir adelante. Y me sorprendió también que no les importara ser fotografiadas, pues en Marruecos por ejemplo se molestaban mucho y se enfadaban como lo intentaras.

La siguiente charla que tuvimos fue sobre las áreas de trabajo en Himachal, estado en el que íbamos a hacer voluntariado. El indio que nos dio la charla tenía un power point preparadísimo con abundante información y fotos. La charla se nos hizo un poco larga (de hecho tuvieron que avisarle de que fuera acabando porque se nos hacía tarde) y al final no nos quedó claro que era lo que nosotros en concreto íbamos a hacer. Nos contó todo lo que hacía la organización en Himachal, pero nosotros, por el corto tiempo que íbamos a estar, no íbamos a poder participar en cualquiera de las áreas de trabajo, si no en unas concretas que ya nos dirían allí. Básicamente la organización se dedicaba a trabajar en las escuelas y los voluntarios daban clases sobre todo de inglés. Como el método de enseñanza en las escuelas indias es demasiado tradicional, y a los niños se les hace repetir la lección como loros, IDEX trataba de introducir métodos más dinámicos y participativos a través de la labor de los voluntarios. La enseñanza del inglés era muy importante para ellos, ya que en la India no todo el mundo tiene la oportunidad de aprender inglés, y en realidad sólo la gente que tiene acceso a una buena educación habla bien inglés (yo me sorprendí de los mal que los indios hablan inglés y de la cantidad de ellos que no entendían ni una palabra). IDEX también tiene voluntariado en orfanatos y programas para mujeres.


La siguiente actividad iba a ser mucho más lúdica y nos iba a servir para despertarnos un poco después de tanta charla: una clase de baile Bollywood. Vino un profesor a darnos la clase en la misma sala donde estábamos. No teníamos mucho tiempo antes de comer, así que empezamos rápidamente. El profesor nos enseñó dos coreografías que no pudimos aprender muy bien por el poco tiempo que teníamos. La verdad que he tenido mejores clases de Bollywood en España, pero también es cierto que había poco tiempo y éramos muchos. Por lo menos nos reímos bastante, eso sí. Una de las canciones de la clase era muy popular en ese momento y la escuchábamos por todas partes, tanto que acabó por convertirse en la banda sonora de nuestro viaje. Aquí podéis ver el viodeclip de esta canción: http://www.youtube.com/watch?v=iQOV3rnGUF0&feature=youtu.be


Después de comer teníamos tres horas de tiempo libre antes de ir a un famoso cine donde íbamos a ver una película de Bollywood. En ese rato no íbamos a tener guía, así que decidimos hacer una caminata siguiendo un recorrido que proponía la Lonely Planet. Nuestro punto de partida era Panch Batti, y desde allí tuvimos que callejear hasta entrar en la ciudad amurallada. No fue necesario llegar a la parte turística para que ya todo nos llamara la atención. Nos parábamos a hacer fotos de las escenas callejeras a cada rato, ya fuera una tienda, un puesto de comida, las vacas, los monos, los niños, las mujeres con sus saris,…


Una cosa que nos gustó mucho fue el barrio de los talladores de mármol donde están todos los escultores, uno al lado del otro, trabajando en sus esculturas. A ellos les fotografíamos también.


Pasamos por bazares como Kishanpol y Tripolia. Las tiendas eran de lo más colorido y vistoso. Como el Diwali estaba cerca, vendían muchas guirnaldas de colores para decorar y flores también. No faltaban las tiendas que vendían los tintes en polvo, que colocados en montoncitos, quedaban muy vistosos para la foto. Entramos en un templo donde vimos a unos personajes tocando instrumentos tradicionales, a los que por supuesto también fotografíamos. Y así constantemente, no parábamos de hacer fotos porque todo, absolutamente todo llamaba nuestra atención. No os podéis imaginar la cantidad de fotos que tengo de aquel paseo por Jaipur; difícil hacer una selección para ponerlas aquí.


La India es un país tan colorido y vistoso, y tan animado y bullicioso, que es imposible aburrirse. A veces sentía que tenía una sobrecarga de sensaciones e información, pues constantemente había cosas que llamaban mi atención. La otra cara de la moneda es que ves mucha suciedad y pobreza, y eso también lo reflejamos en algunas de nuestras fotos. A menudo se acercaban niños pequeños o madres con bebés a pedirnos dinero, pues para ellos nosotros somos los ricos occidentales. Me fastidia que en países en vías de desarrollo piensen que por estar viajando allí estoy forrada, pero supongo que incluso el más pobre de los mochileros es rico comparado con muchos de ellos, que ni por asomo se podrían plantear viajar en toda su vida.


Llegamos a la Puerta de Tripolia, entrada principal con tres arcos del Palacio de la Ciudad, el cual no tuvimos tiempo de visitar. Por fin nos encontramos con uno de los sitios que más ganas teníamos de ver: Hawa Mahal o palacio de los vientos. Fue construído en 1799 por deseo del Marajá Sawai Pratap Singh y fue concebido con la intención de aumentar el tamaño del harén y permitir a estas mujeres observar la vida de la calle sin que nadie las pudiera ver desde fuera. La fachada, que en realidad es lo único que se conserva en la actualidad, se asemeja a la cola de pavo o a la corona de Krisna, a quién el marajá tenía una gran devoción. Se trata de una estructura piramidal de cinco plantas en la que las dos últimas se estrechan. Construído en arenisca rosa y con incrustaciones blancas realizadas en óxido de calcio alberga un total de 953 pequeñas ventanas. A través de dichas ventanas entra el aire de la calle, manteniendo un ambiente fresco incluso en los meses más calurosos, de ahí viene el nombre del palacio.

Por allí había bastantes monos, como siempre.


Después de hacer las fotos de rigor, nos separamos porque no todos querían hacer lo mismo. Unos querían caminar un poco más antes de regresar, otros querían ver tiendas y yo tenía que ir como fuese al bazar de ayer para que me volvieran a coser el kurta que me habían estrechado demasiado. Marisa y Miguel, que no estuvieron ayer en el mercado, me acompañaron porque querían verlo y hacer algunas compras. Nos costó mucho encontrar el mercado porque a mi todas las calles me parecían iguales y me sentí desorientada. Menos mal que vi aparecer a Jeffrey y él nos llevó hasta el mercado. Por la hora que era, ya no íbamos a tener tiempo de ver la película. Los demás ya se habían ido para allá pero nosotros nos quedamos de compras. Yo conseguí arreglar mi kurta y me compré algunas cosillas más como una camiseta (me hacía falta desesperadamente), otro pantalón (tengo que reconocerlo, es un vicio) y unas pulseras.

Después de las compras, tratamos de ir andando hasta el cine, pero cuando preguntábamos no nos aclarábamos mucho, así que después de un rato caminando, decidimos coger un tuk tuk. Cuando llegamos al famoso cine Raj Mandir (uno de los más grandes y antiguos de la India) la película estaba acabando. Aún así, conseguí convencer al de la puerta para que nos dejara pasar, explicándole que nuestro grupo estaba dentro y que no pudimos llegar a tiempo, pero que al menos queríamos ver el interior del cine. El de la puerta fue a preguntar a alguien y al rato volvió para decirnos que podíamos pasar. Cuando entramos a la sala, la gente ya se estaba marchando y las luces ya estaban encendidas, así no vimos nada de la película, pero al menos hicimos algunas fotos.


Encontramos al resto del grupo fuera. Al final resultó que casi nadie se había quedado a ver la película completa, pues según me contaron era de unos mafiosos muy machistas que estaban siempre de pelea y tratando de ligarse a mujeres que iban con poca ropa. Los que se quedaron fue más por el espectáculo que allí se monta, pues los indios en el cine se expresan de lo lindo, aplauden y se levantan a bailar si el momento lo requiere. Me hubiera gustado ver algo, qué pena, pero el tiempo se nos echó encima. Los demás salieron en mitad de la película y se fueron a dar un masaje ayurvédico en un sitio que había por allí cerca o de compras al bazar.

Los tuk tuks y las familias con sus coches fueron llegando para recogernos. Antes de marcharnos nos despedimos de Raby, uno de los coordinadores, que terminaba hoy su trabajo con nosotros. Me daba pena que se fuera porque la verdad que demostró ser muy responsable, quizás demasiado serio a veces, pero hizo muy bien su trabajo al fin y al cabo. El tuk tuk nos llevaba por las caóticas calles de Jaipur a toda velocidad con la animada música de Bollywood de acompañamiento como siempre. Al llegar a la casa de la familia, allí nos esperaba el padre con la cena (la madre estaba descansando como la noche anterior). Después de cenar nos llevó a una habitación donde tenía sus joyas, ya que Carmen y Marisa querían verlas por si compraban algo. Nos enseñó piedras que compraba en distintos países, y cuando le pregunté que por qué se iba fuera a comprarlas, me dijo que en la India no las había de buena calidad (cosa que me sorprendió, pues yo pensaba que había muchas). Las chicas al final compraron amatistas y el hombre se quedó tan contento. Hasta nos dio su tarjeta por si alguna vez queríamos hacer negocio con él y vender sus joyas en España.

Al día siguiente nos marchábamos de Jaipur, y antes de despedirnos de la familia, nos hicimos las fotos de rigor con ellos. Nos dijeron que si alguna vez volvíamos a Jaipur, que no dudáramos en contactar con ellos para ver si era posible alojarnos allí de nuevo, y nos dieron su dirección y teléfono.

El camino hasta la oficina de IDEX en el tuk tuk hoy fue un poco más complicado, pues íbamos los cuatro más nuestros respectivos equipajes, así que no era muy cómodo como os podéis imaginar. Los minibuses nos esperaban en la oficina de IDEX para llevarnos a Pushkar donde hoy íbamos a iniciar nuestro safari en camello por el desierto de Thar. Según salíamos de la ciudad, me fui despidiendo mentalmente de Jaipur, caótica y sucia por un lado, pero con numerosas joyas que ofrecer por otro. Un ejemplo más de las contradicciones de la India.

Pushkar y el desierto de Thar

Cuando llegamos a Pushkar, fuimos directos al hotel que nos habían reservado para dejar nuestro equipaje, usar el baño y comer. Como no íbamos a dormir allí, habían reservado una habitación por cada cuatro personas. Después de dejar el equipaje, fuimos al comedor del hotel para comer, y a continuación fuimos al lugar donde nos esperaban los camellos. Allí estaban aquellos imponentes y enormes animales, a los que nos teníamos que subir, y con los que recorreríamos el desierto durante unas cuantas horas. La verdad que no lo habíamos pensado mucho hasta que llegó el momento, pero lo cierto es que subirse a aquellos bichos imponía bastante.

Mientras que los más decididos comenzaron a subirse a su camello, los demás nos quedamos pensativos mientras mirábamos a aquellos animales, sin tener muy claro si subirnos. Los camelleros nos animaron a subir y a no tener miedo; la verdad que como lo pensáramos mucho no nos subíamos. Algunos más comenzaron a subirse a su camello, y yo ante la insistencia del camellero que tenía al lado, decidí no pensármelo más. Al fin y al cabo era una oportunidad para probar algo nuevo, y ya que estábamos allí sería una pena renunciar a ello por miedo. Me subí encima, me agarré con todas mis fueras al chisme que había en la montura para agarrarse, y el camellero dió la orden al camello para que se pusiera en pie. No pude evitar gritar, cómo se movía aquello cuando se incorporaba, y una se iba toda para delante y luego para atrás, por un momento pensé que me caía. Pero luego, una vez arriba, me di cuenta de que no se estaba tan mal, y tal vez el peor momento era el de subirse. Hubo de todos modos un par de personas que no se atrevieron a subir al camello y prefirieron viajar en la carreta de la que tiraba uno de ellos con todo nuestro equipaje.


Comenzamos la excursión, mi camello encabezando la larga comitiva que no dejaba indiferente a nadie de los que por nuestro lado pasaban. Imagináos, 19 camellos con occidentales encima (bueno, todos menos dos), uno detrás de otro en una fila que parecía no acabar nunca, más un camello tirando de un carro lleno de mochilas. Además nuestras pintas del desierto eran bastante llamativas, pues nos habíamos colocado pañuelos en la cabeza y en los hombros, sombreros y gafas de sol. Inevitablemente todos nos miraban; seguro que estarían acostumbrados a ver occidentales haciendo safaris de camellos, pero tantos en un sólo grupo, posiblemente no. Al principio iba muy tensa, agarrándome con todas mis fuerzas, mientras mi camellero, que iba delante sujetando al camello por una cuerda, trataba de darme algo de conversación. Poco a poco me fui relajando y comencé a disfrutar de aquel paseo.

Atravesamos toda la pequeña ciudad de Pushkar hasta salir de ella y adentrarnos en el desierto. Yo me preguntaba cuando llegaría la parte en que se acababa la vegetación y sólo había dunas de arena, pero esa parte nunca llegó. Luego me enteré que para ver ese tipo de desierto tienes que hacer el safari en Jaisalmer, pero en la zona de Pushkar no ves el típico desierto que te imaginas. Aún así el safari estuvo divertido y sobretodo me gustó la experiencia de montar en camello.


A mitad de camino hicimos una parada para que los camellos descansaran y bebieran agua, y en ese momento aprovechamos para hacerles numerosas fotos. También los camelleros posaron para nosotros.


El desierto de Thar es una extensa región desértica situada al noroeste de India y al este de Pakistán. Tiene una longitud de alrededor de 805 km y una anchura de 485 km aproximadamente. El terreno lo forman colinas de arena onduladas, entre las que hay vegetación dispersa y elevaciones rocosas. La principal actividad de su escasa población es el pastoreo. Por el camino vimos a algunos pobladores del desierto; la mayoría volvían a casa con sus animales después de una jornada de trabajo. Como regalo poco antes de terminar la excursión, pudimos contemplar un precioso atardecer que tiñó el cielo de rojo mientras el sol se ponía.



Al llegar al campamento, nos distribuyeron en nuestras tiendas de campaña, donde había dos camas por cada una. Mi sorpresa fue que no había mantas sobre las camas y cuando pregunté por ellas, me dijeron que no las habían traído porque no harían falta. Yo que soy bastante friolera, ya empecé a temerme lo peor, porque las tiendas no se cerraban herméticamente y había rendijas por todas partes. Veremos si es cierto que no necesitábamos mantas, yo lo dudaba bastante. El caso es que en la oficina de IDEX me aseguraron que sí habría, cosa que no se había cumplido. Intenté olvidarme del tema de momento y me puse a hacer algunas fotos. En el campamento teníamos también un baño muy gracioso.


La cena dejó mucho que desear, y no sólo porque no nos gustara mucho, sino porque cada dos por tres nos encontrábamos algún que otro bichillo que caía en nuestros platos. Total, que no cenamos mucho, y aquella noche se tiró mucha comida (o quizás se la dieron a algunos de los perros que rondaban por allí).

Nos prepararon un fuego y nos sentamos alrededor. Allí se estaba genial y de momento no hacía mucho frío. La noche estrellada en aquel desierto indio, inspiró a algunos de nosotros a hacer estas curiosas fotografías, manteniendo el diafragma abierto largo tiempo (aquellos que teníamos cámara réflex).


Llegó el momento de irse a dormir, y yo con toda la ropa que tenía encima, me metí en aquella cama dentro de la tienda. Me eché por encima aquella sabanilla que no tenía pinta de abrigar demasiado y me dispuse a dormir. De momento se estaba bien y no tenía frío. Horas después me desperté tiritando, ahora sí que tenía frío. Apenas pude dormir desde entonces, y no sólo por el frío, sino porque los perros que merodeaban por allí no paraban de aullar y de hacer ruido. A veces parecía que iban a meterse dentro de la tienda, pero finalmente no se atrevieron a tanto.

Nos levantamos a las 6 de la manaña y al ir a desayunar me di cuenta de que todo el mundo tenía cara de cansancio. Por lo que me contaron, la mayoría pasó mala noche, tanto por el frío como por el jaleo de los perros. Después del desayuno hablé con el coordinador de IDEX para transmitirle mi descontento por el tema de las mantas. Quizás me puse muy seria y borde, pero es que estaba bastante enfadada por este tema y creí necesario comunicarlo. Además, yo prometí a la gente del grupo que había mantas, por lo que no hacía falta llevar saco de dormir, y eso me dejaba a mi en muy mala posición. El pobre chico bajó la cabeza apesadumbrado y me pidió perdón, prometiéndome que aquello no se volvería a repetir y que hablaría con el dueño del hotel (que es el que organizaba el safari de camellos). Me dio un poco de pena, seguramente pensó que iba a calificarle muy mal en la encuesta, pero no iba a hacerlo. Entendía que él no tenía la culpa, sino el dueño del hotel, pero creía necesario decírselo a él. Al fin y al cabo yo también metí la pata por no asegurarme de que llevaban mantas antes de salir.

Llegó el momento de subir a los camellos otra vez, aunque ya no me daba miedo y casi lo estaba deseando. Algunos del grupo decidieron volver a Pushkar andando, lo cual no fue muy acertado porque andar por la arena cansa más y más de uno acabó también con ampollas. Hubo algunos que se atrevían a ir solos en el camello, sin camellero con ellos, pero yo a tanto no me atreví. Mi camellero se subió al camello también y me fue contando cosas por el camino. Me dijo que había dormido al aire libre al lado de su camello, el cual se llamaba Jonhy y tenía nueve años. Me di cuenta de que era uno de los más grandes de todos, pues al pasar otros a mi lado, él mío siempre los rebasaba en altura.


El camellero tenía la manía de querer ir el primero y hacía correr al camello a ratos, cosa que no me hacía mucha gracia.


Cuando nos fuimos aproximando a Pushkar, empezamos a tener las primeras vistas de la ciudad con las montañas de fondo. Ya más cerca, se nos apareció el precioso templo de Brahma entre la bruma, una visión de lo más mística. Poco después pasamos junto al lago sagrado de la ciudad.


Al llegar al hotel, todos acordamos en darle propina a los camelleros, pues se habían portado muy bien, y no fue culpa suya lo de las mantas, aunque la comida dejara un poco que desear. Juntamos a todos y les dimos todo el dinero que habíamos puesto para que lo repartieran entre ellos. Se pusieron muy contentos, era evidente por lacara que pusieron. En cambio al dueño del hotel, ni una rupia de propina le íbamos a dar. Cuando llegamos al hotel, nos fuimos a las habitaciones para ducharnos y cambiarnos de ropa, y poco después llegó el guía turístico que nos iba a enseñar Pushkar.

Pushkar es una de las ciudades más antiguas en la India. Asentada a orillas del Lago de Pushkar, se desconoce su fecha de fundación, pero la leyenda asocia a Brahma con su creación. Es uno de los cinco «dhams» (lugares sagrados de peregrinaje para los hinduistas devotos). Pushkar acoge infinidad de templos aunque la mayoría no son muy antiguos ya que muchos fueron destruidos durante las conquistas del territorio por parte de los musulmanes. Los templos que ahora podemos ver fueron reconstruidos. El templo más famoso de todos es el templo de Brahma, que data del S. XIV. Este es uno de los pocos templos de Brahma que hay en el mundo.

Según íbamos caminando por la ciudad, fui haciendo algunas fotos curiosas.

El guía nos llevó hasta el templo de Brahma y nos dijo que para entrar teníamos que descalzarnos. Ya nos podíamos ir acostumbrando a aquello porque nos iba a pasar más veces durante el viaje. Quizás para los occidentales sea poco higiénico, pero si queremos entrar en los templos indios, no queda otra. Menos mal que yo tenía calcetines porque unos cuantos que vinieron con sandalias nos le quedó más remedio que caminar con los pies desnudos sobre el suelo, que no estaba muy limpio precisamente. Lo peor era que tuvimos que caminar descalzos un tramo de calle antes de entrar en el templo porque como no había sitio para dejar los zapatos, tuvimos que dejarlos en una cafetería al cuidado la mitad del grupo que entraría luego.

Cuando entramos en el templo, el guía nos contó la razón de que hubiera tan pocos templos dedicados al dios Brahma (el creador). Nos contó que él se casó con una diosa que no quería consumar el matrimonio, y por ello él se buscó otra esposa con la que sí pudo hacerlo. Furiosa, la primera esposa le condenó por aquello, ya que aún seguía casada con ella cuando se casó por segunda vez. La condena consistió en que Brahma no tendría apenas templos dedicados a él mientras que los demás dioses tendrían muchos. Sin embargo, yo leí otra leyenda en un libro sobre mitología india que explica que Brahma era bastante vanidoso y Shiva le castigó por ello declarando que no se construyeran templos en su honor y nadie le rindiera culto en ceremonias religiosas. Así es como Vishnu (el mantenedor) y Shiva (el destructor) tienen todos los adeptos (en unas ciudades se sigue más a uno y otras al otro).

El guía nos enseñó algunas representaciones de Brahma (se le suele representar con cuatro cabezas que significan el gran saber) y en una de ellas aparecían también sus dos esposas. Había un altar por el que los indios iban pasando en fila para rendirle culto y dejar una ofrenda. Por desgracia, no pudimos hacer ni una foto ya que no estaba permitido. Tan sólo pude hacer una foto de la entrada del templo pero no es gran cosa, así que no la pongo aquí. Hice también algunas fotos de la calle del mercado.


Después de visitar el templo, el guía nos llevó al sagrado Lago de Pushkar. Atravesamos la calle del mercado, que quizás más tarde tuviéramos tiempo de visitar, y nos dimos cuenta de que era el mejor de los que habíamos visto hasta ahora. Al llegar al lago, el guía nos sentó en unas de las escaleras que bajaban a él. El lago tiene 52 ghats por donde sus peregrinos bajan para bañarse en sus aguas sagradas. La verdad que el lago era precioso e invitaba a hacerle numerosas fotografías.


Entonces vino uno de los sacerdotes de Brahma para contarnos cosas. El famoso templo de Jeenmata ha sido cuidado por estos sacerdotes (bráhmanas) durante los últimos mil años. Entonces nos preguntó si queríamos hacer una ceremonia en la que haríamos unas ofrendas al dios Brahma y le podíamos pedir nuestros deseos. Le dijimos que sí y entonces vino otro sacerdote para ayudarle con la ceremonia. Primero nos sentaron a las chicas en una fila y a los chicos en otra, excepto las parejas que se sentarían juntas. A cada uno nos dieron un plato metálico con flores y un poco de pintura roja que teníamos que sostener con las dos manos (a las parejas les daban uno para compartir que tenían que sostener entre los dos). Empezaron a hacer unas invocaciones al dios Brahma a veces en inglés y otras en hindi (o tal vez sánscrito?). Pedían por que tuviéramos una buena vida en todos los aspectos, profesional, afectiva, familiar, etc, y también por tener buena salud. Luego nos dijeron que cerráramos los ojos e hiciéramos nuestras peticiones personales mentalmente. Uno de ellos pasó uno por uno y nos pintó el punto en el entrecejo con la pintura roja de los platos. Al terminar, llevamos nuestras ofrendas al lago y allí tiramos su contenido. Fue una ceremonia muy bonita que a todos nos gustó.


Después de aquello nos dijeron que podíamos dejar un donativo al templo por la ceremonia realizada, pero no era obligatorio, y que cada uno podía pagar lo que quisiese. Todos decidimos dar algo ya que los sacerdotes nos habían dedicado bastante tiempo para realizar la ceremonia y nos pareció justo. Antes de irnos nos hicimos las típicas fotos mirando al lago desde una de las ventanas del templo.


Tras aquel momento de misticismo, nos sumergimos en el bullicioso mercado con muchas prisas. Apenas quedaba una hora para estar de regreso en el hotel, donde comeríamos antes de que nos llevaran hasta la estación de tren. Nos dio rabia tener tan poco tiempo para las compras, ya que como dije antes, este era el mejor mercado. Algo nos pudimos comprar, pero a la carrera, y sin podernos entretener demasiado. En el camino de vuelta vimos algunos vistosos templos.

Yo llegué de las últimas al hotel, y es que no me apetecía nada dejar Pushkar tan rápido, pero es lo que tiene visitar tantos sitios en tan poco tiempo en un viaje. Después de comer, recogimos nuestro equipaje y nos fuimos a nuestros minibuses. Así terminaba nuestra aventura en Pushkar y en el desierto de Thar, y también nuestro viaje en Rajastán. Finalizaba la primera semana de viaje y ahora venía el voluntariado, una nueva etapa en un nuevo estado del país.


Capítulo 3: Himachal I: Voluntariado en una comunidad rural

Los minibuses nos llevaron hasta la ciudad de Ajmer, donde estaba la estación de tren más cercana a Pushkar. A las 16:30 cogimos nuestro tren a Himachal cuya hora prevista de llegada eran las 6:10 de la mañana del día siguiente. Eso significaba que íbamos a pasar más de doce horas metidos en un tren indio, pasando la noche en él, toda una aventura. Nos repartieron en tres vagones (cuando se hicieron las reservas ya no quedaban sitios para estar todos juntos) y nos acomodamos lo mejor que pudimos en nuestros provisionales aposentos. Metimos las mochilas debajo de los asientos-cama y las enganchamos con cadenas para mayor seguridad. El tren comenzó a avanzar y horas después paramos en Jaipur, una de las paradas durante el recorrido. Por la noche, cuando ya estábamos metidos en nuestras camas, llegamos a Delhi y se subió bastante gente. Teníamos las cortinillas echadas pero más de uno se asomó a donde estábamos. Se armó mucho jaleo hasta que la gente encontró sus sitios y se acomodó; después el viaje continuó sin problemas.

Al día siguiente el coordinador de IDEX nos fue despertando con tiempo para poder prepararnos antes de llegar. Cuando fuimos al baño nos encontramos con que estaba muy sucio y olía fatal, así que más de uno no quiso entrar; otros no tuvimos más remedio que hacerlo. La verdad que el tema de los baños en India está fatal. No es fácil encontrar uno cuando estás viajando y más difícil es que esté limpio. Cuando llegamos a la estación de Chakki Bank, en Himachal, algunos intentaron ir allí al baño, pero estaba aún peor que el del tren y salieron despavoridos. Luego nos esperaban cuatro horas de carretera hasta el campo de voluntarios de IDEX, así que la cosa no estaba fácil. Algunos intentaron esconderse detrás de algún árbol cerca de la estación pero otros prefirieron esperar.

En la estación nos esperaban un minibus y un jeep para llevarnos a Bundla, el pueblo donde estaba el campo de IDEX. El camino se nos hizo largo pues estábamos cansados, y la carretera era mala y con muchas curvas. En este viaje sí que pasamos miedo porque era una carretera estrecha y muchas veces venían vehículos de frente. El conductor demostró gran destreza esquivándolos pero nosotros no pudimos evitar llevarnos más de un susto. Paramos a mitad de camino en un bar de carretera muy cutre para desayunar. Resulta que tampoco había baño, así que tuvimos que buscarlo en algún lugar de la cuneta de la carretera. Cada vez teníamos más ganas de llegar, llevábamos demasiadas horas de viaje. Lo mejor de todo eran las vistas, muy bonitas, con las montañas Himalaya al fondo y todo verde.


Por fin llegamos al campo de voluntarios de IDEX, en concreto al edificio donde estaba la oficina de Himachal, el comedor y algunas de las habitaciones para voluntarios. En la puerta nos esperaban algunas de las indias que trabajaban allí, y nos hicieron el recibimiento oficial poniéndonos el punto rojo en la frente.


Subimos a la planta de arriba donde también había colchonetas para sentarse como en la oficina de Jaipur. Allí nos presentamos todos y ellos se presentaron también (las mujeres que nos recibieron y el director). A continuación nos hablaron del programa que realizaríamos durante aquella semana, de las normas, los horarios, etc. Nos explicaron que había tres áreas de voluntariado para la mañana (pintar una guardería, pintar un muro del pueblo y educación para la salud en escuelas) y tres para la tarde (primeros auxilios, enseñar a montar en bici a adolescentes y juegos para niños). Teníamos que elegir una para la mañana y otra para la tarde, así que tuvimos que distribuirnos en grupos. Yo elegí pintar una guardería por la mañana y enseñar primeros auxilios por la tarde.

Después nos distribuyeron en las habitaciones que tenían capacidad para 4 personas, con dos literas y sus mosquiteras incluidas. Teníamos un baño que no tenía agua caliente (había que salir a la terraza y cogerla de un grifo que allí había) ni ducha (tenímos unos cubos y unas jarritas de plástico para echarnos el agua).

Las vistas desde las habitaciones eran fabulosas, las impresionantes montañas Himalaya frente a nosotros.

Pronto descubrimos que los monos se paseaban por los balcones donde tendíamos la ropa. De hecho un día al volver del voluntariado, una de las chicas del grupo se encontró un mono en su habitación que había entrado por la ventana, y el tío estaba tan tranquilo encima de su cama, después de haberse comido la fruta que habían comprado el día anterior (que como muy listos que son, habían encontrado).


Por la tarde nos llevaron a ver Palampur, la ciudad más cercana, o quizás pueblo grande más bien. No tenía mucho encanto y no había nada especial que ver allí. Recorrimos el mercado pero no nos gustó nada. Allí no había turistas y lo que allí se vendía no era turístico, sino cosas que compran los indios habitualmente. Después de un par de horas allí nos recogieron para llevarnos de vuelta al campo de IDEX.


Poco después nos dieron la cena. La comida allí estaba bien, no era casi nada picante, y todo parecía higiénico y limpio. Había un tablón con el menú de cada día y en general era bastante variado.


Cada mañana teníamos una clase de yoga opcional a las 7, y aunque los dos primeros días fuimos casi todos, los demás ya sólo fuimos unos pocos. Con el paso de los días la gente iba estando más cansada y cada vez tenían menos ganas de madrugar.

Después desayunábamos y sobre las 9 nos marchábamos a nuestra área de trabajo. A nosotros nos dejaron algunos trapos viejos para taparnos, ya que con la pintura nos mancharíamos, y yo además me traje ropa vieja que pensaba dejar allí al terminar el voluntariado. La coordinadora que nos acompañaba cada día se llamaba Ajita, una de las que nos recibió el día anterior.

Un minibús nos llevaba hasta el pueblecito donde estaba la guardería en la que trabajábamos. Los niños que habitualmente estaba allí, tuvieron que estar fuera para que pudiéramos trabajar, pero podíamos verlos con sólo asomarnos a la ventana. Dos voluntarias noruegas se ocupaban de ellos junto con una profesora local. La verdad que eran una monada y nos encantaba mirarlos de vez en cuando o en los descansos. Ellos también nos miraban con curiosidad y cierta sorpresa cuando estábamos cerca.


El primer día nos tocó lo más duro: vaciar la estancia de muebles, quitar posters de la pared y limpiar. Para los que somos alérgicos al polvo fue horrible como os podéis imaginar pues las cantidades de polvo allí acumuladas eran importantes. Además, durante el proceso de limpieza, numerosas arañas gigantescas salieron de todas partes despavoridas, y nosotros huíamos de ellas aún más despavoridos, con algunos gritos incluídos por el susto de verlas aparecer de repente. Menos mal que Ajita y una señora del pueblo se prestaron a sacar a las bicharracas de allí con una escoba, entre risas por nuestra desmesurada reacción. Pero de verdad que las arañas imponían lo suyo, por mucho que ellas se empeñaran en decir que no eran peligrosas y que no hacían nada.

Al día siguiente pintamos las paredes con pintura blanca y las ventanas y puerta con pintura marrón, pero lo mejor llegó el tercer día de la semana cuando ya empezamos a dibujar en las paredes lo que habíamos diseñado antes sobre el papel. Llenamos las aburridas paredes de divertidos dibujitos para niños, que era lo suyo para una guardería. La verdad no sé cómo los pobres podían estar metidos antes en aquella habitación tan fea y tan sucia. Pintar los dibujos nos llevó lo suyo, y es que ya que nos poníamos, queríamos hacerlo bien y dejamos que saliera nuestra creatividad y talento artístico. Algunos colorearon más que dibujar, pero todos pusimos allí nuestro trabajo de una u otra manera. A veces entraba gente del pueblo, sobretodo niños, a mirar cómo trabajábamos y se quedaban mirando detenidamente nuestros dibujos.


Cuando llegó el viernes, íbamos apurados de tiempo y al final algunos de nosotros tuvimos que volver por la tarde para terminar. Parece que Ajita y la profesora quedaron contentas con nuestro trabajo, y nos lo agradecieron mucho. En estas fotos podéis ver el resultado de aquellos cinco de trabajo en el interior de la guardería.


Por la tarde iba al voluntariado de enseñar primeros auxilios a niños entre 8 y 12 años. Ajita también era la coordinadora de este grupo de trabajo y nos acompañaba al colegio donde hacíamos la actividad. Era una actividad extraescolar y se quedaban los niños que querían después de las clases. Les enseñamos cosas básicas cómo qué hacer en caso de hemorragia, cómo curar una herida o una quemadura, qué hacer en caso de mordeduras y picaduras, cómo actuar ante un desmayo, etc.


Intentamos hacer las clases interactivas, preguntando a los niños primero si habían estado en aquellas situaciones y qué habían hecho, o si sabían lo que tenían que hacer, y a veces metíamos algún juego o competición con preguntas para que se les hiciera más ameno. Hablábamos en inglés pero Ajita les traducía al hindi ya que muchos de ellos no entendían bien el inglés. Los niños se portaron bastante bien en general y demostraron interés; sólo en algunas ocasiones Ajita tuvo que regañarles, pero no fueron muchas. Durante las clases otros niños se acercaban a mirar pues les daba curiosidad nuestra presencia.

Después del voluntariado de la tarde, teníamos algo de tiempo libre para cenar. Algunos días fuimos a dar una vuelta por los alrededores. Había un camino que bajaba desde la carretera hasta un enorme puente, y después de cruzarlo, seguíamos caminando hasta la orilla del río. A ambos lados del camino que bajaba al río había unas piedras enormes pintadas de colores. Luego nos quedábamos un rato relajándonos o meditando junto al río, hasta que empezaba a oscurecer.


Otro día fui al pueblo con algunas amigas y nos compramos unas telas para hacernos unos trajes de punjabi para ponérnoslos el día de Diwali. Había un sastre en el pueblo de Bundla, a tan sólo diez minutos andando desde el albergue de voluntarios, y le entregamos las telas para que nos hiciera los trajes. Nos tomó las medidas y nos preguntó como queríamos las mangas, el cuello, el pantalón, etc. Nos hicimos algunas fotos durante el proceso, fue divertido.


La cena era a las 7 de la tarde y después nos quedabámos un rato por allí, en el internet, jugando a las cartas, tomando un te o subíamos a la sala de reuniones para hacer algo, pero tampoco nos acostábamos muy tarde porque al final del día estábamos rendidos. Así transcurrió la semana de voluntariado, sólo cinco días, pero al menos sirvió para hacernos una idea de lo que IDEX hacía en la zona. Para ser corto, estuvo bien organizado y aprovechado, y nos lo pasamos bien, sobre todo por el contacto con los niños que nos parecieron encantadores.


Capítulo 4: Himachal II: Trekking en las Himalaya y visita a pueblos tibetanos

Salimos a las 6:30 de la mañana del sábado 22 de Octubre del campo de Idex con dirección a Dharamsala, famoso por ser la residencia del Dalai Lama parte del año y punto de inicio de muchas rutas de senderismo en las Himalaya. En este viaje venía un nuevo coordinador de Idex que ya iba a ser el que nos acompañaría hasta el final del viaje. Se trataba de Pakaj, el profesor de yoga y uno de los coordinadores de voluntarios (los que estuvieron pintando en el muro de la carretera). Íbamos bien equipados con nuestra ropa, mochila y botas de senderismo, y con toda nuestra ilusión de realizar esta ruta. Para mi era uno de los días más esperados del viaje, uno de mis grandes sueños a punto de hacerse realidad.

Llegamos a Dharamsala dos horas más tarde, después de viajar por una carretera llena de curvas en la que más de uno acabó mareado. De ahí fuimos a Bhagsu Nag, lugar donde íbamos a desayunar y a comenzar nuestra ruta. Bhagsu Nag estaba cerca de McLeodganj, situada a unos 9 km de Dharamsala, a 2082 metros de altura en pleno Himalaya. Es como si fuera un suburbio de Dharamasala y está en el mismo distrito, Kangra. Es en realidad donde está la residencia del Dalai Lama y del resto de su gobierno, donde viven exiliados, junto con numerosos refugiados tibetanos.


En el restaurante donde íbamos a desayunar nos recibió el guía de la agencia de trekking. Nos explicó la ruta que íbamos a hacer y nos enseñó un mapa para ver el recorrido. Íbamos a caminar hasta Triund, a 2842 m de altura sobre el nivel del mar y a unos 9 km de McLeodganj, siguiendo una vieja ruta que usaban estacionalmente los pastores «Gaddi» de los valles Chamba y Kangra. Esta caminata lleva unas 4 horas desde McLeodganj, y después opcionalmente podíamos continuar un par de horas más hasta Snow Line, el glaciar más cercano de Himalaya, a tan sólo 13 km de distancia. En este mapa que he hecho yo en plan casero a partir de Google Earth, se puede ver el recorrido. No estoy muy segura si está bien trazado, lo he hecho a ojo, pero sirve para dar una idea de la ruta que hicimos. La ruta no era circular pues al día siguiente volvíamos por el mismo camino por el que vinimos.

Después de desayunar comenzamos la caminata. Unos perros callejeros nos empezaron a seguir, y así continuarían durante toda la ruta, adoptándonos como parte de su manada. Nada más empezar teníamos una subida con mucha pendiente que dejó a muchos sin aliento, así que decidimos tomárnoslo con tranquilidad e ir cada uno a su ritmo. Rápidamente se crearon dos grupitos, unos que iban más rápido y otros más despacio que seguían a cierta distancia. Yo iba a la cola de los que iban más rápido con otras tres amigas, ya que también queríamos ir parando a veces para disfrutar de las vistas y no ir tanto a la carrera. Así que casi se podría decir que se formaron tres grupitos, con lo que teníamos que ir esperándonos cada cierto tiempo en las tea-houses o tiendecillas que había a lo largo del camino para volvernos a juntar.

Primero nos encontramos con un bosque de roble plateado y cedro del Himalaya, que fue abriéndose a medida que fuimos ganando en altitud. Entonces teníamos ante nosotros las impresionantes vistas de las montañas y abajo el Valle del Kangra con McLeodganj y otras poblaciones cercanas al fondo. Merecía la pena parar cada cierto tiempo para contemplar las vistas que iban ganando en belleza según subíamos. Me sentía privilegiada y agradecida de poder estar allí, y no paraba de repetirme que estaba haciendo trekking en las Himalaya, no en la sierra de Madrid como es habitual. Era increíble estar viviendo esta experiencia, y es que a mi las montañas siempre me emocionan, más que cualquier monumento por bello que sea (como ya dije anteriormente). Quizás sea la sensación de amplitud y libertad que siento cuando estoy en ellas lo que me hace sentirme tan bien y con tanta energía positiva.


Una vez que alcazamos Triund, nos encontramos enfrente del pico Dhauladhar, que está a 4800 m sobre el nivel del mar, entre otras montañas que había alrededor. Los pastores y algunos senderista cruzan el Paso Indrahar y Jot (a 4342 m de altura) para alcanzar Chamba. Nosotros no íbamos a acometer semejante proeza y nos conformaríamos con llegar al famoso glaciar de Snow Line (creo que aunos 3000 m de altura) desde donde podríamos contemplar aún mejores vistas. Pero antes de hacer la segunda etapa de la ruta teníamos que reponer fuerzas, así que nos dispusimos a descansar y a comer.


Nuestro «pack-lunch» era de lo más cutre y me arrepentí tremendamente de no haberme traído algo de comida aparte. Simplemente había un triste sandwich de tomate y pepino, un plátano, un zumo de manzana exageradamente dulce, un bollito industrial y una chocolatina. Los perros se sentaron a nuestro alrededor a ver si les caía algo, pero esta vez no tuvieron mucha suerte. Después de comer aquello me quedé con hambre, como casi todos los demás, pero mucho me temía que hasta la hora de la cena no podría comer más. El tiempo se estaba poniendo feo y unas nubes negras estaban cubriendo el cielo amenazando lluvias. Decidimos no perder más tiempo y empezar a caminar lo antes posible, no sea que empezara a llover y tuviéramos que cancelar la ruta.

Aproximadamente la mitad del grupo se quedó en Triund y se fueron con los cocineros y al refugio de montaña donde íbamos a dormir. El resto nos animamos a caminar hasta Snow Line a pesar de la cada vez más inminente amenaza de lluvia. Los perros nos siguieron; por supuesto, tenían que protegernos. La subida ya empezó a ser dura desde un primer momento y a mi estaba dejando sin aliento. Dos personas del grupo decidieron volverse para atrás y Pankaj, el coordinador de Idex, tuvo que acompañarles al refugio. Los demás seguimos para arriba, aunque debo decir que yo estuve más que tentada de volverme porque me estaba costando respirar. Luego me alegré enormemente de haber continuado, a pesar de que el tiempo no fue muy bueno.


Poco a poco la subida se hizo menos costosa o yo ya estaba cogiendo el ritmo porque respiraba mejor. La niebla bajó mucho y apenas se veía nada, tapándose completamente las vistas. La niebla daba un aspecto de lo más misterioso al bosque de cedros y robles que estábamos atravesando. Cuando llegamos al final de la ruta, donde se encontraba una tea-house (supongo que el último y el de mayor altitud), estábamos rodeados de una espesa niebla que no permitía ver absolutamente nada. También hacía mucho frío ahí arriba, así que nos acercamos al tea-house para tomar un chai. El señor que lo llevaba nos dijo que era una pena que no pudiéramos ver las impresionantes vistas que se ven desde allí, lo cual sólo sirvió para acrecentar nuestra decepción (casi mejor que no hubiera dicho nada). Desde allí se podía hacer una ruta hasta el templo Shri Kunal Pathri Devi pero nosotros no lo íbamos a hacer; bastante que habíamos conseguido llegar hasta allí en aquellas condiciones meteorológicas.


Nos sentamos enfrente de la tea-house a tomar el chai mientras esperábamos a que la niebla se levantara, aunque todo pintaba a que iba a seguir así mucho tiempo. De repente empezó a granizar, sí a granizar, y los granizos que caían eran bien grandes y sólidos, vamos que podían hacer bastante daño si a uno le caen encima. Nos refugiamos dentro del techado de entrada de la tea-house y los perros también se metieron ahí. Uno de ellos se quedó fuera porque los otros no le permitían entrar, de hecho le atacaban si lo intentaba. Me dio una tremenda pena ver al pobre perro fuera con todo el granizo cayéndole encima y sin tener donde refugiarse.


De repente llegaron un grupo de indios jóvenes y se metieron en la tea-house. Venían de las montañas de enfrente y me sorprendió lo poco equipados que iban para el senderismo pues incluso llevaban deportivas. Como la lluvia seguía y no parecía querer parar, nos acabamos metiendo todos dentro de la tea-house, con el señor que la atendía, el guía y los chicos indios. Ya empezamos a tener una animada conversación con ellos y a disfrutar de la experiencia, cuando empezó a dejar de llover. Vaya, habría sido divertido dormir allí, toda una experiencia, que ya casi pensaba que íbamos a vivir. El guía comenzó a meternos prisa para marcharnos, quizás por miedo a que volviera a llover.


Pero lo cierto es que la niebla se empezó a levantar y no parecía que fuera a llover más. Cada vez se dejaban más al descubierto las impresionantes vistas que antes estaban ocultas por la niebla. Yo no quería irme tan rápido porque parecía que se iba a despejar más la niebla, pero el guía erre que erre, que quería irse ya el tío, qué pesado. Yo intenté entretenerle diciendo que íbamos a hacer algunas fotos de las vistas y acercarnos un poco más a ellas, todo esto muy despacio para hacer tiempo.



Ya no le pude hacer esperar mucho más y tuvimos que emprender el camino de regreso que yo desde luego me pensaba tomar con tranquilidad para disfrutar de las vistas. Cada vez se veían más los paisajes y algunas nos paramos cada dos por tres a contemplarlos o a hacer fotos. El guía así no le quedaba más remedio que esperarnos pero a mi me daba igual porque ahora que el tiempo había mejorado no quería correr. Tampoco es que saliera un sal radiante ni nada de eso, todavía seguía un poco nublado, pero ya las vistas estaban casi completamente al descubierto. De repente vimos a los perros lanzarse a la carrera campo a través y vimos que el motivo era un enorme ciervo que andaba por allí. Era increíble cómo corrían los perros detrás de él, pero él fue más rapido y los dejó atrás.


Cuando llegamos a Triund paseamos tranquilamente hasta el refugio mientras hacíamos fotos. Nos esperaba una sopa calentita que los cocineros nos habían preparado, aquello fue todo un detalle. La gente que se quedó en el refugio nos preguntaron por la ruta y nosotros estábamos eufóricos por la experiencia de la que sólo podíamos contar maravillas. Atrás había quedado el frío, la niebla y la pendiente que nos dejó sin aliento durante la subida; contemplar las impresionantes vistas de las montañas compensaba con creces todo esfuerzo realizado y penalidad sufrida.


En menos de una hora empezó a anochecer y los chicos de la agencia nos prepararon un estupendo fuego para calentarnos. Allí estuvimos pasando el rato hasta que nos llamaron para cenar, lo de siempre: arroz, verduras, chapati y unas judias en una salsa.  Cenamos junto al fuego acompañados  por nuestros fieles perros, que esta vez tuvieron  más suerte y pudieron comer algo.

Poco después nos fuimos a dormir a nuestras rústicas habitaciones. Había una cama de matrimonio en cada una y unas colchonetas en el suelo; en total estábamos seis personas por habitación. Esta vez nos proporcionaron sacos de dormir de invierno; menos mal que no se repitió lo de la noche del desierto. Un perro se colocó frente a cada una de las puertas para vigilar; eso sí que era fidelidad.

Al poco tiempo de meternos en la cama llamaron a nuestra puerta. Era Diego para avisarnos de que una silla de plástico se había caído en el fuego y se estaba quemando. Es cierto que poco antes habíamos advertido un gran resplandor que entraba por la ventana pero no supimos de donde venía; ahora ya lo sabíamos. Fue nuestro error dejar aquella silla tan cerca del fuego y marcharnos, pero ya era tarde para lamentaciones, había que apagar el fuego. El pobre Jeffrey (siempre le llaman a él cuando pasan cosas, por qué será) se tuvo que levantar para ayudar a Diego a apagar el fuego. Finalmente lo apagaron y no sucedió nada grave. Tampoco podía haberse producido un incendio porque no había árboles o matorrales cerca.

Por si no fuera poco, algo después mi amiga Marisa que dormía a mi lado, empezó a quejarse por fuertes dolores de estómago. Tuvo que levantarse varias veces a vomitar y la cosa iba de mal en peor. Tuve que llamar al enfermero del grupo (no es que tuviéramos un enfermero oficial, sino que uno de los participantes del viaje daba la casualidad que era enfermero) para ver si podía hacer algo, pero poco podía hacer, así que al final vino a ayudar un chico que conoce muchas terapias alternativas y hace reiki. En definitiva, fue una noche llena de incidentes, y cuando ya pasó todo, yo estaba tan desvelada y tensa, que apenas pude dormir.

Al día siguiente todos los de mi habitación estábamos agotados por la nochecita que habíamos pasado. Yo estaba tan cansada que me preguntaba de dónde sacaría las fuerzas para hacer toda la caminata de vuelta; menos mal que esta vez era de bajada. Nos levantamos a las 6 de la mañana porque queríamos llegar temprano a McLeodganj para intentar ver al Dalai Lama. Estuvimos hablando con unos chicos isralíes la noche anterior que nos contaron que ellos habían tramitado un permiso para poder ver al Dalai Lama que justo en aquellos días estaba dando unas charlas en McLedoganj. Aquello lo consideramos una tremenda suerte y no podíamos desaprovechar la ocasión, así que hablamos con Pankaj y le preguntamos si podíamos salir un poco más temprano para tener tiempo de tramitar nuestro permiso y ver al famoso líder espiritual. Para tramitar el permiso necesitábamos unas fotos tamaño carnet y tendríamos que buscar una tienda donde hacérnoslas. Después teníamos que ir a una oficina a rellenar un formulario, entregar las fotos y pagar unas 10 Rs. A la 1 de la tarde era la charla, así que no teníamos tiempo que perder si queríamos hacer todos aquellos trámites. Yo le pedí a Pankaj levantarnos aún más temprano pero me dijo muy serio que había osos negros en los bosques de la zona y era peligroso adentrarse en ellos cuando había poca luz. Vaya, aquí pasa como en Canadá, que no puedes relajarte haciendo senderismo por los osos.

Comenzamos el descenso, esta vez caminando más deprisa, aunque otra vez divididos en dos grupos según el ritmo. El cielo se estaba nublando peligrosamente aunque yo tenía la esperanza de que llegáramos antes de que lloviera. Por desgracia no fue así y a mitad de camino empezó a llover. Cuando veía a los pobres que estaban subiendo, pena me daban porque el día se les estaba poniendo muy feo. Llegó un momento en que la lluvia se volvió muy fuerte y algunos senderistas que subían nos preguntaban nerviosos cuánto quedaba para llegar a Triund. La respuesta no era muy alentadora pues les quedaban más de dos horas para llegar, así que más de uno se dio media vuelta. Nosotros pensábamos que ya no nos quedaba mucho para llegar a la civilización, pero el camino parecía no terminar nunca. Seguíamos y seguíamos caminando bajo la lluvia que no paró ni un momento, más bien todo lo contrario. Paramos un rato en la última tea house del camino con la esperanza de que amainara, pero la cosa no cambiaba, así que tuvimos que seguir.

Cuando llegamos a la parte del bosque que estaba ya muy cerca del punto de inicio, estábamos totalmente empapados y muertos de frío. El guía nos metió por un atajo que yo no sé si no fue peor porque la gente iba muy despacio por miedo a resbalar en las numerosas piedras del camino. De hecho tuvimos que esperar bajo el techado de una guardería que estaba al final del atajo a unos cuantos que se retrasaron mucho.

Poco después llegamos a la parada de taxis, lugar que recordaba muy bien porque enfrente había un centro de meditación vipassana. Pankaj nos sugirió coger taxis para llegar antes pues estábamos cerca de Bhagsu Nag (donde empezamos la ruta) pero para McLeodganj aún quedaba una caminata. La cosa estaba difícil porque sólo había dos tuk tuks y un taxi, y no cabíamos todos ahí. Conclusión, el guía dijo que los más rápidos bajáramos con él andando y los demás en taxi. Yo me animé muy alegremente a continuar andando, gran error por mi parte, porque con los que iba llevaban tal paso que casi tuve que ir corriendo todo el camino para no quedarme atrás. Aquella rápida bajada me machacó más de lo que pensaba y acabó por cansarme mucho más.

Cuando llegamos a McLeodganj yo estaba agotada, empapada y con un frío que apenas sentía las manos, y encima ahora venía una carrera contrarreloj para hacer todos los trámites del permiso. Por la calle se veían muchos monjes tibetanos, todos con la cabeza rapada y su túnica roja o naranja. Había muchísimos, no paraban de pasar unos tras otros, y además allí apenas había indios, casi todos los lugareños eran tibetanos, era como estar en el Tibet. Seguramente habría más monjes de lo habitual porque estaba el Dalai Lama dando charlas en aquellos días. También se veían muchos occidentales que parecían haber venido a verle, muchos de ellos con un look hippy-espiritual. En ese momento llovía menos y las calles estaban llenas de gente que venían de todas partes a escuchar al famoso líder espiritual; la emoción se palpaba en el aire.


Nos juntamos con los que bajaron en taxi enfrente del templo del Dalai Lama. Preguntamos por la oficina para tramitar el permiso y nos mandaron calle arriba, es decir, por donde habíamos bajado, así que tuvimos que desandar el camino (los que habíamos bajado caminando). Por la calle vimos templos tan bonitos como este.


Al llegar allí vimos que estaba cerrado por ser domingo pero un señor que estaba en la puerta nos dijo que nos acercáramos al templo por si nos podían tramitar el permiso allí mismo, aunque no nos lo aseguraba. Así que vuelta de nuevo al templo, caminando bajo una lluvia que parecía no querer parar, yo llegando ya al límite de mis fuerzas, ya a punto de mandar a la porra la charla del Dalai Lama porque lo que más quería era cambiarme de ropa y descansar. Entramos al templo y dimos unas cuantas vueltas hasta encontrar al señor que tramitaba los permisos. Nos dijo que era posible, así que nos entregó los formularios que teníamos que rellenar y nos dijo que los entregarámos junto con las fotos.

Ahora teníamos que conseguir las fotos pero no habíamos visto ninguna tienda de fotografía. Jeffrey se ofreció a hacernos fotos con su cámara y luego llevarlas a una tienda para imprimirlas. Nos colocamos delante de una pared blanca y allí fuimos pasando uno por uno para ser fotografíados. La verdad que no teníamos el mejor aspecto para una foto, con el pelo empapado y con cara de cansados, pero fue divertido. Jeffrey se fue con Pankaj a buscar una tienda para imprimirlas mientras los demás nos quedamos a tomar algo caliente en una cafetería. Yo empecé a encontrarme muy mal, me sentía débil y mareada, creo que me dio un bajada de azúcar, cosa que no es la primera vez que me pasa. Llevaba mucho tiempo sin comer y había hecho un gran esfuerzo después de una noche sin dormir, así que mi cuerpo me estaba pasando factura. Yo ya empecé a notar que me estaba cogiendo algo, tenía el frío húmedo metido hasta en los huesos, y mis manos tan entumecidas que casi no podía escribir en el formulario. Decidí cambiarme de ropa lo primero, y después me pedí una infusión bien caliente con un trozo de bizcocho (hay que decir que se trataba de una cafetería occidental).

Después de un rato reponiendo fuerzas en la cafetería, yo me recuperé y ya me animé de nuevo a visitar al Dalai Lama. Pankaj y Jeffrey llegaron con nuestras fotos, los pobres super empapados y sin haber podido descansar. Fuimos rápidamente al templo pues ya eran más de la 1 y la charla ya había comenzado. Dejamos primero nuestras mochilas en un puestecillo en la entrada ya que no nos permitían entrar con ellas, y nos dieron ticket con un número para recogerlas luego. Por fin entramos y dentro había cientos de personas colocadas por idiomas, pues la charla era en tibetano y cada uno tenía que conseguir una especie de radio que traducía a su idioma. Preguntamos en la sección de español por las radios, que alquilarlas costaba 50 Rs, y nos dijeron donde las podíamos conseguir. Pero al final, por no dar más vueltas, lo dejamos y fuimos a buscar un sitio. Antes pasamos delante de la sala donde estaba el Dalai Lama, subido a una especie de trono, dando su charla. Frente a él, numerosos monjes budistas escuchaban con atención. Rodeamos la sala y salimos a una especie de terraza, pasando junto a otra sala contigua a la del Dalai donde había más monjes budistas en filas, unos detrás de otros.

Volvimos a entrar dentro y unos guardas nos indicaron hacia donde podíamos sentarnos. Nos metimos entre la gente, pasando por encima como pudimos y llegamos a la sección inglesa, donde había algunos sitios al final. Desde allí no se veía al Dalai Lama directamente, sólo a través de unas pantallas de televisión que pusieron allí. Había unas mujeres inglesas sentadas en un banquito y me hicieron un sitio para que me sentara junto a ellas. La más joven estaba a mi lado y me ofreció su radio por si quería escuchar la traducción en inglés un rato. Cuando fui a devolvérsela, me dijo que siguiera con ella más tiempo porque ya había venido varias veces a escucharle y no le importaba perderse un rato de la charla. La verdad que fue muy amable de su parte. En el rato que estuve escuchando, el Dalai Lama habló del budismo y cómo lo definía, del origen del sufrimiento, de la meditación y de cómo a través de ella podemos alcanzar la paz interior. No recuerdo los detalles pero sí los temás básicos de los que habló. Después de un rato allí sentada, me fui a donde estaba mi amiga Susana que había preferido sentarse enfrente de la sala donde estaba el Dalai para así verle directamente. Pensé que después de haberle escuchado un rato, no estaba demás verle en persona otro rato, porque para verle en una pantalla de televisión igual podía hacerlo desde mi casa.

A las 4 de la tarde salimos de allí aunque la charla no había terminado. Habíamos quedado a esa hora con Pankaj, que no había entrado, para que nos llevara a comer. Algunos prefirieron aprovechar más el tiempo e irse directamente de compras, pero otros no podíamos aguantar más el hambre. Nos llevaron a un restaurante metido en una callecita cerca de un templo budista. Después de un rato esperando, nos trajeron la comida, que debo decir que fue la mejor comida típica india que comí en este viaje. Era más o menos lo de siempre: arroz, verduras, paneer, dhal, varias salsas deliciosas, chapati,… pero esta vez de buena calidad y lo mejor es que apenas picaba. Disfrutamos de lo lindo comiendo aquello, era la merecida recompensa después de todo el esfuerzo realizado.


Después Pankaj nos dijo que teníamos hasta 6.30 para hacer compras. No teníamos mucho tiempo, así que teníamos que aprovecharlo bien. Lo primero y más importante que quería comprar era un cuenco tibetano, y como no era la única, fui con otras que también querían uno a buscarlos. Para ello contamos con la inestimable ayuda de Roberto, un chico del viaje que tenía cuencos y sabía cuáles eran buenos. Entramos en una tienda donde había un chico que aseguraba tener los mejores de la ciudad además de los más económicos. Era indio, no tibetano, y con mucha labia y desparpajo, como buen comerciante que era, siempre diciendo que lo suyo era lo mejor. No teníamos tiempo de comparar con otras tiendas, así que decidimos comprarlos allí. Yo me llevé uno mediano, artesanal (los hay también de máquina que son más baratos pero no tan buenos), sin grabados (con grabados son más caros) y de siete metales (estos son los mejores, pero los hay también de menos metales), que según el chico de la tienda era un cuenco sanador, y Roberto después de tocarlo me aseguró lo mismo. Así que me fui muy contenta con mi cuenco, que me costó 1200 Rs (después de haber regateado), o sea unos 18€, cuando en España un cuenco así podría haber costado mínimo 60€. Los cuencos tibetanos se pueden emplear para equilibrar los chakras, y depende del sonido hay algunos específicos para los chakras inferiores y otros para los superiores. El mío era de sonido más grave que sería para trabajar los chakras inferiores. Pero bueno, no me enrrollo más con este tema que este es un blog de viajes y no esotérico, je, je.

Después fuimos a la carrera a comprar algo más. Me compré unas banderitas tibetanas, unas postales con dibujos budistas muy coloridos y unas etiquetas para coser en la mochila (una con la bandera de la India y otra con el símbolo del Om). Por cierto, al señor de esa tienda le caímos en gracia y nos regaló una foto del Dalai Lama a cada una. Ya no tuvimos tiempo de más, era la hora de quedar para regresar, así que nos íbamos de McLeodganj sin terminar las compras y sin ver los numerosos templos tibetanos que allí había. Lo ideal habría sido haberse quedado a pasar la noche para aprovechar más el tiempo, pero el programa no nos lo permitía. Este es uno de los problemas de viajar con todo organizado, que no puedes improvisar ni hacer cambios de última hora.

Llegamos al campo de Idex algo más tarde de las 8, pero en la cocina nos habían guardado nuestra cena. Después de cenar algunos sugirieron volver a McLeodganj al día siguiente para poder ver más y seguir con las compras. Yo por un lado quería, pero por otro no me apetecía nada darme de nuevo esa paliza de viaje por la carretera llena de curvas, y casi prefería quedarme en Bundla para relajarme y prepararme para la siguiente etapa del viaje. Como coordinadora, me tocó averiguar quién quería volver a McLeodganj y luego pedir en la oficina un taxi para las personas que iban. Yo finalmente decidí no ir, así que le pedí a las amigas que iban que me compraron algunas cosas que no me dio tiempo comprar a mi. Lo que más pena me daba era no haber visto los templos y el museo que allí hay, pero bueno, en otra ocasión. Después de unas cuantas idas y venidas a la oficina para organizar el tema del taxi y poner de acuerdo a los que iban a ir, me retiré a mis aposentos porque estaba con un sueño que me caía.

Al día siguiente me levanté con muy poca energía y no me sentía muy bien. Podría ser que me estuviera acatarrando después de la lluvia que me cayó ayer, pero aún era pronto para saberlo. Ya me disponía a pasar el día tranquilamente en el campo de Idex sin hacer gran cosa, cuando me enteré de que los que no iban a McLeodganj estaban preparando una visita alternativa a un lugar que estaba más cerca. Se trataba de Tashi Jong, una comunidad tibetana que gira alrededor de un monasterio, Khampagar, donde hay unos cien monjes viviendo. Aunque estaba muy cansada, no me quería perderme esta visita que prometía ser muy interesante, así que rápidamente me preparé y me uní al grupo. Cuando bajamos a coger nuestro taxi, nos encontramos al grupo que iba a McLeodganj que aún no habían salido. A ellos les esperaba un viaje bastante más largo.

En menos de media hora llegamos a Tashi Jong y desde el primer momento me encantó. El pueblo es pequeño y muy tranquilo, nada de bocinazos, ruido de motores, música a todo volumen, … el lugar tenía una paz difícil de encontrar en la India. Tashi Jong nació allá por los años 60 durante la invasión china a Tibet. En aquel momento, muchos monjes tibetanos no tuvieron más remedio que exiliarse a los países vecinos si no querían acabar asesinados o en prisión, y también para conservar el legado del budismo tibetano. Gran parte de ellos eligieron estas tierras en el norte de la India, a los pies los Himalaya, para refugiarse de la terrible invasión china. Así fue como el octavo Khamtrul Rinpoche, junto con varios monjes y civiles, huyó a India atravesando los Himalayas, siguiendo su visión de crear una comunidad tradicional tibetana para la perpetuación de su cultura y religión. Lo particular de Tashi Jong y de sus bendiciones es que al ser el segundo monasterio en exilio que se fundó en India (después de Rumtek en Sikkim), fue casa temporal de muchos grandes maestros que también se estaban exiliando y necesitaban asilo hasta restablecer sus monasterios en algún otro sitio.

El taxi nos dejó en la entrada del monasterio y acordamos en que viniera a buscarnos dentro de dos horas. Primero subimos unas escaleras que conducían hasta el interior del centro monástico, al principio de las cuales había un vistoso arco.


Continuamos subiendo las escaleras y llegamos hasta un precioso templo tibetano muy colorido.

Cuando nos acercamos para entrar, vimos a los monjes rezando dentro, así que nos quedamos un rato mirándoles y haciendo fotos. Escuchar sus rezos era impresionante y la ritualística era muy curiosa. Tan pronto hacían unos mudras con las manos, como sacaban unas campanillas que tocaban a la vez o interrumpían los rezos para tocar varios instrumentos como trompetas, trompetillas, caracolas o unas tambores enormes. No conozco los nombres de estos instrumentos, pero me suenan de haberlos visto en algún reportaje. Tengo que decir que cuando tocan todos a la vez se forma un tremendo estruendo que pone la piel de gallina a cualquiera, sin duda es emocionante. El budismo tibetano es llamativo y a nadie deja indiferente, aunque desconozco la simbología de todos estos rituales. Me dio mucha rabia no tener video en mi cámara, pues habría merecido la pena grabarlo. La verdad que para el próximo viaje pienso cambiar de cámara y conseguir una que pueda grabar videos.


Como parecían no terminar con los rezos, decidimos continuar la visita dentro del complejo monástico y volver más tarde al templo para ver si habían terminado y visitarlo por dentro. Recorrimos el recinto y vimos algunos de los edificios que allí había.


Luego salimos a dar una vuelta por el pueblo, que tenía cuatro calles y ya, con sus bonitas vistas del bosque y las montañas. Presenciamos un accidente que nos dejó un tanto traumatizados: el atropello de un perro. No pudimos evitar gritar del susto mientras que los tibetanos que andaban por allí ni se inmutaron. La verdad que tiene gracia la cosa, mira que hemos estado en lugares de India llenos de tráfico y con perros por todas partes que milagrosamente nunca eran atropellados, y aquí que casi no había coches, viene uno y atropella a un desafortundo perro que cruzaba la calle.

Estábamos visitando una tienda de telas tibetanas cuando ocurrió el accidente. No sabemos cómo quedó el perro porque salió corriendo a toda velocidad y se perdió entre los matorrales. Tratamos de olvidarnos de aquello y continuamos nuestro paseo. Encontramos un taller de alfombras donde una señora esta tejiendo una.

Al volver al monasterio, vimos que había una escuela al lado donde entraban y salían niños tibetanos vestidos de monjes. Algunos nos miraban con curiosidad, pero eran mucho más discretos que los niños indios.

Entramos al complejo monástico de nuevo y de camino al templo vimos un montículo de piedras con inscripciones tibetanas, y luego había otras encima de una pared, casi todas rojas con inscripciones blancas.

Continuamos hasta el templo y al llegar vimos que los monjes seguían rezando. Esta vez llevaban unos gorros amarillos muy curiosos. Los miramos un rato más mientras rezaban. Los mantras resultaban hipnotizadores con el ritmo constante de los tambores de fondo; invitaban a quedarse allí meditando. Llegó el momento de volver y como seguían sin terminar, tuvimos que marcharnos sin poder entrar dentro del templo. Aún así, yo creo que la experiencia de haber visto a los monjes rezando supera con creces el haber entrado en el templo vacío.

Me había encantado visitar Thasi Jong, un pueblo tibetano con mucho encanto y una tranquilidad insuperable, mejor que volver a McLeodganj que estaría lleno de gente. En el camino de vuelta me senté al lado del conductor y pude disfrutar de los paisajes y pueblecitos por los que pasamos. La verdad que me hubiera encantado haber pasado más tiempo en aquella zona para disfrutarla más. Esta es la India que a mi más me gusta, la de los pueblos y las montañas.

Llegamos al campo de Idex a la hora de comer y después de la comida teníamos un taller de henna. Como yo tenía que lavar mucha ropa, pensaba pasarme al final del taller, porque una vez que te pintaran las manos con la henna, ya no podían mojarte en un par de horas. En realidad más que taller, era que dos trabajadoras de Idex nos pintaban la henna en las manos o donde quisiéramos. Cuando terminé de lavar la ropa subí a la sala de reuniones donde estaban haciendo el taller pero acababan de terminar. Ajita que estaba allí me dijo que dentro de una hora me lo podría hacer a mi, pero que ahora tenía que ir a no sé donde.

Una hora después fui a buscar a Ajita que me pintó la mano con henna con un poco de prisa porque nos teníamos que ir a ver la fábrica de té de Palampur. Ella nos iba a llevar allí, ya que hace días pedimos al director ir a ver esta fábrica. Habíamos oído que Palampur es famoso por sus plantaciones de de té.

Al llegar a la fábrica de té, un señor nos esperaba para enseñárnosla. El proceso de fabricación del té era el siguiente:

* El secado de las hojas: Se extiende en un tamiz de malla metálica, con ventiladores, donde están expuesta una temperatura de unos 20º, durante 24h.

* La fermentación de las hojas: Se pasa por una máquina que muele las hojas y las extiende para fermentar en una zona más oscura y fría, donde están una media hora.

* El horneado de la materia: Se introducen en unos hornos donde se tuestan las hojas.

* La clasificación de la calidad: Se separa la primera calidad, la segunda y la tercera (donde echan los restos y el polvo de té).

* El empaquetamiento en grandes sacos: Se meten en sacos y ya están listos para ser transportados a donde haga falta.


Fuera hay una pequeña tienda donde se puede comprar el producto, que es de primera o segunda calidad. Costaba unas 150 Rs la caja de 250 gramos de primera calidad (creo que lo llamaban «golden»).

Después de aquello volvimos a Idex para la cena. Los de McLeodganj llegaron cuando ya estábamos acabando de cenar y nos dijeron que no habían tenido mucho tiempo para hacer todo lo que querían. Pudieron visitar un par de templos (incluído el del Dalai Lama), hacer algunas comprillas más y darse un masaje ayurvédico. Al parecer salieron bastante tarde porque hubo una confusión con el taxi y llegaron allí a eso de la una.

Mis amigas y yo teníamos que recoger aquel día los trajes punjabi que nos estaba haciendo el sastre. Yo ya me pasé antes por si estaban, pero el sastre aún los estaba haciendo y me dijo que volviera sobre las 8 de la tarde. Después de cenar fuimos a por ellos y por fin estaban terminados. Nos los estuvimos probando y parecían quedarnos muy bien; el sastre había hecho un buen trabajo. Ya teníamos la ropa india para Diwali!

Así terminaba nuestro tiempo en Himachal donde pudimos disfrutar de la tranquilidad de esta zona rural. Ahora nos teníamos que preparar para adentrarnos de nuevo en el bullicio de la india, Amritsar nos esperaba, y además en pleno Diwali.

Capítulo 5: Punjab: Amritsar y su templo dorado, festival de Diwali y bhangra

El día 25 de octubre salimos por la mañana del campo de Himachal en dirección a un nuevo estado: Punjab, en concreto a la ciudad de Amritsar. El viaje estuvo lleno de incidentes, ya desde el principio. Fuimos dos jeeps (para que nadie se tuviera que sentar en la parte de atrás y acabara mareado) y un minibús. El jeep en el que yo me monté fue el último en salir y el conductor conducía a toda velocidad para tratar de ganar tiempo. Llegó un momento que parecía que el conductor estaba en un rally y no pude evitar llevarme más de un susto durante el trayecto. La carretera llena de curvas no era muy segura como para conducir a aquellas velocidades, y estuve tentada de decírselo pero no me atreví. Paramos en un sitio para juntarnos con los demás vehículos y el minibús (que fue el primero en salir) llegó el último. El conductor de nuestro jeep y el del minibús tuvieron una gran discusión porque al parecer no se habían puesto de acuerdo en la ruta y el del minibús fue por otro lado.

Después de un rato de descanso, volvimos de nuevo a la carretera. Esta vez me cambié al otro jeep, donde iba Pankaj, el coordinador de Idex. Tuve la oportunidad de hablar más con él y conocerle, ya que antes apenas había tenido tiempo de ello. Me contó que era trabajador social y que trabajaba con los niños de las comunidades rurales de Himachal como voluntario, pero para conseguir dinero hacía este trabajo de coordinador para Idex. También era profesor titulado de yoga (hizo un curso de 6 meses en MacLeodganj) y por eso nos dio él las clases. Me contó que Raby, el primer coordinador que tuvimos, era muy amigo suyo, y ambos eran de Himachal.

El siguiente incidente ocurrió cuando paramos a comer. Al parecer uno de los jeep (el del conductor temerario y agresivo con el que fui al principio) tenía una avería, así que mientras comíamos se fueron en el otro jeep a buscar a un mecánico. Esto no nos lo dijeron, así que cuando terminamos de comer nos encontramos con que faltaba un jeep y no estaba Pankaj ni veíamos a los conductores. No teníamos más remedio que esperar y aquella espera duró más de una hora. Ya empezamos a impacientarnos, así que tuve que ir a averiguar que pasaba. Me acerqué al minibús y vi que el conductor estaba tan tranquilo echándose la siesta; era el único que estaba allí. Abrí la puerta y el pobre se despertó sobresaltado. Le pregunté qué pasaba y me dijo lo de la avería. Informé a la gente del asunto y poco después apareció Pankaj con los otros conductores y un mecánico. Tuvimos otro rato de espera mientras el mecánico trataba de solucionar la avería, hasta que finalmente nos informaron de que podíamos seguir.

Ya estábamos en el Punjab y ahora se veían sijs por todas partes, con su barba y su turbante, cada cual de un color. Los sijs son gente alta, fuerte y robusta, y su raza podría ser una mezcla de todos los invasores que han pisado estas tierras. También son famosos por su hospitalidad y generosidad. La base principal de su riqueza es la agricultura, de hecho el Punjab es considerado el granero de la India. Los punjabi son quizás los más aventureros de todos los indios y los que más emigran a otros países (especialmente Canadá, Estados Unidos e Inglaterra).

Pasamos por algunos pueblos y se nos quedaban mirando, más que en ningún otro sitio donde estuvimos en la India. Había muchos campesinos por la carretera que viajaban en grandes grupos sobre un tractor camino de Amritsar. Nos sonreían, nos saludaban y a veces hasta nos perseguían; parecíamos una atracción turística.

En uno de estos pueblos tuvimos un nuevo incidente. Un policía sij (con su turbante por supuesto) paró a nuestro jeep y los otros dos vehículos que iban detrás también se pararon. Se bajaron Pankaj y nuestros conductores para hablar con el policía. Les enseñaron papeles, supongo que serían las licencias y todo eso, y de repente para nuestra sorpresa sacaron dinero para dárselo. El policía cogió el dinero y los dejó ir. Cuando Pankaj volvió al jeep le pregunté que había pasado. Al parecer los policías son muy corruptos en la India y de vez en cuando paran a alguien para pedirle dinero, y no te queda más remedio que dárselo si quieres seguir. Pankaj no estaba muy apenado, supongo porque pagó con dinero de Idex, pero me imagino que no tiene que hacer ninguna gracia a quién le pase.

Continuamos nuestro camino, ya se estaba haciendo tarde y empezaba a oscurecer. Los conductores apretaron con ganas el acelerador y no dudaron en correr para llegar cuanto antes. Terminamos por acostumbrarnos a ver vehículos venir de frente a toda velocidad y esquivarlos en el último momento, y ya no gritábamos como al principio. Pensé que estos conductores tienen que acabar agotados después de un día de conducción por estas carreteras donde se requiere tener tanta concentración y reflejos. Es increíble que no tengan accidentes conduciendo así, pero el caso es que no vi ninguno en todos los recorridos que hicimos por carretera.

Por fin llegamos a Amritsar y nos encontramos inmersos en un tráfico espantoso en el que difícilmente podíamos avanzar. Era una ciudad muy caótica y contaminada, una de las que más de todas las que visitamos, vaya agobio, con lo bien que estábamos en Himachal. Fuimos hasta un parking donde dejamos los vehículos y nos fuimos rápidamente a visitar el famoso Templo Dorado de noche. En la India es conocido como Harmandir Sahib y los sijs lo consideran su templo más sagrado, donde deben peregrinar al menos una vez en la vida.

Después de caminar unos minutos, nos encontramos muy cerca de la entrada, pero para poder entrar había que cumplir una serie de normas. Primero tuvimos que dejar los zapatos y los calcetines en unas consignas cercanas. Desde las consignas había que caminar descalzos por la calle hasta llegar a la entrada del templo. Había una alfombra de esparto sobre la que caminar pero tampoco es que estuviera muy limpia, y además también había gente con zapatos caminando por allí. Aquello nos resultó muy poco higiénico, por si no fuera suficiente quitarnos los zapatos como pasó en otros templos que visitamos anteriormente, aquí había que quitarse también los calcetines. Pero no había otra si queríamos visitar el templo, así que tuvimos que tragarnos los escrúpulos y hacer lo que nos pidieron. Yo tuve la idea de caminar con los calcetines puestos en ese trayecto hasta la entrada pero cuando el guarda de la entrada me vio quitarme los calcetines para entrar, me los quitó diciendo que no estaba permitido pasar con ellos. Yo le dije que no me los iba a poner, que tan sólo irían dentro del bolso, pero ni por esas me dejaron. Me resulto increíble lo fanáticos que se ponen con sus normas y la verdad no podía entender qué problema había en llevar unos calcetines en el bolso. Seguro que la gente se mete con cosas peores en el bolso y ellos ni se enteran porque los bolsos no se registran. Otra de las normas era taparse la cabeza con un pañuelo. Yo cogí uno de los que tenían en la entrada para dejar ya que se me olvidó coger el mío. Tampoco era muy higiénico ponerse un pañuelo que tantos otros se habrían puesto, pero ya me dio igual.

Al entrar en el Templo Dorado me olvidé de todas aquellas inconveniencias muy rápido porque la visión que se presentó ante nosotros era espectacular. No tengo palabras para describir la maravilla de ver aquellos impresionantes edificios iluminados alrededor del estanque central; debo decir que me impresionó más que el Taj Mahal. El templo estaba llenísimos de sijs que venían a rezar y a bañarse en las aguas del estanque. Paseamos entre ellos, y yo no podía resistirme a hacer una foto tras otra. De fondo había una música de acompañamiento, supongo que era algún tipo de música sagrada de los sijs con sus rezos y esas cosas. Todo ello daba un ambiente mágico al lugar y nosotros estábamos extasiados por lo que llegaba a nuestros sentidos. Rápido nos olvidamos del cansancio y del hambre que teníamos y sólo queríamos disfrutar de aquel lugar con tranquilidad. Debimos de estar como una hora y después el guía nos dijo que ya era el momento de ir al hotel, pero que al día siguiente volveríamos para verlo de día.

Cuando llegamos al hotel, que estaba en las afueras de la ciudad, yo aluciné al verlo tan lujoso. A primera vista parecía el mejor hotel de todos los que habíamos estado, pero pronto pude comprobar que las apariencias engañan, y aquí tuvimos nuestro siguiente incidente del día. Empezaron a repartirnos las llaves de las habitaciones y poco a poco todos fueron ubicados. Susana y yo fuimos las últimas en recibir nuestra llave y cuando abrimos la habitación nos dimos cuenta de que tenía demasiada humedad. Tratamos de cambiar la habitación pero en la recepción nos dijeron que no era posible porque ya estaban todas ocupadas. Se lo dijimos a Pankaj para que hiciera algo y al final sí nos cambiaron a otra habitación que también tenía humedad pero no tanto. Al parecer no fuimos las únicas en tener problemas con la habitación; a otros también les pasó y tuvieron que cambiarla.

Luego fuimos a cenar y con todo el jaleo de la habitación yo llegué de las últimas. Casi no quedaba comida cuando llegué al comedor y se lo dije al camarero. Tuve que preguntar hasta tres veces porque no traían la comida y yo ya me moría del hambre. No repusieron de todo, sólo algunas cosas como un arroz de verduras que sabía rarísimo, como a quemado. Otras cosas estaban demasiado picantes e incomibles, total que casi no cené. Me fui bastante cabreada a la cama, y para colmo de males cuando quise darme una ducha antes de dormir, el agua estaba fría. Otras chicas me vinieron a decir que el agua estaba fría y que les dijera algo a los del hotel. Fui a quejarme y en ese momento vi pasar por el pasillo una preciosa ratita. Se lo dije a uno de los limpiadores que no pareció darle importancia a lo de la rata. Poco después cuando hablé cuando hablé con el responsable de la planta, vi en la habitación donde estaba un platito en el suelo con comida. Pensé que tal vez tenían a las ratas como mascotas y les daban de comer. Cuando se lo conté al resto de la gente no salían de su asombro, y algunos de ellos tuvieron la ocasión de comprobarlo cuando salieron al pasillo.

Al día siguiente me levanté con la garganta irritada, parecía que estaba empezando con un catarro. Yo ya lo sospechaba cuando me empapé al bajar de los Himalaya, pero no tuve ningún síntoma claro hasta hoy, así que pensé que me había librado. Pero hoy era día de Diwali y quería celebrarlo por todo lo alto. No permitiría ni que el desastroso hotel ni que el catarro me lo fastidiaran. Susana y yo nos pusimos nuestras mejores galas, los trajes que nos habíamos hecho en el sastre, y Marisa también. Los demás se habían puesto alguna ropa india, pero nadie iba tan conjuntando como nosotras. Además llevábamos bindis, pulseras y la raya del ojo pintada con khol; ya estábamos listas para deslumbrar en el día de Diwali. En el desayuno algunos nos contaron que habían escuchado toda la noche ratas corriendo por el techo, así que al final va a ser verdad que las tienen como mascotas. Nosotras afortunadamente no nos despertamos con semejantes ruidos y dormimos mejor.

Cuando entramos en el Templo Dorado, de nuevo nos sorprendió su increíble belleza, aunque esta vez de día nos mostraba otra cara distinta de la de la noche. Ahora podíamos ver claramente las placas de oro puro que cubren las blancas paredes de mármol del templo y todos los detalles que por la noche permanecían ocultos, aunque entonces hubiera más misticismo y magia.


Estaba lleno de sijs que habían ido al sagrado lugar para rezar y pocos turistas visitándolos. Llamamos muchísimo la atención, y lo que más debía sorprenderles es que algunos de nosotros lleváramos ropas indias.

Se acercaban a nosotros para hacernos fotos y casi siempre querían ponerse con nosotros. Me sorprendía que muchos hombres pedían con ilusión hacer una foto a su hijo con nosotros, como si fuéramos tan importantes, no lo podía entender. Según me dijo el guía, muchos de ellos eran de pueblo y habían venido para el Diwali a Amritsar, así que probablemente no habían visto un turista occidental en su vida. Los chicos jóvenes y los no tan jóvenes no se cortaban un pelo en mirarnos a nosotras descaradamente, hacernos fotos y decirnos lo guapas que éramos. Si se ponían en la foto con nosotras, bien que se arrimaban y te agarraban, aunque sea sólo para el rato de posar. De todas formas, a pesar de todo, eran bastante respetuosos y no estaban en plan acosador ni trataron de sobrepasarse. A veces también mujeres jóvenes y adolescentes nos pedían una foto con ellas, y les hacía mucha ilusión. Pero para nosotros ellos también despertaban nuestra curiosidad y les hacíamos fotos. En general nos parecieron gente muy maja, muy abierta, hospitalaria y alegre; quizás los que más nos gustaron de todos los indios.

Y ahora quería contar un poco sobre los sijs y su religión. Fue fundada en el S. XV por Guru Nanak, y él declaró que Dios es uno solo y que todas las religiones son distintos caminos que conducen a la misma meta. Los sijs también creen en la reencarnación y rechazan del mismo modo la intolerancia del Islam y el sistema de castas del hinduismo. Las enseñanzas de Nanak y de algunos profetas que lo siguieron están contenidas en la biblia de los sijs, llamada Guru Granth. Este libro es la base de todas las ceremonias de la comunidad y en acontecimientos importantes de la vida abren lo abren al azar para recibir un mensaje. Cuando los sijs entran al templo o gurudwara, se acercan al libro al libro y se arrodillan hasta tocar la frente con el suelo. Dejan un donativo y pueden sentarse un rato a rezar, y se les ofrece como bendición algún dulce. Yo esto ya lo hice en el gurudwara de Madrid con nuestro amigo punjabi Deepak que nos llevó allí.


Había una larga cola para entrar en el edificio principal del templo, donde estaba el original del libro sagrado, así que desistimos de entrar allí porque no teníamos mucho tiempo. Había peregrinos bañándose en las aguas sagradas y otros rezando junto a un árbol sagrado o en otras salas. El ambiente que allí se respiraba era de paz, armonía y cordialidad, y eso nos llegó a todos nosotros. Sin quererlo acabamos sonriendo constantemente pues nos sentíamos tan bien allí y la gente nos acogió también, que era inevitable.


Si hay algo que identifique a un sij es su enorme sentido de solidaridad, pues en los templos ofrecen comida gratuitamente a los visitantes, y además son muy tolerantes con gente de toda cultura y religión. Todo el mundo es bienvenido en el templo sij y todos son tratados por igual, sin distinciones. Pasamos por el sitio donde estaba la cocina y allí se veía mucha gente ayudando y otros esperando para recibir su comida.

Sin embargo, este maravilloso templo también ha vivido sus tragedias pues fue el escenario de un tiroteo en 1984 en el que murió mucha gente. Al parecer el líder sij Jarnail Singh Bhindranwale y sus seguidores se refugiaron en el templo durante su intentona independentista. La ministra Indira Gandhi ordenó la operación Bluestar para arrestar a los indepentistas y así mandó al ejercito indio asaltar el templo. Para los sijs aquello fue la profanación de su sitio más sagrado. Poco después Indira Gandhi fue asesinada por sus dos guardaespaldas que eran sijs. Después de aquello el templo tuvo que ser reparado y las reparaciones terminaron en 1999 con la ayuda de los donativos de los peregrinos.

Rodeamos el estanque hasta dar la vuelta completa y volver de nuevo a la entrada. Allí nos reunimos todos para marcharnos a nuestra siguiente visita: el parque de Jallianwala Bagh, otro lugar teñido por la tragedia. El 13 de abril de 1919 hubo una manifestiación independentista en este lugar y los soldados ingleses abrieron fuego matando a 319 personas e hiriendo a 1200. Fue una gran masacre que llenó de gran tristeza a Ghandi que por entonces estaba a animando a los indios a luchar (de forma pacífica, eso sí) por la independencia. Hay una pared del parque donde se pueden ver las marcas de las balas que dispararon. Al parecer los sijs fueron los indios que más lucharon por la independencia, y es que había una clase de guerreros que eran muy temidos y respetados. De hecho hoy día estos guerreros visten distintivamente con túnicas azules y vistosos turbantes, y siempre llevan muy orgullosamente su espada o fúsil (son los únicos indios a los que se les permite ir con armas). Aunque parecen muy temibles,  en el temibles, son de lo más amable y aceptaron gustosamente a hacerse fotos con nosotros en el Templo Dorado.


Continuamos la visita en el parque seguidos por un numeroso séquito de jóvenes sijs a los que causábamos gran curiosidad. Estaban empeñados en hacerse fotos con nosotras, y no paraban de reirse y hacerse gestos entre ellos. Cuando parábamos de repente nos encontrábamos rodeados por gran número de ellos, no exagero si digo unos 30 ó 40, aquello llegaba a resultar cómico, parecíamos una atracción de feria. No sé que le dirían a Pankaj, nuestro coordinador, pero el caso es que él no les ponía muy buena cara y les hacía gestos para que se marcharan. El caso es que mucho efecto no tenía porque continuaban siguiéndonos y después se unían otros nuevos. Entramos en una especie de museo con fotos y pinturas de la época en que sucedió el tiroteo en el parque junto con algunas explicaciones. Después de un rato, Pankaj decidió que nos fuéramos ya de allí porque la situación con los sijs que nos perseguían terminó siendo agobiante.


Era la hora de comer y Pankaj nos preguntó donde queríamos ir; por primera vez podíamos elegir el sitio. Pasamos delante de un Domino’s Pizza y todos dijeron sin dudarlo que allí. Necesitábamos un descanso de comida india y su dichoso picante, y como en el hotel la comida no era nada buena, había que aprovechar ahora. Así que entramos en la pizzeria y nos pusimos las botas a comer pizza y pasta. Estaban poniendo música de bhangra y mientras esperábamos no podíamos evitar movernos a su ritmo, lo cual acabó convirtiéndonos de nuevo en el espectáculo para los que estábamos allí. De verdad que aquella sensación de ser el centro de atención no la había tenido tanto como en la India, ni siquiera en Marruecos o en Turquía era para tanto, y dentro de la India, el Punjab era lo más. Claro, que todo cambia cuando se trata de un punjabi viviendo en occidente, pues recordando todos los que vi en Canadá (que eran muchísimos en la zona donde yo vivía) ni me miraban por la calle.

Después de comer, teníamos casi dos horas de tiempo libre antes de marcharnos a la siguiente visita programada. Algunos de nosotros aprovechamos ese rato para volver al Templo Dorado, que nos tenía ya atrapados con su atmósfera mística y la simpatía de sus gentes, y subimos a una especie de terraza que algunos del grupo ya descubrieron antes. Desde allí arriba las vistas eran estupendas, así que aprovechamos para hacer fotos. Se veía la larga cola de gente esperando a entrar para ver el libro sagrado y todos los turbantes de colores entremezclados unos con otros. Como teníamos tiempo, hicimos una meditación de grupo que fue una bonita experiencia para despedirnos del templo y su maravillosa energía.

Después habíamos quedado con Pankaj y el resto de la gente en el parking de ayer para ir a nuestra siguiente visita: Wagah Border, lugar donde está la única carretera para cruzar de India a Pakistán. Pero nosotros lo que íbamos a ver era la famosa ceremonia de la bandera, que se llevaba a cabo cada tarde, a eso de las 16:30. Por el camino, para ir preparándonos para la fiesta que allí nos esperaba, empezamos a cantar. Primero empezamos más tranquilitos cantando mantras, pero después acabamos cantando de todo, y el conductor de Idex ya estaba flipando. El pobre se reía, qué remedio, pero por dentro yo creo que estaba asustado de que acabáramos volviéndonos locos o algo así, sobre todo cuando Virginia metió un tremendo grito inesperado. Bueno, al final, para agradecer su paciencia, le cantamos una canción dedicada a él, en la que decíamos que era el mejor chófer de la India, a lo cual él no paraba de sonreir.Por fin llegamos al lugar donde íbamos a presenciar la famosa ceremonia de la que todavía no teníamos ni idea de cómo sería. Nos bajamos en un sitio a partir del cuál teníamos que continuar andando hasta la frontera. Era curioso ver la cola kilométrica de camiones de alegre colorido que esperaban a que se abriera la frontera al día siguiente para pasar a Pakistán. Llegamos hasta un lugar en el que teníamos que pasar un control de seguridad, a los hombres se lo hacían a la vista pero las mujeres teníamos una habitación con más privacidad. Después de pasar los controles, llegamos a unas gradas donde la gente se iba sentando. Ya estaba todo muy lleno y encontramos algunos sitios en un lateral, aunque otros prefirieron sentarse en el bordillo de la carretera y verlo todo más de cerca.

El lugar estaba rodeado por los soldados de la frontera y la guardia ceremonial que llevaban un curioso abanico rojo sobre su cabeza (también los pakistaníes llevaban un abanico pero de color gris). Esta ceremonia se lleva realizando desde 1959 y supongo que es una forma de mantener cierta cordialidad entre dos países que siempre tuvieron tanto conflicto debido a sus diferentes religiones y a la lucha por el territorio que un día compartieron. La emoción se palpaba en el aire y se veía que el gran espectáculo estaba a punto de comenzar. Primero salieron unas mujeres de la guardia ceremonial pero sin el abanico en la cabeza caminando muy enérgicamente en dirección a la frontera y se pararon muy cerca. Luego hicieron lo mismo unos hombres que sí llevaban el curioso abanico, y se pararon en el mismo lugar. Lanzaron una serie de gritos que sonaban muy agresivos, casi como si quisieran advertir a los pakistaníes: ¡Cuidado, aquí estoy yo! Los soldados pakistaníes hicieron otro tanto de lo mismo.


Aquello era una fiesta tremenda, música a todo volumen y gente de cada bando gritando frenética: Pakistan Zindabad (larga vida a Pakistán) y Jai Hind (larga vida a India). Y entonces empieza el concurso de gritos. Uno de la guardia ceremonial de India empieza a dar un grito al mismo tiempo que uno de la guardia ceremonial de Pakistán. El campeón es el que aguante más tiempo el grito, y esto lo repiten varias veces. Parece una tontería, pero la gente se lo pasaba pipa con aquello, y no paraban de gritar y vitorear cuando ganaba su bando. Después se abre la frontera y sale un guardia ceremonial de cada lado para darse la mano en un gesto que demuestra que ante todo hay cordialidad y respeto entre los dos países.


Luego viene la famosa parte de las banderas. Se bajan las banderas de ambos países y hay un punto en que se cruzan las dos, con todo el simbolismo que eso representa. Después se cierran las puertas y se acaba el espectáculo.


Aquello fue más divertido de lo que esperaba. Yo estaba imaginando que sería algo más serio y solemne, pero todo lo contrario. Con el subidón que teníamos ya sólo queríamos continuar la fiesta en Amritsar y celebrar el Diwali. Por el camino seguimos cantando para desgracia del conductor que debió quedar muy harto de nosotros. Le dijimos que se diera prisa porque queríamos llegar a tiempo para ver los famosos fuegos artificiales del Diwali, y además lo mejor era verlos desde el Templo Dorado.

Al poco rato de llegar a Amritsar comenzamos a oir los fuegos artificiales, así que nos dimos toda la prisa posible para ir al Templo Dorado y verlos. No llegamos a entrar, los vimos desde la entrada del templo y sólo vimos los últimos diez minutos. No se vieron mal aunque supongo que dentro del templo sería mejor.

Después de aquello, fuimos a cenar a un restaurante llamado Punjabi Rasoi, donde había comida tradicional punjabi vegetariana. Allí había quedado con un couchsurfer con el que contacté hace tiempo, un chico punjabi llamado Shera. Llegó cuando estábamos terminando de cenar acompañado de otra couchsurfer alemana. Yo le pregunté si podía llevarnos a algún sitio para bailar y celebrar el Diwali por todo lo alto, pero él me explicó que esta festividad es más familiar y de estar en casa, así que no había tanta fiesta por la calle como yo imaginaba. Vaya, qué decepción, yo que pensaba que íbamos a bailar bhangra hasta el amanecer, que aquello iba a ser como la nochevieja y que habría fiesta toda la noche; pues nada más lejos de la realidad.

Diwali es una fiesta religiosa conocida también como el «festival de las luces», que celebran miembros de varias religiones en India, como el hinduismo, sijismo y jainismo. Durante el Diwali la gente estrena nuevas ropas, comparte dulces y hace explotar petardos y fuegos artificiales. Es la entrada del nuevo año hindú (aunque según Shera hay más celebración el día de año nuevo occidental). La divinidad que preside esta festividad es Lakshmi (consorte del dios Vishnu), quien otorga la prosperidad y la riqueza. Se adornan las casas, se abren puertas y ventanas y al atardecer se encienden velas y lámparas de aceite para que la diosa Lakshmi entre en las casas para todo el año. Las familias ponen altares en sus casas con una imagen de Lakshmi a la que se le dan ofrendas y se le recita un mantra especial. Diwali también celebra el regreso del príncipe Rama tras su victoria sobre Ravana, rey de los demonios. Según la leyenda, los habitantes de la ciudad llenaron las murallas y los tejados con lámparas para que Rama pudiera encontrar fácilmente el camino. En definitiva, el símbolo de esta fiesta es el triunfo de la luz sobre la oscuridad.

Salimos con ellos a la calle para dar una vuelta con Shera, aunque algunos decidieron coger ya un taxi para volver al hotel. Yo por la calle no recuerdo haber visto velitas, pero es que estábamos bastante nerviosos tratando de esquivar los numerosos petardos que estaba tirando a diestro y siniestro. Shera nos quería enseñar una famosa tienda de dulces típicos pero cuando llegamos allí estaba cerrada, así que continuamos caminando. Los jóvenes punjabi nos comenzaron a seguir como pasó durante el día y algunos tiraron petardos cerca de nosotros lo que causó que más de uno saliera despavorido. Cuando conseguimos reunirnos todos, estuvimos hablando de qué hacer pues parecía que sólo dábamos vueltas pero no había ningún sitio donde ir. Shera nos dijo que iba a acompañar a la couchsurfer alemana al hotel y luego se iba a casa. Nosotros le pedimos que nos ayudara a conseguir tuk tuk a buen precio. Después de un rato allí parados, acabamos rodeados por muchísimos jóvenes punjabi que observaban nuestra conversación con Shera y nos hacían fotos. Cada vez venían más, aquello ya empezaba a dar miedo, más vale que no se les ocurriera tirarnos petardos allí mismo.

Por fin conseguimos un tuk tuk y Shera negoció un buen precio con el conductor. Cuando nos montamos en el tuk tuk, me quedé mirando al enorme grupo de jóvenes punjabi que allí habían acudido por nuestra presencia y no pude evitar reirme por lo cómica que resultaba la situación. El camino hasta el hotel fue divertido ya que todo el mundo nos saludaba al pasar y pitaban con mucho escándalo.

Al llegar al hotel no se acaba la diversión como pensábamos. Nos encontramos a un grupito de indios que estaban en la misma entrada celebrando el Diwali. Nos invitaron a unirnos a su celebración y para ellos nos dieron bengalas a todos para encenderlas. Pusieron música a todo volumen en uno de los coches que tenían abiero de par en par. Luego se pusieron a bailar bhangra en círculo y nos animaron a bailar con ellos, de hecho algunos aprovecharon para sacarnos a bailar a algunas de nosotras. Yo aproveché para sacar a relucir los pasos de bhangra que conocía lo cual causó furor y sorpresa entre ellos. Parecían gente con pasta, iban vestidos de occidentales y muy arreglados. Nos contaron que eran el equipo de una película punjabi: una era la productora, otro el director, otro el de la banda sonora, otros los actores, … Una de las actrices nos enseñó algunos pasos que ella hacía en los bailes de la película y nosotras tratamos de imitarla. Nos lo pasamos muy bien y ellos también se lo pasaron de lo lindo con nosotros.

Hubo un momento que dijeron que tenían que marcharse, aunque yo creo que no fue porque quisieran acabar ya la fiesta, me parece que alguien del hotel les dijo que no podían seguir armando escándolo allí mismo. Se despidieron de nosotros felicitándonos el Diwali una vez más. Nos metimos en el hotel con un subidón tremendo, como para irse a dormir, imposible. Nos metimos en una de las habitaciones y allí estuvimos viendo un rato videos de bollywood y riéndonos un rato. Después ya nos fuimos a dormir, serían como las 3 de la mañana.

Al día siguiente habíamos quedado con Shera para visitar un poblado de guerreros sij en las afueras de Amritsar, pero antes teníamos algo de tiempo que aprovechamos para visitar un templo hindú que se llamaba Sri Durgiana Temple, también conocido como el Templo Plateado (por sus puertas labradas en plata). El templo está dedicado a la diosa Durga y es una versión hindú del Templo Dorado. También está situado en un gran estanque en el que se pueden ver imágenes de algunas deidades hindúes. Para entrar aquí también tuvimos que descalzarnos y quitarnos los calcetines muy a nuestro pesar.


Después caminamos hasta el restaurante donde cenamos anoche; allí nos esperaba Shera a las 11. La verdad que las calles por las que caminamos estaban muy sucias y llenas de basura. Amritsar no era precisamente una ciudad bonita, sino caótica, contaminada y ruidosa, y aquello contrastaba con la belleza de su Templo Dorado. Yo de hecho cada vez estaba más afectada por el contaminadísimo aire que allí respiraba y esto no ayuda mucho al catarro que ya estaba padeciendo. De casualidad pasamos por la tienda de dulces que Shera nos recomendó y algunos aprovecharon para hacer compras allí antes de ir al restaurante donde habíamos quedado.


Shera nos llevó en tuk tuk hasta una parada de autobús de donde salía el autobús que nos llevaría al pueblo donde estaban los guerreros sijs. El precio del billete eran tan sólo 10 Rs, una miseria, y había un cobrador que iba pasando uno por uno. El autobús estaba lleno de locales y ningún turista, así al entrar éramos de nuevo la atención de todas las miradas.

Después de unos 15 minutos, Shera nos indicó que nos bajáramos. Allí estaba el templo de los guerreros sij, y ellos allí mismo, viviendo en un poblado junto al templo. Shera nos dio una charla introductoria sobre los guerreros sij y rápidamente muchos de ellos se acercaron para observarnos. Seguro que allí jamás iba ningún turista, así que creo que fue una suerte conocer a Shera y que nos propusiera aquella excursión.


A finales del S. XVII el décimo gurú sij, Gobind Singh, creó una nueva clase de guerreros para defenderse de las crueldades de sus tiránicos gobernantes. Les cambió el apellido por Singh, que significa león, y él también hizo lo mismo. Por eso es un apellido tan común entre los punjabi (parece que todos portaran este apellido). Aquellos elegidos para tan importante misión debían portar cinco símbolos para demostrar su nueva condición:
1. El pelo sin cortar y barba sin afeitar.
2. Peine para mantener los cabellos limpios y en orden.
3. Una pulsera de acero para recordar su misión en la vida.
4. Pantalón corto, que era más práctico que el tradicional faldón.
5. Puñal o espada como arma de defensa y símbolo de libertad.

Shera nos contó que hoy día los más jóvenes se cortan la barba para que no sea tan larga, incluso algunos se la afeitan aunque eso no está muy bien visto por los más tradicionales. Algunos se echan un gel en la barba para recogérsela o se atan un pañuelo para que no les moleste. El pelo siempre debe permanecer largo y recogido en un turbante, pero hay otros arreglos más cómodos y menos aparatosos, como el que llevaba Shera que era una tela negra ajustada y debajo estaba el pelo recogido en un moño hacia delante. Los colores de los turbantes son indiferentes al parecer, aunque el blanco está más asociado al santo y el azul al guerrero. También se prohibió el uso del tabaco y el alcohol pero sobre la comida no hay restricciones por lo que pueden comer carne.

Shera nos habló de un valiente y feroz guerrero sij llamado Baba Deep Singh, que a la edad de 75 años se enfrentó junto con muy pocos de los suyos a un ejército de 20000 mongoles. Durante la batalla le cortaron la cabeza pero como él había prometido que moriría en el Templo Dorado, mantuvo su promesa y continuó luchando con su cabeza sobre la palma de su mano. Consiguió vencer al ejército mongol que no pudieron ante semejante descarga de fuerza y determinación, y después se fue caminando con la cabeza en la mano hasta el Templo Dorado donde por fin pudo descansar en paz. Hay un lugar del templo donde se supone que él dejó su cabeza que es un parkarma de forma octogonal. Si lo hubiera sabido, lo hubiera buscado cuando estuvimos allí, pero hasta ahora no conocía esta leyenda.

Nos adentramos al poblado de los guerreros sij los cuales estaban más que contentos de recibirnos. Posaban para nuestras fotos y algunos también querían posar con nosotros. Aunque aparentaban ser muy temibles con sus armas, luego eran muy cordiales y no se molestaron por tanta foto. La verdad que en sus rostros se notaba que eran guerreros y que venían de un linaje donde generación tras generación habían sido educados para ello. Eran fuertes y robustos, su rostro de duras facciones, y no ocultaban su orgullo por pertenecer a tan importante clase, para ellos un honor que les había correspondido. Criaban y educacaban a sus hijos como guerreros, y ya desde pequeños aprendían a montar a caballo, usar la espada y a luchar según su arte marcial. Aquello del arte marcial me sorprendió, no lo sabía, pero al parecer hacían demostraciones en eventos importantes y era algo espectacular.


Precisamente se estaban preparando para una importante exhibición en una especie de descampado de Amritsar donde iban a simular una batalla. Estaban preparando sus caballos y ellos llevaban sus mejores atuendos con sus armas colgando.


Hicimos fotos de los niños, y como se notaba que aquellos niños eran diferentes. Qué soltura montando a caballo, si hasta se ponían de pie encima del lomo, y algunos estaban vestidos como los adultos. Y cómo nos miraban, desafiantes y sin nada de miedo; ellos llevaban en la sangre que eran guerreros y tenían muy claro cuál era su misión.

Por allí también estaba el jefe del poblado, sentado en una especie de tumbona con varios hombres a su alrededor. Se notaba que era un hombre respetado y los que le rodeaban guardaban las formas, pero nosotros llegamos tan tranquilos hasta él y le pedimos una foto, incluso algunos se hicieron una foto con él. Pero él no se alteró, accedió a ello y permaneció solemne sin perder la compostura.

Estábamos tan emocionados con aquello que no veíamos el momento de marcharnos, aquella era una de las experiencias más memorables del viaje. No hay nada mejor en un viaje que interactuar con las gentes del país, y aquellas eran gentes especiales que era un privilegio conocer en persona. Aquello valía más que visitar cualquier monumento o atracción turística, y además fue algo inesperado, una agradable sorpresa. Shera nos tuvo que llamar porque se estaba haciendo tarde y nos quería enseñar el templo. Allí entraban los guerreros sijs para rezar antes de salir a la exhibición que habían preparado. Nosotros miramos el altar desde fuera, no entramos. Al lado había una habitación donde algunos estaban preparando un lassi de marihuana, cosa que me sorprendió pues eran muy estrictos con el tabaco y el alcohol, a lo mejor no con la marihuana. El lassi es una bebida tradicional india hecha a base de yogurt, y al parecer ellos le añadían marihuna. Más de uno del grupo bromeaba con tomarse uno y cogerse un colocón para todo el día, pero finalmente nadie se atrevió.


Luego Shera nos llevó a los establos donde estaban los caballos, justo enfrente cruzando la calle, aunque allí apenas había caballos porque estaban casi todos camino de la exhibición. Hubo un momento en que Shera, en un gesto rápido, me quitó un bicho de la camiseta, y cuando miré al suelo vi una hormiga negra que parecía común y corriente. Shera me dijo que si esa hormiga me hubiera picado, habría sentido un dolor horrible y su mandíbula se habría quedado clavada en mi piel, y sólo un médico habría podido quitarla. Vaya con las hormiguitas indias, qué peligro tienen, yo no sabía nada de eso.

Después cogimos el autobús de vuelta a Amritsar y nos bajamos en la misma parada donde lo cogimos horas antes. Shera nos preguntó donde queríamos ir ahora para coger los tuk tuks. Unos querían volver al hotel y otros al centro, así que pedimos dos tuk tuks. Yo iba en el del centro porque quería dar una vuelta por el mercado por si compraba algo antes de volver al hotel. Cuando llegamos al centro nos despedimos de Shera y nos fuimos a buscar el mercado.

Sólo encontramos una calle con algunas tiendas y no nos convenció demasiado, así que nos preguntábamos si aquel sería realmente el mercado de Amritsar. No compramos mucho y ya empezamos a tener hambre, y como ya no nos daba tiempo llegar a la comida del hotel, decidimos ir al restaurante punjabi donde estuvimos anoche. Al entrar vaya sorpresa, nos encontramos a Shera que estaba comiendo con un amigo. Nos presentó a su amigo, que era sij y más tradicional que él por como llevaba la barba y el turbante, pero curiosamente vivía en Australia y tenía el típico acento australiano lo cual resultaba bastante chocante.

Pedimos para comer arroz palau con coco y frutos secos, que algunos pidieron la noche anterior y yo me quedé con las ganas, aunque sí pude probarlo y estaba buenísimo. Además no estaba nada picante, así que lo disfruté muchísimo, mejor que haber comido en el hotel aunque aquí hubiéramos tenido que pagarlo. Estuvimos hablando de los sijs que vivían fuera y este chico (que no recuerdo su nombre) nos habló de su vida en Australia y de su trabajo (resulta que trabajaba en una empresa de medio ambiente). Shera nos contó que quería irse a vivir a Japón porque tenía una novia japonesa y que ya estuvo hace tiempo durante unos meses. Ahora estaba estudiando japonés para irse más preparado. Yo pensé que seguro que en Japón no encontraría casi ningún punjabi pues no está entre los destinos habituales de ellos.

Llegó la hora de marcharse, se estaba haciendo tarde y a las 5 teníamos que salir del hotel para nuestro siguiente destino: una granja en un pueblo de las afueras de Amritsar cuyo dueño pertenecía también a Couchsurfing. Shera nos ayudó a conseguir un tuk tuk a buen precio para ir al hotel y nos despedimos de él y su amigo. Al señor del tuk tuk le costó un poco encontrar el hotel y tuve que preguntar un par de veces, y nosotras ya desesperadas porque se nos hacía tarde. Llegamos a eso de las 16:30 y todavía teníamos que hacer la maleta para llevárnosla a la granja (bueno, en realidad sólo algunos íbamos a dormir allí, el resto volvería a dormir al hotel).

A las cinco de la tarde ya estábamos todos preparados para salir del hotel. Los vehículos de Idex nos llevaron hasta la granja, y aquel sería el último viaje que hacíamos con ellos los que no volvíamos a dormir al hotel. Los que sí volvían al hotel tenían que salir por la mañana temprano a la estación de tren para viajar hasta Delhi, y su viaje a la India se acababa entonces, con una duración de 3 semanas en total. Los que nos quedábamos en la granja continúabamos más tiempo viajando pero ya por nuestra cuenta.

Con cierta dificultad llegamos a la granja (nos perdimos en varias ocasiones porque la carretera estaba mal señalizada y los conductores no conocían el camino). Allí nos esperaba Narinderjit Singh, el couchsurfer y dueño de la granja. Era un señor de unos cincuenta años, sij tradicional con barba y su turbante, y que practicaba a diario la hospitalidad que caracteriza a los sijs acogiendo couchsurfers de todas partes del mundo cada día en su granja-palacio. Digo esto porque aquella no era tan sólo una granja con animales como podéis haber imaginado, él tenía un precioso edificio con habitaciones y una piscina en el centro, y de hecho estaba registrado como alojamiento rural oficial. Tenía también un restaurante donde se servían comidas y tenía cocineros y camareros contratados, además de los que tenían contratados para cuidar los animales, limpiar, atender a los clientes, etc, en fin, era todo un señor sij con un montón de sirvientes y empleados. Al parecer tenía negocios que le iban muy bien y él montó aquella granja como un capricho, para tener la oportunidad de conocer gente de muchos sitios, cosa que le encantaba.


Los seis que nos quedábamos, dejamos nuestro equipaje en las habitaciones reservadas para nosotros. Como íbamos por Couchsurfing no pagábamos nada por dormir allí, pero sí teníamos que pagar las comidas (aunque Idex sí nos pagó la cena de esa noche pues la cambiaron por la del hotel). Ahora teníamos una clase de bhangra y luego los bailarines profesionales actuarían, y esas dos cosas sí las teníamos que pagar, pero el precio no estaba nada mal, creo que fueron unas 300 Rs por persona. Además nos dejaban unos trajes de bhangra para hacer una pequeña actuación con la coreografía que habíamos aprendido. Iba a ser muy divertido.

El problema es que mi catarro iba de mal en peor, y se estaba convirtiendo en un supercatarrazo, de esos que ya te hacen sonarte la nariz una vez tras otra de manera que no puedes dejar el pañuelo ni un momento. Pero no iba a permitir que aquello me fastidiara mi gran noche de bhangra que había estado esperando con tanta ilusión.

Vinieron los bailarines y comenzamos la clase. Nos enseñaron pasos básicos pero nos costó cogerlos y a veces parecía que ya se iban a desesperar. Yo en condiciones normales lo habría hecho mejor, pero estaba demasiado embotada con el catarro y sonarme la nariz constantemente no ayudaba nada.

Después de la clase, nos fueron llamando de dos en dos, una chica por un lado y un chico por otro, para ponernos nuestro traje de bhangra. Aquello se alargó bastante porque no era sólo poner el traje, sino también poner una trenza a las chicas y maquillarlas, y a los chicos el turbante de bhangra que también tiene lo suyo. Fuimos once los que estuvimos en la clase, así que aquello de vestirse duró más de una hora, y luego llegaron Marisa y Miguel, que venían en un taxi de la ciudad, y se animaron a vestirse también, así que fuimos trece en total los que nos disfrazamos. Los trajes de los chicos eran todos iguales, de color morado, pero los de las chicas tenían dos versiones: rojo y amarillo o verde y blanco, ambos con faldas, pero Marisa y yo por ser las útlimas en vestirnos nos tocaron los trajes más chulos, de color marrón anaranjado y rojo brillante con pantalón y túnica con bordados plateados. Bueno, aquí podeís ver las fotos.


Después se vistieron los bailarines y comenzaron su espectáculo habitual. No estuvo mal, pero he visto mejores espectáculos de bhangra en España donde los bailarines no eran indios. El profesor chileno que tuve en Madrid, Sat Atma, los supera con creces, pero bueno, como él pocos hay. A mi parecer a estos bailarines les falta poner más entusiasmo y energía, quizás ya estuvieran de hacer siempre el mismo espectáculo.


A mitad de su espectáculo, salimos nosotros a actuar. Hicimos lo que pudimos porque no nos acordamos de toda la coreografía y al final acabamos más que nada improvisando con los distintos pasos que nos enseñaron. El problema es que durante la clase nos iban cambiando el orden de los pasos cada dos por tres, y así no había quién se aclarase. Pero bueno, salimos del paso más o menos bien, y a ojos del público pareció una buena actuación (o eso nos quisieron hacer creer).

Después de nuestra actuación nos sentamos a cenar, y vaya pedazo de cena que nos metimos. Además teníamos mucho hambre después de tanto baile. Era tipo buffet y podías elegir entre varias cosas: ensalada, arroz, verduras, pollo de distintos tipos, dhal (lentejas), chapaiti, etc. Luego había un helado de postre, que claro, yo no pude tomar, y también té que eso me venía mejor. El espectáculo de bhangra terminó y también cena, y los que tenían que volver al hotel ya se estaban preparando para coger sus taxis. Después de hacer cuentas de lo que tenía que pagar cada uno y de despedirnos, los del grupo de las 3 semanas se subieron a sus taxis, quedándonos el resto medio desolados. Ahora se nos iba a hacer raro ser tan poquitos después de haber estado en un grupo tan grande durante tanto tiempo.

Yo me metí en la cama a dormir con la esperanza de que al día siguiente estuviera mejor del catarro. Menos mal que íbamos a tener un día de relax completo en la granja sin hacer nada y hasta la noche no cogeríamos nuestro tren. Pasé una noche bastante mala, tosiendo, estornudando, sonándome la nariz,… vaya que no dormí mucho. Al día siguiente me levanté la primera y fui a pedir a la cocina una infusión de jenjibre con limón y miel, unos de los remedios caseros que más me gusta para los catarros. Más o menos me hice entender y me la prepararon.


Los demás se fueron levantando a goteo, primero uno, luego otro, y los últimos se levantaron como a las 3 de la tarde, hora en que estábamos ya comiendo los demás. Estuvimos tirados en los sofás del patio casi todo el día, nos echamos una siesta y poco más. Mi catarro iba de mal en peor y ya me empezaba a parecer una gripe, de esas para tirarse en la cama días. Llegaron couchsurfers nuevos y estuvimos hablando con un alemán y una mejicana, que cada uno estaba viajando solo por la India. Luego le pedimos a Narinderjit que nos enseñara su granja y nos llevó a ver los animales: caballos, vacas, camellos y poco más. Ya estaba anocheciendo así que poco pudimos ver.


Luego cenamos antes de irnos a la estación. Había una señora muy maja que trabajaba allí y decidimos regalarle un abanico. Ella se puso muy contenta y nos regaló unas pulseras. Se entristeció mucho cuando le dijimos que nos íbamos esa noche y nos decía que no nos fuéramos. Nos daba unos abrazos tremendos y nos decía que nos quería mucho. Aquello nos sorprendió un montón pues apenas nos conocía, pero es lo que pasa con la gente más humilde, que a veces acogen con todo su corazón al viajero y le dan todo lo que tienen.

Llegó el momento de irnos. Ahora estaban actuando otra vez los bailarines de bhangra y algunos couchsurfers se habían subido al escenario a bailar con ellos. Nos despedimos de Narinderjit y le regalamos un plato de cerámica con Don Quijote y Sancho Panza dibujados. Le hizo mucha ilusión y decidió que nos llevaría él a la estación de tren, y así podía pasar más tiempo con nosotros. Por el camino nos iba contando cosas de que cada cosa que había junto a la carretera, que si una escuela, que si una fábrica de tal o cuál cosa, y cosas así. El hombre se enrrolló a hablar y a contarnos cosas de la zona y también de sus negocios, y yo ya empezaba a temer perder el tren porque iba conduciendo muy despacio. Cuando le pregunté si quedaba mucho para llegar a la estación, debió notar mi preocupación porque me dijo que estuviera tranquila y que teníamos tiempo de sobra.

Cuando llegamos a la estación, aparcó su coche y nos acompañó hasta nuestro tren a Haridwar. A mi me ayudo a llevar mi maleta que era de las que tiene ruedas pero que es un incordio para subir y bajar escaleras. Nos metió en el tren y nos acompañó hasta nuestros asientos, así que nos dejó bien colocaditos y listos para partir. La verdad que se portó muy bien y fue de agradecer su ayuda, pues las estaciones de tren indias son un poco liosas y ahora sin Idex estábamos un poco perdidos. Después nos despedimos, esta vez sí, y se bajó del tren deseándonos buen viaje.

Así se acababa nuestra aventura en Punjab, en concreto Amritsar, un lugar que nos había encantado por su gente y por el maravilloso Templo Dorado, pero no tanto por lo contaminado y sucio que estaba. También terminaba el viaje de Idex de 3 semanas y ahora empezaba una nueva etapa en la que tendríamos que buscarnos la vida en este país en el que todavía éramos muy novatos. Estando acostumbrados a que nos lo hubieran dado todo hecho, ahora sería un reto el viaje por nuestra cuenta, pero también teníamos ganas de probarlo.


Capítulo 6: Rishikesh, capital mundial del yoga

Llegamos a Haridwar el día 29 de octubre a las 7 de la mañana después de una larga noche en el tren. Yo no lo había pasado tan mal teniendo en cuenta la gripe/ catarro que tenía pero tampoco había descansado lo suficiente. Al salir de la estación lo primero que hicimos fue preguntar por el autobús a Rishikesh. Los indios a los que preguntábamos no nos entendían mucho, algunos sólo sonreían y se encogían de hombros. Enseguida numerosos taxistas empezaron a rodearnos para llevarnos ellos en su taxi. Yo estaba demasiado agotada como para ir dando vueltas en busca del autobús y mis compañeros no estaban muy animados a practicar su escaso inglés, total que al final cogimos un taxi. Acordamos pagar 600 Rs al taxista para ir hasta Rishikesh, que entre seis que éramos tocábamos a 100 Rs por cabeza, así que no estaba tan mal.

Yo sólo quería llegar al hotel cuanto antes y meterme en la cama. Estaba muy malita y cuando estás así no tienes ganas de nada. El taxista nos dejó en un sitio donde ya no podía seguir porque había que cruzar un puente para ir a la zona donde estaba nuestro hotel y ese puente es sólo peatonal (bueno, también pasan motos, bicis y vacas). Esta era la zona de Laxman Jhula, la más turística de Rishikesh, quizás donde más se alojan los occidentales. El hotel donde íbamos a quedarnos se llamaba Divya y nos lo recomendó Shera, el couchsurfer punjabi. No teníamos reserva pero esperábamos tener sitio para quedarnos, si no buscaríamos otro. Aunque al principio pensábamos que el taxista quería timarnos, en realidad aquí era donde paraban los taxis. Había una estatua el dios Arjuna acristalada en el centro de una plazoleta.

Yo pensaba que no tendríamos que andar mucho pero estaba equivocada. Para empezar había que bajar unas largas escaleras hasta el puente, y yo que ya estaba al límite de mis fuerzas, acabé tirando la maleta y llorando a lágrima viva. O no sé si también fue la visión del río Ganges lo que hizo saltar mis emociones, lo cual no es de extrañar porque poder tiene mucho. La verdad que no hay nada peor que ponerse enferma cuando viajas, es muy desagradable porque en ese momento sólo quieres estar en tu casa descansando y lo que menos apetece es estar dando vueltas con una maleta en un lugar desconocido. Menos mal que una de mis amigas llevó mi maleta cuando cruzamos el puente y yo mirando las aguas del Ganges me fui tranquilizando y animando un poco más.

Nada más cruzar el puente llegamos a una calle muy animada con la estatua de mi querido Shiva dándonos la bienvenida (no sé por qué pero es mi dios hindú favorito). Había un mercado, primero con puestos callejeros y después con muchas tiendas a ambos lados de la calle. Aunque era temprano la calle ya estaba llena de gente y con mucho bullicio. Preguntamos por el hotel un par de veces y por fin lo encontramos, metido en un callejón cuesta arriba.


El hotel era sencillo y austero, pero estaba limpio y era barato. Preguntamos por tres habitaciones dobles y por suerte tenían tres. Tan sólo costaba 200 Rs cada una, o sea 100 Rs por persona, que en euros viene a ser algo menos de dos. Aquello era un chollo, no podía creer que fuera tan barato; con razón hay occidentales que vienen a la India a pasar largas temporadas por ese precio cualquiera puede pagarse un alojamiento. En cuanto dejamos nuestras cosas fuimos a desayunar a una cafetería tipo occidental que estaba cerca del hotel. Los precios me parecieron bastante caros, casi precio europeo, y no me gustó demasiado además de tener poca variedad. No importaba, teníamos toda una semana para explorar sitios nuevos donde desayunar.

Después de desayunar yo me fui directa al hotel a dormir y mis compañeros se quedaron dando una vuelta. Subí a mi habitación y me metí en la cama, por fin descansar. No tardé mucho en dormirme y tres horas más tarde me desperté al oir que llamaban a mi puerta. Dos de mis amigas venían entusiasmadas por la cantidad de tiendas con ropa muy bonita estilo hippy tirada de precio. No pudieron evitar caer en la tentación y ya hicieron algunas compras. Pero yo hoy no estaba para compras, quizás otro día. Bajamos a comer al restaurante del hotel y comimos nuestro primer thali que estaba buenísimo. Este típico plato indio consiste en una bandeja circular con varias cazuelitas (todo metálico) con arroz, verduras, salsas, dhal, chapati, etc. El dueño del restaurante nos obsequió con una pizza margarita de regalo para animarnos a volver. Allí aparte de las comidas indias, también había comidas occidentales como pizza, pasta, hamburguesas, etc, y como pudimos comprobar más tarde, era lo habitual en todos los restaurantes de Rishikesh.

Luego volví a meterme en la cama mientras mis compañeros se fueron a recorrer Rishikesh. Más tarde, cuando ya estaba oscureciendo, me levanté y me fui a dar un corto paseo por allí cerca antes de cenar. Eso es todo lo que hice en todo el día, pero me había venido bien descansar para reponer fuerzas. Por la noche tosí mucho, cosa que se repitió cada noche que estuve allí, con lo cual nunca pude dormir del tirón. Menos mal que mi amiga Carmen, con quien compartía habitación, tenía unos tapones para los oídos y la suerte de dormir profundamente.

Al día siguiente estaba bastante mejor y más animada para conocer Rishikesh. Fuimos a desayunar a una de las «German bakery» que había allí, donde había muchas cosas occidentales como tostadas, croissants, pasteles, tortilla francesa, pancakes, etc. Para beber había gran variedad y descubrí que tenían infusión de jengibre con limón y miel, lo que en inglés se llamaba «ginger lemon honey», muy buena para los catarros. A partir de entonces se convirtió en mi bebida habitual de cada día, y también de la de la mayoría de mis compañeros.

Después se me ocurrió llamar a un couchsurfer de Rishikesh que era profesor de yoga y médico ayurvédico. Le pregunté si podíamos ir a conocer su instituto holístico y pasar un rato con él. Hoy era domingo y no estaba tan ocupado como otros días, así que accedió a vernos. Su instituto se encontraba cerca del centro de Rishikesh que estaba a unos 5 km de Laxman Jhula, la zona de nuestro hotel. Para llegar allí fue una odisea. Primero cruzamos el puente y al llegar al sitio donde nos dejó el taxi el día anterior, no encontramos ningún taxi que nos llevara a Rishikesh. Nos dijeron que camináramos hacia la carretera y que de camino encontraríamos algunos. Pasaron algunos tuk tuks pero cuando preguntábamos, ninguno nos podía llevar, no sabíamos por qué. Seguimos andando y andando hasta que vimos unos tuk tuks más grandes. Preguntamos a varios de ellos pero nos decían que teníamos que esperar a que se llenaran para salir o si no pagar más dinero. Estuvimos esperando un rato pero no venía gente, así que nos bajamos y seguimos buscando. Una pareja de Delhi nos ofreció compartir un tuk tuk con ellos y así por fin pudimos salir, aunque el precio no fue tan bueno como esperábamos; pagamos 50 Rs por persona (la pareja de Delhi pagaron lo mismo que nosotros pero ellos iban más lejos, a Haridwar, fueron un poco listillos).

Teníamos que bajarnos en el hospital Bhardwaj, ya que muy cerca de allí estaba el instituto del couchsurfer. Se encontraba dentro de una zona residencial muy tranquila en una calle que salía de la carretera principal. Llamamos a la puerta y salió a recibirnos Vivek, el couchsurfer y director del instituto, un señor de unos 40 años muy delgado que desprendía una gran tranquilidad. Le contamos la dificultad que tuvimos en conseguir un tuk tuk para llegar hasta allí, y cuando le dijimos lo que nos costó, nos dijo que nos habían timado pues suele ser 10 Rs por persona.

Nos contó lo que hacían en su instituto y nos dio un folleto con todos los cursos. Había clases de yoga, de medicina y cocina ayurvédica, de reiki y muchas otras artes de sanación. Le comenté sobre el catarro que estaba sufriendo y me dio algunas recomendaciones de alimentos que debía tomar y algún remedio ayurvédico. Nos enseñó su centro y vimos por allí un par de estudiantes, un tanzano que llevaba un par de meses allí y una irlandesa que acaba de llegar. Decía que muchos de sus estudiantes acababan abriendo un centro en su país para enseñar todas estas cosas. Después de un rato, nos despedimos de él y buscamos un sitio para comer.

Cogimos un tuk tuk para volver a Laxman Jhula y esta vez conseguimos el precio correcto de 10 Rs. Caminamos hasta el puente, lo cruzamos y caminamos calle abajo en busca de un restaurante. Encontramos uno llamado Moksha que tenía una terracita y un salón muy chulo con sillones y hasta una cama para echarse la siesta después de comer. Había una gran variedad de comida: india, china, israelí, occidental, etc. Qué bien íbamos a comer todos aquellos días en Rishikesh, desde luego que hambre no pasaríamos.


Más tarde bajamos al río y vimos una pequeña puja que estaban haciendo, pero la principal era en Rama Jhula, donde estaba el otro puente. El resto de la tarde aproveché para hacer mis primeras compras y descubrí que aquello era un vicio. Un montón de ropa hippy de la que a mi me gusta tirada de precio (en España aquella ropa te puede costar cinco veces más).

Al día siguiente, lunes, fuimos a nuestra primera clase de yoga en nuestro hotel. Nuestra profesora que era india, nos encantó. Después del desayuno fuimos caminando a Rama Jhula y tardamos una media hora. Por el camino vimos a varios sadhus, ascetas hindúes o renunciantes, que renuncian a todo lo material o terrenal para llevar una vida espiritual. Muchos sadhus imitan la vida mitológica de Shiva, llevan un tridente simbólico y se pintan tres rayas de ceniza en su frente. Llevan túnicas de color azafrán, que significan que han sido bendecidos con la sangre fértil de Parvati, la consorte de Shiva. Viven de lo que la gente les dona generosamente y dedican casi todo su tiempo a meditar. Por desgracia hoy día ya no te puedes fiar pues algunos sadhus no son verdaderos y aprovechan su apariencia para vivir del cuento. Han descubierto que también pueden obtener dinero de los turistas y no dudan en aprovecharlo.

Al llegar a Rama Jhula me llamó la atención la gran cantidad de peregrinos que allí había. Yo diría que en Laxman Jhula hay más turistas y en Rama Jhula más peregrinos, no sé si será verdad o no, pero eso me pareció. En general Rishikesh atrae numerosos peregrinos porque por allí pasa el sagrado Ganges que nace en las montañas Himalaya no muy lejos de allí. Aquí el río está más limpio que en Varanasi y la vista de las montañas dan gran belleza al lugar.


Cruzamos el puente y visitamos un mercado que había al otro lado. Desde luego que allí había más indios y menos turistas comprando. Luego volvimos a cruzar y fuimos a buscar el famoso ashram Parmarth Niketan, el más grande y quizás el más famoso de todo Rishikesh. Está justo enfrente de donde se hace la puja de la tarde, donde está la gran estatua de Shiva junto al río.


Entramos y nos quedamos maravillados por el paraíso que habían construído allí. Los jardines eran enormes y estaban muy bien cuidados. Había estatuas de dioses, arcos y muchos elementos decorativos. Allí se daban clases de yoga, meditación, reiki, ayurveda, y también se hacían tratamientos. Todo el mundo era bienvenido a quedarse, tanto indios como occidentales, y por 500 Rs por día tenías alojamiento, comidas y acceso a las clases. Pregunté en la recepción y me atendió una señora americana que parecía estar allí de voluntaria. Qué pena no tener más días en Rishikesh, pues de buena gana me habría quedado, aunque de todas formas estaba completo hasta mediados de noviembre. En otra ocasión será, pero en este ashram tengo que intentar quedarme alguna vez.


Luego fuimos al Green Hotel donde nos habían dicho que daba clases el famoso profesor de yoga Surinder Singh, un punjabi que hace años se afincó en Rishikesh para dar clases de yoga. Me lo habían recomendado varias personas que habían estado en Rishikesh un tiempo largo y queríamos probar una de sus clases como fuera. Al final resulta que daba las clases en el hotel de al lado, Raj Hotel, que estaba al lado. Al entrar allí estaba Surinder, hablando con el recepcionista, y le preguntamos si podíamos ir a su clase. La verdad que estábamos un poco cortadas ante su presencia, era un hombre que imponía de verdad, con esa enorme barba y los ojos negros penetrantes. Nos dijo que ya mismo iba a empezar la clase si queríamos ir. La clase de dos horas costaba 150 Rs, o sea menos de 3€, un precio que en España sería imposible de encontrar.

Subimos a la sala de la clase donde había muchísimos estudiantes occidentales y ni un solo indio. La sala era enorme pero ya no había mucho hueco para meternos. Nos metió mucha caña y hubo un momento que dos de nosotras estuvimos a punto de salir de allí, pero aguantamos y mereció la pena. Nos corregía a casi todos, era increíble como era capaz de estar pendiente de todos durante la clase. Nos fuimos contentas de allí, habíamos tenido dos clases de yoga en un solo día.

De camino a Laxman Jhula, fuimos a un centro de masaje ayurvédico que nos recomendó Vivek, el couchsurfer que visitamos el día anterior. Pedimos cita para masaje y estuvimos un rato hablando con el director que parecía un hombre muy experto y honesto. Yo me fiaba porque Vivek nos lo había recomendado porque si no con todos los centros de masaje que hay, vete tú a saber dónde se mete una.

El camino a Laxman Jhula era muy oscuro en la primera parte y nosotras íbamos sin linterna. El director del centro de masajes nos dijo que ese era el camino, pero como no era el mismo porque el que vinimos, más de una vez dudé. Por fin llegamos y buscamos un sitio para cenar. Esta vez elegimos el Little Buda, también llamado Freedom Cafe, un restaurante con vistas increíbles al Ganges. Eso sí, tardaron más de una hora en servirnos la comida, y es que ya podíamos ir acostumbrándonos a que en Rishikesh todo se lo tomaban con mucha tranquilidad.

El martes hicimos rafting en el Ganges cuatro de nosotros. Había varios niveles para elegir: el de 9 Km que era fácil y duraba 2 horas, el de 16 Km de dificultad media y duraba 3 horas, y los de 25 Km y 36 Km que eran de dificultad alta con una duración de 4 y 6 horas respectivamente. Elegimos hacer el de 16 Km de dificultad media ya que dos del grupo no había hecho rafting nunca y no sabían nadar mucho. Yo ya había hecho rafting en otra ocasión pero fueron aguas muy tranquilas, quizás de grado I. El rafting que hicimos esta vez era de grado III y se notaba, nada que ver con mi experiencia anterior. Pasé miedo porque no esperaba aguas tan bravas, de verdad que la barca salía disparada por los aires y en más de una ocasión pensé que volcábamos. Acabé practicamente empapada, y yo todavía con catarro, así no había forma de curarme. Mis compañeros se tiraron al agua en una ocasión que estábamos parados y sin corriente, pero yo me quedé con las ganas. Paramos en un sitio donde quién quería se podía tirar al agua desde una roca muy alta, pero ninguno de nosotros nos atrevimos a ello. Terminamos en un sitio donde había una playita de arena y allí nos recogieron para llevarnos en coche hasta Rishikesh. No tengo fotos porque ninguno se llevó la cámara por miedo a perderla en las turbulentas aguas.

Ese día comimos en la German bakery que está junto al puente de Laxman Jhula, con unas vistas buenísimas del Ganges y del puente. La comida allí fue exquisita; comí una hamburguesa vegetariana con verduras al vapor, arroz y una salsa buenísima.


Por la tarde fuimos a visitar el orfanato Ramana’s Garden, al que había escrito hace meses para preguntarles si podíamos llevarles donativos. Me pidieron semillas para sembrar en su huerta con la que alimentaban a los niños. Al final pusimos 3€ cada uno para comprar semillas y el dinero que sobrara que lo utilizaran ellos para comprar lo que más necesitasen. El orfanato está en Tapovan, un barrio de Laxman Jhula antes de cruzar el puente. Cuando llegamos estaba oscureciendo y casi no se veía nada. Salió una niña mayor a recibirnos y se fue a llamar a alguien. Entonces apareció una chica española que estaba allí de voluntaria y nos estuvo hablando de su experiencia en el orfanato. Al poco rato llegó la directora, Prabhavati, que se puso muy contenta por nuestra llegada y por los donativos que le dimos. Los niños estaban cenando en ese momento pero después iban a cantar en el kirtan que cada día realizaban a las 7 de la tarde y nos invitaron a unirnos a ellos. Mientras los niños cenaban hablábamos con la voluntaria española que antes había estado en un orfanato de Nepal. Nos contó que le gustaba mucho este sitio y que quería quedarse un tiempo largo. Los niños eran curiosos y se acercaban a preguntarnos cosas. Me di cuenta de que hablaban muy bien inglés, y eso era gracias a los voluntarios extranjeros que allí iban. Eso les iba a ayudar mucho en el futuro para conseguir un buen trabajo, la verdad que tenían suerte de poder estar allí.

Vinieron unos amigos españoles de la voluntaria que estaban viajando dos meses en la India, hablaron un rato con nosotros y luego se marcharon a su hotel. La verdad que viendo a toda esta gente que se quedaba tiempo largo en la India me estaban entrando cada vez más tentaciones de quedarme. La pena es que mi billete de avión era una tarifa barata que no admitía cambios, así que era para pensárselo el comprar un nuevo billete. Fuimos al kirtan y escuchamos a los niños cantar. Había niños de todas las edades, desde 3 años hasta 19. Según nos contó la voluntaria española allí no echaban a los niños cuando alcanzaban la mayoría de edad, sólo cuando ellos iban a estudiar a algún sitio o a trabajar. Cuando llegó el momento de marcharnos nos dijeron que volviéramos en otra ocasión pero de día, para poder ver el sitio. Al final estuvimos tan ocupados que se nos echó el tiempo encima y no pudimos volver. Así que no tengo fotos para poner aquí, una pena, sobre todo por no haber podido pasar más tiempo allí.

El miércoles nos dimos un tremendo madrugón para ir a hacer senderismo. Nos apuntamos a través del hotel y quedamos con el guía en la estatua de Arjuna (nada más cruzar el puente) a las 4:30 de la mañana. La idea era llegar a un templo en las montañas para ver el amanecer con las vistas del Himalaya. Se trata del templo Kunjapuri Devi, situado a 1645 m de altura, a 15 km de distancia de Rishikesh. Fuimos hasta allí en taxi por una carretera llena de curvas que acabó por marearnos a algunos de nosotros (otros tuvieron más suerte y se quedaron dormidos). Al llegar, nos esperaban unas escaleras con cerca de cien escalones; no era lo más alentador después del mareante viaje en coche. Con mucho esfuerzo subimos las escaleras que nos llevaron a las puertas del recinto sagrado. En el centro se encontraba el templo principal, y junto a él una estatua del dios Shiva enrejada.


El guía se acercó al sacerdote que andaba por allí y entró con él al templo. Nosotros nos quedamos esperando a que empezara a amanecer. Se respiraba serenidad y misticismo en el ambiente; cerré mis ojos tratando de meditar por unos minutos. Cuando empezó a amanecer me acerqué a ver las vistas que eran espectaculares.
El guía llegó de rezar en el templo y se puso a hablar con nosotros.

Se llamaba Suri («sol» en hindi) y pronto descubrimos que era muy dicharachero. Era delgado y nervioso, hablaba muy deprisa y a veces costaba entenderle, pero siempre estaba alegre y de buen humor. Nos contó que desde que aprendió inglés se empezó a dedicar a ser a guía turístico y así su situación laboral mejoró. Ahora vivía en Rishikesh pero era de un pueblo de las montañas de por allí y por eso se conocía muchas rutas.

Cuando el sol ya estaba alto y pudimos disfrutar un buen rato de las vistas, empezamos a bajar las escaleras para volver al sitio donde nos había dejado el taxi. Allí había una pequeña tiendecilla donde nos tomamos un chai antes de empezar la ruta de senderismo. El camino salía de la carretera y se metía por los campos. Pronto empezamos a caminar campo a través y pasamos junto algunas casas de campesinos. Luego tomamos un camino más ancho y seguimos por él un buen rato.


Llegamos a un sitio donde había campesinos que trabajaban la tierra de un modo muy tradicional. Nos paramos a saludarles y les hicimos fotos. El guía estuvo un rato hablando un rato con ellos antes de continuar. Pasamos por algunas pequeñas aldeas de campesinos y el guía se paraba a preguntar allí por el camino. Aquello nos preocupó porque parecía que no sabía por donde ir. Nos explicó que en realidad no conocía bien el camino del templo a las cascadas porque casi nunca lo había hecho (al parecer estas excursiones se suelen hacer separadas pero nosotros estábamos enlazando las dos).

El guía cantaba una cancioncilla todo el rato y cuando no lo hacía se ponía a hablar con nosotros animadamente.Todo esto cambió cuando de repente algo le picó en la mano. Se puso a buscar muy preocupado entre los arbustos para ver quién fue el causante de la picadura, pero no lo encontró. Entonces se volvió serio y preocupado, ya no hablaba con nosotros y sólo pensaba en llegar cuanto antes. A cada campesino que nos encontrábamos le enseñaba la mano y le preguntaba. Él tenía miedo de que fuera la picadura de una serpiente venenosa, pero nosotros opinábamos que lo habría notado mucho más y la habría visto.

Ahora íbamos siguiendo un canal de agua y tuvimos que caminar por el bordillo, que era estrecho y con una caída de varios metros al otro lado. Tengo que admitir que tengo un poco de vértigo y aquello no me hacía mucha gracia. Vaya, ayer me tocó enfrentarme a mi miedo a las aguas turbulentas y hoy a las alturas; Rishikesh me estaba poniendo a prueba. El guía seguía serio y preocupado, y nosotros preocupados por él. Lo cierto es que tenía la mano cada vez más hinchada. Como le pasara algo a nuestro guía, a ver cómo volvíamos nosotros que no sabíamos el camino.

Por fin llegamos a las famosas cascadas Neer Garh, a tan sólo 2 km de Rishikesh. En la primera paramos un rato a descansar y alguno incluso aprovechó para darse un baño. Como el guía seguía muy preocupado y con ganas de llegar para que le viera un médico, no nos quedamos mucho rato. Seguimos hasta la siguiente cascada donde había un puentecillo y desde allí pudimos hacer fotos.


Cuando llegamos a la carretera de Rishikesh, había una pequeña oficina del estado donde había que pagar una cuota por haber entrado en zona protegida (pues estábamos dentro de una reserva natural). La oficina era de lo más cutre, estaba sucia y tan sólo había una mesa con unas sillas y una especie de cama con un corcho que hacía de colchón. Allí no había ni ordenador, ni teléfono, ni estanterías con libros, nada de nada. El señor estaba allí sentado y por la taquilla cobraba a los visitantes (que como siempre pagaban más si eran extranjeros). Como el guía entró dentro, nosotros también lo hicimos y pudimos ver así la pintoresca oficina que nada tenía que ver con las que te encuentras en las reservas naturales de países como Canadá, pero esto es la India.


Para volver a Laxman Jhula cogimos un taxi y al bajarnos nos despedimos del guía deseándole que se recuperara de su picadura. Por la tarde teníamos que ir a Rama Jhula para un masaje ayurvédico y también había quedado a las 7 con un couchsurfer que vivía en Rishikesh. Para terminar queríamos acercanos a ver el festival de yoga que tenía lugar aquellos días. Lo hacen todos los años por estas fechas y hay talleres de yoga, ayurveda, etc por el día y actuaciones musicales por la tarde; además es totalmente gratuito, así que había que aprovecharlo.

El masaje estuvo bien pero no fue tanto como esperaba. De todas formas era el primer que me daba, así que no podía comparar. Llegamos a nuestra cita con el couchsurfer un poco más tarde, y allí estaba esperándonos en la puerta del restaurante donde habíamos quedado. Se llamaba Amit y era el director de una organización que se dedica a plantar árboles con las comunidades rurales del Himalaya. Me pareció un proyecto muy interesante y le pedí que nos hablara de él. Le comenté que quizás algún día podría organizar un grupo de voluntarios para ir a ayudar y me dio una tarjeta para que estuviéramos en contacto por si podíamos hacer algún proyecto juntos. Amit era de Bombay pero se cansó de la gran ciudad y dejó todo para venir a vivir a Rishikesh. Encontró un trabajo del gobierno para trabajar con comunidades rurales y luego montó esta organización por su cuenta para ayudar a recuperar el frágil ecosistema del Himalaya.

Nos despedimos de él y fuimos a la actuación de hoy del festival de yoga, pero cuando llegamos ya había terminado. Lo intentaríamos al día siguiente, pero no podíamos irnos sin ver por lo menos una actuación. Luego fuimos caminando hasta Laxman Jhula por el oscuro camino, igual que hicimos el día anterior.

Al llegar a Laxman Jhula escuchamos una música muy alta como de fiesta. La música venía de un edificio muy grande que estaba metido entre los árboles. Le preguntamos a un chico de una tienda y nos dijo que era una boda, y que si queríamos ir seguro que nos dejarían entrar. Bien es sabido lo divertido que son las bodas indias y ahora que teníamos una oportunidad de meternos en una, no la íbamos a perder. Así que para allá nos fuimos y nos colamos en la fiesta. Subimos unas escaleras y allí vimos a un grupito de chicas adolescentes bailando canciones de bollywood que sonaban a todo volumen. Enseguida nos invitaron a unirnos al baile y nos dijeron que las imitáramos. Algunas bailaban muy bien, acompañando con gestos y todo, como en las películas de bollywood, y nosotras tratábamos de seguirlas torpemente. Ellas se rieron mucho y pronto nos convertirmos en la atracción de la fiesta. Cuando quisimos darnos cuenta teníamos a gran parte de los invitados rodeándonos y mirándonos bailar.

Poco después empezó la cena y las chicas nos dijeron que nos quedáramos a cenar. Estuvimos a punto de quedarnos pero no sabíamos si nos sentarían bien aquellas comidas, aparte de que seguro que serían muy picantes. Yo más que nada me desanimé porque me dió por toser otra vez y me dolía la garganta, si no seguro que me habría animado. Las chicas nos cogían de la mano y tiraban de nosotras para llevarnos al comedor y nos suplicaban que por favor nos quedáramos, pero al final dijimos que no y nos fuimos. De todas formas, aunque corto, fue muy divertido y lo pasamos bien.

El jueves fuimos a la clase de yoga del hotel por la mañana. Yo ya estaba muy harta de mi catarro que no se me quitaba y hablé con la profesora de yoga después de la clase para ver si me podía ayudar con sus remedios ayurvédicos. Me dijo que volviera al día siguiente y trajera dos litros de agua mineral para hacer un tratamiento que podría ayudarme a eliminar la infección. Me invitó a desayunar con ella y me preparó una manzana al vapor y un té ayurvédico. Me dijo que durante unos días no tomara nada frito, ni picante, ni harinas, ni arroz blanco, o sea, prácticamente verduras cocidas y poco más. Aquello iba a ser un poco difícil comiendo de restaurante, pero a ver si hoy tenía suerte y comíamos en un restaurante ayurvédico.

Después del desayuno fuimos a Rama Jhula de nuevo para visitar el famoso ashram donde los Beatles pasaron una temporada. Este ashram, que era del yogi Maharishi Mahesh, ahora está abandonado. Allí compusieron algunas de sus canciones más famosas, muchas de las cuales aparecen en el White Album. Al llegar, había un señor en la entrada que nos dijo que sólo nos abriría si pagábamos 50 Rs. Nos pareció mucho pero por más que intentamos regatear él decía que si no pagábamos lo que decía, no nos abriría. El ashram debió ser muy bonito en su momento pero ahora estaba invadido por la vegetación y medio derruido. La verdad que también tenía su encantó, parecía como si estuviéramos visitando unas ruinas en mitad de la selva. Nos metimos por muchos caminillos y recovecos, descubriendo a cada paso algo nuevo. Había unos bungalows de piedra estilo cueva que eran donde la gente se alojaba y también había unos edificios grandes de varias plantas.

Había enormes arañas con sus telarañas colgando de las ramas y también mosquitos que no dudaron en picarnos. Entramos en algunas de las cabañas que tenían unas escaleras para subir a la parte de arriba. Yo, sin saberlo, me metí en la de Jonh Lennon, que es la que tiene el número 9 (lo leí después en la guía). Y allí arriba me hice una foto.


Cuando salimos de allí se me acercó un señor indio que antes había visto dentro. Me preguntó cuánto pagamos por entrar y se lo dije. Él me dijo que nos habían timado, que en realidad no hay que pagar nada, y que los indios no pagan nada por entrar. El señor de la puerta es un guarda que ya tiene su salario por estar al cuidado del sitio pero al parecer no duda en cobrar a los turistas y así sacar dinero. Yo le dije que no nos dio opción, que si no pagábamos no nos dejaba entrar. Él señor indio me dijo que era periodista y que iba a escribir sobre esto en su periódico; veremos a ver si sirve de algo.

Comimos en un restaurante ayurvédico que estaba allí cerca donde cocinaban de maravilla y todo muy sano. Yo pedí un thali riquísimo que tenía arroz, verduras al vapor, dhal, paneer en salsa, chapati y yogurt. De postre pedimos algo delicioso hecho con avena cocida, manzana y frutos secos. Vimos un cartel que anunciaba cursos de cocina ayurvédica en el restaurante; si tuviera más tiempo seguro que me apuntaba. Antes de marchamos le dijimos al camarero que felicitara al cocinero de nuestra parte.


Ahora queríamos ver la famosa puja y ya se estaba haciendo un poco tarde. Llegamos al terminar pero tuve tiempo suficiente para hacer algunas fotos de los monjes de amarillo que allí estaban sentados y escuchar algunos cánticos.

Luego fuimos al festival de yoga y esta vez llegamos antes de que empezara el concierto que era de sitar y tabla. En el concierto apenas había indios, casi todos eran occidentales que estaban allí para el yoga y esas cosas (turistas espirituales como yo les llamo). Al salir nos encontramos con Amit, el couchsurfer, y nos fuimos con él caminando hasta Laxman Jhula (él también vivía allí).

El viernes me levanté a las 7 de la mañana para el tratamiento ayurvédico con la profesora de yoga. Este consistía en calentar el agua, añadir sal y beberla del tirón para luego vomitarla toda. La profesora hizo una demostración en el patio del hotel y me dijo hasta como tenía que vomitar el agua. Por allí pasaron unas turistas que se asustaron pensando que a la profesora le pasaba algo, pero les expliqué la situación y se marcharon. Yo preferí hacerlo en la intimidad, así que me subí mi litro de agua caliente con sal para bebérmela en la habitación. Lo pasé un poquito mal pero luego estaba bien agusto en la clase de yoga y por lo menos en ese rato la tos no me molestó.

Desayuné de nuevo con la profesora y hablamos mucho de la filosofía del yoga. Me contó la historia de su vida, de como dejó su trabajo en una oficina para dedicarse al yoga y al ayurveda cuando su salud empezó a empeorar. Ahora no tenía ninguna posesión, vivía temporalmente en la sala de yoga del hotel, donde tenía sus escasas pertenencias, pero era más feliz que nunca en su vida. No tenía marido, ni quería tenerlo para así poder dedicarse completamente a su camino espiritual. Me pareció una mujer india de las que pocas hay, muy valiente por escoger ese camino que no sería bien visto por gran parte de la sociedad de su país. Incluso curó a su hermano del cáncer que padecía con tratamientos ayurvédicos. La verdad que me daban muchas ganas de quedarme en Rishikesh y aprender más con ella.

Luego me fui a buscar a mis amigos que estaban desayunando en la German bakery. Las vistas del Ganges desde allí eran fabulosas, y estando allí sentada pensé que no quería volver a España, que quería seguir viviendo aquel sueño. Vaya dilema, tenía que pensar si estaba dispuesta a gastarme dinero en un nuevo billete de avión y cómo iba a decirle a mis padres que me quedaba, y además sola, sin amigos. De momento no lo pensaría más, iría a Varanasi con mis amigos y allí tomaría la decisión final.


El resto de la mañana la pasamos de compras y después descubrimos un sitio nuevo para comer que nos encantó y que recomiendo a cualquiera que vaya a Rishikesh: Pyramid Cafe. Para llegar hasta allí había que subir por una calle que salía de la principal y que llevaba hasta el bosque. Seguimos por un sendero hasta llegar a un arco que señalaba la entrada del lugar. Allí estaban las mesitas, en pleno bosque, con los monos por ahí saltando en un árbol cercano y los mosquitos acechando también. Vimos que tenían alojamientos en forma de pirámide que estaban muy chulos. La carta era buenísima y además metían muchas explicaciones interesantes sobre temas de vida sana y natural. Nos gustó tanto que decidimos volver al día siguiente para desayunar.

Por la tarde tuve una clase individual con la profesora de yoga que me estuvo enseñando algunas posturas para mejorar mi problema de espalda. Luego fuimos a acompañar a mi amiga Susana a coger un taxi para ir a la estación de tren. Su vuelo salía al día siguiente al mediodía y por eso tenía que irse a Delhi ya. Los demás teníamos el tren al día siguiente a las 3:30 de la tarde. Lo pasamos un poco mal porque no encontramos ningún taxi y le tuvimos que decir al dueño de un locutorio que llamara a uno. Llamó a varios hasta que por fin uno accedió a venir y tardó bastante, así que Susana se fue con el tiempo un poco justo pero al final llegó bien.

El sábado era nuestro último día en Rishikesh, bueno en realidad sólo teníamos la mañana y ni siquiera completa. Primero fui a una clase que dio la profesora de yoga sobre el uso la neti lota, instrumento usado en ayurveda para la limpieza nasal. Nos dio una a cada uno y estuvimos practicando. No me pude quedar a la clase de yoga porque tenía que hacer la mochila y luego nos fuimos a desayunar al Pyramid Cafe.


A la una de la tarde nos fuimos a buscar un taxi. Esta vez no cruzamos el puente y preguntamos a los todo terreno que estaban cerca del hotel. Estos iban por otro camino a Haridwar y cobraban más pero por otro lado nos ahorrábamos la caminata del puente. Nos pidió 1000 Rs en total y yo le dije que sí pero a cambio de que antes de dejarnos en la estación de tren nos diera una vuelta turística por los principales templos de Haridwar. Aunque al principio no estaba muy convencido, finalmente accedió.

Por esta camino tardábamos más en ir a Haridwar pero los paisajes eran mejores ya que pasábamos por bosque. Al llegar, el taxista hizo lo prometido y estuvimos una hora parando en distintos templos. Incluso nos contaba algunas cosas de algunos de ellos y nos decía cómo se llamaban. Nos quedamos impresionados por los espectaculares templos que allí había, llenos de estatuas de colores por todas partes, y multitud de peregrinos visitándolos. Allí no vimos ni un turista, sólo indios, y allí una se sentía como en la India de verdad, la originaria, no la creada para el turista.

Era la hora de comer y muchos indios estaban comiendo sentados en el suelo cogiendo la comida con los dedos como es la costumbre. Había mucho bullicio, gente por todas partes, y daban ganas de sumergirse en aquel mundo tan diferente, casi salido de un sueño, perderse entre la gente… Pero no había mucho tiempo, sí que seguimos en nuestra ruta visitando más templos.


Llegamos a un templo que parecía la entrada de la casa del terror del parque de atracciones. No había visto nada igual antes, y mira que habíamos visto templos en la India. Nos bajamos a hacer fotos aunque no entramos porque había que descalzarse y no había mucho tiempo. Todos coincidimos en que habría merecido la pena haber dedicado un día completo a Haridwar por todo lo que tenía que ofrecer, pero estábamos tan entusiasmados con Rishikesh que no queríamos irnos.


Después de este templo ya fuimos directos a la estación de tren sin parar en más sitios. Haridwar es una ciudad sagrada para los hindúes y siempre hay muchos peregrinos. Parecía que en aquellos días había alguna clase de festival ya que había carpas y carteles que anunciaban la llegada de un importante gurú. Cerca del río había una estatua de Shiva gigante que esta vez estaba de pie. Es impresionante como adoran a Shiva por estos lugares, y es que Shiva es el dios que ayudó al Ganges a venir a la Tierra.

Había mucho tráfico y el conductor hizo todo lo posible por adelantar porque si no allí nos quedábamos hasta mañana. El aire que se respiraba estaba muy contaminado, el humo que salía de los vehículos era demasiado sucio. De verdad que esto es algo que nunca echaré de menos de la India. Por fin llegamos a la estación y por suerte no tardamos mucho en encontrar nuestro tren. Ahora nos esperaban unas siete horas para llegar a Delhi y así empezar la última etapa de este gran viaje.


Capítulo 7: Varanasi, la ciudad sagrada del Ganges

Llegamos a Delhi sobre las 11 de la noche del día 6 de noviembre, con casi una hora de retraso. Al salir de la estación nos vimos acosados por numerosos taxistas que trataban de convencernos para irnos con ellos. Los precios que nos daban nos parecían elevados y regatear con ellos era complicado porque no estaban dispuestos a bajar. Nos despedimos de Jesús que se tenía que marchar al aeropuerto para coger su vuelo de vuelta a Madrid. Ahora ya sólo quedábamos cuatro: Carmen, Diego, Virginia y yo.

La estancia en Delhi fue una odisea y una pérdida de tiempo también. Me di cuenta de que habría sido mucho mejor haber ido en tren directamente a Varanasi en lugar de ir a Delhi para coger un vuelo allí. Quizás a la vuelta sí era un ahorro de tiempo volver en avión a Delhi pero a la ida fue una pérdida porque tuvimos que pasar una noche allí, además de que supuso un gasto mayor. Os aconsejo que en la India sólo cojáis vuelos si vais de norte al sur, por ejemplo, cuando el tren suponga más de un día de viaje. En fin, muchas veces se planifican mal las cosas en un viaje por despiste y hasta que nos estás en el sitio no te das cuenta.

Fuimos en taxi hasta Main Bazaar Street, una zona de hoteles que recomendaba la Lonely Planet. Como estábamos en la estación de tren de Vieja Delhi nos cobraron 300 Rs para ir hasta allí y no conseguimos bajar el precio. Eso sí, acordamos con el taxista que si el hotel al que pensábamos ir estaba lleno, nos llevaría a otro y no nos soltaría en cualquier sitio de la calle. Cuando llegamos a la zona, ya eran más de las doce, y no me gustó mucho el ambiente de por allí. Nos costó encontrar el hotel donde queríamos ir y cuando por fin lo encontramos, nos dijeron que estaban llenas las habitaciones baratas. Dimos muchas vueltas hasta que encontramos otro a mejor precio y el taxista acabó bastante cabreado con nosotros.

El hotel era un poco cutre pero tampoco estaba tan mal. Los que allí trabajaban nos parecían un poco raros y no nos daban mucha confianza, pero qué remedio. Estábamos cansados y queríamos ir a dormir, aunque antes queríamos cenar algo. Preguntamos en el hotel y uno de los que está de cazaclientes por la calle nos dijo que nos acompañaba a la zona de los restaurantes. Cuando íbamos con el tipo este por la calle, de repente nos ofreció droga y nos asustamos tanto que decidimos regresar al hotel.

Al día siguiente la calle tenía mejor aspecto y descubrimos que estaba llena de tiendas con ropa india muy chula a buen precio. Pero no teníamos tiempo para compras, ni tampoco espacio en las mochilas, así que fuimos directos a desayunar. Después fuimos al hotel a hacer el equipaje y pedimos un taxi para el aeropuerto. Por fin nos fuimos de Delhi, no tenía ninguna gana de volver allí.

En el aeropuerto tardamos bastante en facturar y pasar el control de seguridad, iban muy lentos. La compañía con la viajábamos a Varanasi era Air India. Por fin embarcamos y nos preparamos para el despegue. Nos llamaron la atención los uniformes de las azafatas, eran saris. Hicimos una parada en el aeropuerto de Gaya pero no lo sabíamos y bajamos del avión pensando que estábamos ya en Varanasi. Menos mal que un señor nos dijo que este era otro sitio. Subió más gente, entre ellos un grupo grande de orientales. Quizás habían ido allí para visitar uno de los lugares de peregrinaje del budismo, Bodhgaya, lugar donde se iluminó Buda.

Cuando llegamos a Varanasi de nuevo nos acosaron los taxistas. Vimos que había una oficina del aeropuerto para pedir un taxi y decidimos hacerlo allí porque nos pareció más seguro. El taxi nos costó 600 Rs, una pasta, así que lo de ir en avión a Varanasi nos estaba saliendo bien caro, vamos que en un par de días estábamos gastando más que en toda la semana en Rishikesh prácticamente. Cuando llegamos a la ciudad el taxista nos dijo que no podía llevarnos hasta el hotel que queríamos, que estaba cerca del río, porque los taxis no pueden meterse por esas calles. Además en aquellos días era el festival principal del año y la ciudad estaba llenísima de gente, lo cual dificultaba el tráfico. En definitiva, teníamos que bajarnos en un sitio, ahí coger un tuk tuk que nos dejaría en otro sitio a partir del cual tendríamos que caminar por callejuelas estrechas. El taxista trataba de convencernos para llevarnos a un hotel del centro en lugar de ir al río, que él conocía algunos baratos y buenos, pero insistimos en que no. Ya estábamos muy hartos de que intentaran timarnos y no nos fiábamos de nadie.

Varanasi es la ciudad más sagrada de la India y la más antigua, siendo también una de las más antiguas del mundo. Está situada en las orillas del sagrado río Ganges y según la leyenda el dios Shiva la creó hace miles de años. Además de ser un importante centro religioso y contar con numerosos templos, es también un importante centro artístico.

Nos bajamos en un sitio donde cogimos un tuk tuk. Los cuatro íbamos muy apretados con todo nuestro equipaje encima y teníamos que tener cuidado de que no se cayera y de no caernos nosotros. Fue toda una aventura circular así por las caóticas y atestadas calles de Varanasi. Por fin llegamos al sitio donde se quedaban los tuk tuks y ahora tendríamos que continuar andando. Allí se nos acercó un indio que parecía estar drogado diciendo que él sabía dónde estaba el hotel al que queríamos ir y que nos podría guiar pagándole lo que consideráramos. No teníamos más alternativa, solos nos perderíamos por aquellas laberínticas calles, así que le seguimos. También nos ayudó a llevar parte del equipaje.

Bienvenidos al corazón de la India, la más auténtica y profunda, menos mal que dejamos aquella experiencia para el final. Calles estrechísimas llenas de basura por todas partes, vacas y perros, gente y más gente, caos y malos olores. A veces se hacía realmente complicado transitar por allí con nuestro equipaje, pero tuvimos que hacerlo como buenamente pudimos. Cuando llegamos a Brown Bread Bakery, preguntamos si había sitio en Uma Guest House (eran del mismo dueño). Queríamos quedarnos en este hotel porque habíamos leído en la guía que parte de sus beneficios iban para la ONG Learn for Life que proporciona educación gratuita a los niños pobres de Varanasi. Nos dijeron que estaba lleno pero que había otro hotel del mismo dueño que tenía sitio. El chico que estaba en la puerta nos guió hasta el otro hotel. Nos dijo que era un poco más caro, nos costaría 400 Rs por habitación (el doble que en Rishikesh) pero accedimos porque no teníamos ganas de buscar más.

Seguimos al chico hasta el hotel que se llamaba Rudra Guest House. Estaba metido en un callejón que salía de una calle cercana al río Ganges. Allí estaba el manager del hotel que nos recibió junto con algunos de sus trabajadores. El hotel estaba recién pintado y muy limpio, se notaba que lo habían terminado hace poco. Nos llevaron a nuestras habitaciones que eran bastante más grandes que las que tuvimos en Rishikesh. Mis compañeros fueron a cenar pero yo no me encontraba muy bien de la tripa y sólo bebí agua. Ya desde por la mañana me sentía un poco revuelta pero después de la comida del avión la cosa fue a peor. Poco después empecé a tener diarrea y fiebre, así que me tomé paracetamol y me metí en la cama.


Pasé una noche malísima, levantándome al baño cada dos por tres, así que al día siguiente estaba hecha polvo. Decidí tomarme un antibiótico que había traído para diarreas, pues no estaba dispuesta a quedarme en la cama en los últimos días del viaje. Me preparé una botella de suero oral y eso es todo lo que tomé aquel día.

Uno de los chicos del hotel se puso a hablar con nosotros y nos dijo que quería llevarnos a un famoso astrólogo, un tal Guruji, que había venido a la ciudad para unos pocos días. Dijo que estábamos de suerte porque justo ahora estaba aquí y teníamos que aprovechar para ir a preguntarle cosas. Yo le dije que si no estaba muy lejos iría, pero que en mi situación no podía andar mucho. Me dijo que estaba cerca, y para nuestra sorpresa era la casa que estaba al lado del hotel. Entramos allí y el astrólogo, que vestía una larga túnica, estaba sentado en una silla. Nos enseñó una carta que escribió una chica española que había estado en su consulta sobre él. Por supuesto la carta sólo decía cosas buenas. El famoso astrólogo nos dijo que una consulta completa costaba 2000 Rs, vamos precio occidental, así que aquello no me convenció nada. No sólo el precio no me convenció, a mi no me dio buena impresión, y además yo no me creía que estuviera sólo unos días allí, más bien estaba siempre. El chico del hotel seguro que intentaba llevarle turistas y a cambio conseguir una comisión.

De momento sólo Diego se animó a pedirle una cita, nosotras no lo vimos nada claro. Luego le preguntamos al chico por una librería cuyo dueño era un español que vivía en Varanasi. Queríamos ver si había libros en español a buen precio. El chico la conocía y se ofreció a llevarnos allí. Se llamaba Indica Books y cuando llegamos nos encontramos a varios indios trabajando. Le preguntamos por el dueño pero nos dijeron que estaba en su casa ese día. Nos hubiera gustado haberle conocido y haber hablado con él, pero no pudo ser. Estuvimos más de una hora en la librería. Yo compré un libro en español llamado “Mitos y Leyendas de la India” que de forma muy sencilla explicaba las distintas religiones y filosofías de la India. También compré un libro sobre medicina ayurvédica, pero este era en inglés. Entre los dos me gasté unas 500 Rs, que al cambio no son ni 8€.

Luego fuimos a caminar un poquito al río y bajamos por el ghat Dashashwamedh, que era el más espectacular y famoso de todos, y además teníamos la suerte de que era el más cercano a nuestro hotel. Yo estaba muy débil pero decidí dar un corto paseo y luego volver al hotel a descansar. Caminando por allí se me caían las lágrimas, y es que el Ganges tenía el poder de sacar afuera mis emociones, como ya me pasó en Rishikesh. La verdad que yo estaba bastante desanimada con la gastroenteritis que me entró cuando aún no había terminado de recuperarme del catarro. No aguanté mucho tiempo, así que pronto me volví al hotel para descansar. Ya volvería al día siguiente con la cámara (que no la llevaba en ese momento) y con más energías.

Al día siguiente me encontraba mucho mejor y decidí preguntar al manager si podía llevarme a ver la escuela de la ONG de Learn for Life (en la recepción había un cartel que decía que los clientes del hotel podían visitarla). Carmen ahora estaba mala, con los mismos síntomas que tuve el día anterior, así que se quedó en la cama. La parejita se había ido a desayunar así que decidí hacer esta visita para hacer tiempo hasta que volvieran. Seguí al manager por las intrincadas calles de Varanasi durante unos quince minutos y pensé que si me quedaba allí sola me perdería seguro. Por fin entramos en un edificio viejo y destartalado, subimos unas escaleras y allí había dos aulas donde los niños daban clases. Hice algunas fotos y hablé un poco con las profesoras. Después volví al hotel con el manager.

Como la parejita seguía sin volver, me fui sola a pasear por el río, esta vez con mi cámara. Por primera vez en el viaje me sentí como cuando viajaba sola, visitando un lugar sin ninguna compañía nada más que la mía pero con el aliciente de estar mucho más consciente y despierta, más alerta a todo lo que hay alrededor, sin nada que me distrajera.

Había gente lavándose en el río o lavando ropa, niños jugando, sadhus pidiendo limosna, chicas vendiendo postales a los turistas, chicos tratando de dar conversación para llevarte a alguna tienda de seda o para ofrecerse como guías. Se veían turistas a cada rato, absortos en el río y todo el espectáculo que se montaba a su alrededor, haciendo fotos y contemplando.


Yo llevaba mi traje punjabi con las botas de montaña, algo que no pegaba ni con cola, pero no lo pensé mucho hasta que caí en que esa era la razón de que muchos indios se me quedaran mirando extrañados. Había tirado mis zapatillas de trekking y las botas de montaña era el único calzado que me quedaba, aparte de las chanclas que no me parecían muy seguras para caminar por las sucias calles de Varanasi. Llegué a una zona donde había muchos búfalos de agua en grandes manadas aunque no sé si tendrían dueño pues andaban por allí sueltos.

Al volver, advertí que del otro lado del ghat había un gran escenario con muchas sillas alrededor y más arriba unas gradas. Al parecer había concierto por la noche durante los días del festival. Conseguí un programa y regresé al hotel.


Cuando llegué me encontré a Carmen que seguía en la cama y estaba peor. Al final se tomó también el antibiótico que yo me tomaba porque tampoco quería perderse los últimos días del viaje. Me fui a comer mi primera comida sólida después de dos días sin comer, pero de momento sólo podía comer arroz con verduras hervidas. En el restaurante del hotel me lo prepararon y la verdad que lo hicieron muy bien.

Luego fui a una clase de flauta bansuri en una tienda de música cercana al hotel. Yo toco la flauta dulce, la flauta irlandesa y sobretodo la flauta nativa americana, y no podía irme de la India sin su flauta más tradicional, la bansuri. Como es una flauta difícil de tocar, pensé que no me compensaba comprarla sin dar al menos una clase para aprender lo básico, así que le dije al de la tienda que quería una clase y él llamó al profesor. En la clase tan sólo aprendí a soplar (que es bastante difícil) y la escala que era distinta de las otras flautas que conocía. El profesor me convenció para dar una clase más al día siguiente porque la verdad que con una clase no era suficiente, ni tampoco con dos lo era, pero menos es nada. Cada clase me costaba 250 Rs y duraba una hora; no estaba mal pero yo sabía que a un indio le cobrarían menos.

Después había quedado con un couchsurfer de Varanasi para ir a ver la puja, pero como tardaba mucho, al final tuvimos que irnos sin él. Cuando llegamos al ghat la puja acababa de terminar. Se me acercó un chico indio que me dijo que me había visto por la mañana con el manager del hotel visitando la escuela de la ONG. Me dijo que tuviera cuidado porque aquel hotel no pertenecía a la verdadera Brown Bread Bakery cuyo dueño era un alemán. Los de Rudra Guest House estaban imitando el negocio del alemán y decían que ayudaban a la ONG pero no era cierto, en realidad sólo buscaban enriquecerse. Yo no sabía que pensar, ya no sabía de quién fiarme. Lo cierto es que tiempo después leí en internet que en la misma calle de la Brown Bread Bakery hay otra bakery india que es una imitación y que tratan de hacer creer que ayudan a la ONG pero no es cierto. Me pregunto si quizás el hombre que nos guió el día que llegamos a Varanasi nos llevó a la bakery india y nosotros no nos enteramos. No pude ir otro día a Brown Bread Bakery para comprobar este tema, pero si vuelvo a Varanasi algún vez me gustaría buscar al dueño alemán para preguntarle.

Luego fuimos al concierto de esa noche. Había una actuación de música clásica india y luego actuaron dos hombres que parecían gays, super maquillados, que bailaban kathak, una danza clásica india que a menudo recordaba al flamenco (de hecho dicen que el flamenco en parte viene de esta danza). Nos reimos un montón con los bailarines gays que parecían la versión india de Camilo Sesto uno y el otro la versión india de Bill Murray.

Al llegar al hotel pregunté al que estaba en la recepción (el segundo manager) si había llamado el couchsurfer (llamé desde su móvil). Me dijo que sí pero poco pude entender de lo que me dijo porque el inglés de este hombre era malísimo. Eso era algo que me llamaba la atención de los hoteles de la India, ¿cómo era posible que sus trabajadores apenas hablaran inglés? Prácticamente sólo el primer manager de este hotel hablaba bien inglés, los demás lo hablaban muy mal o directamente no lo hablaban. Lo mismo pasaba en el hotel de Rishikesh y la verdad que era desesperante porque no había forma de comunicarse con ellos. Tuvimos un problema con el agua caliente de nuestra habitación por la mañana y como el manager no estaba nos resultó complicadísimo explicárselo a los chicos del hotel. La verdad que en la India aunque el inglés sea uno de los idiomas oficiales, a la hora de la verdad no lo habla mucha gente, sólo la gente que ha estudiado o los de las castas más altas, pero la gente de a pie, muy pocos.

Luego otra cosa muy graciosa que me pasó en los hoteles fue que a menudo cuando preguntaba a los trabajadores los pillaba con la boca llena de algo y casi no podían hablar. Entonces veía que tenían los dientes rojos y al principio pensé que tenían una enfermedad en las encías. Luego me enteré de que muchos indios mascaban tabaco y por eso se les quedaban los dientes rojos.

Al día siguiente fuimos a Sarnath y para ello pedimos un taxi en el hotel. Nos acompañó el segundo manager del hotel hasta el sitio donde nos esperaba el taxista. Está a 13 km de Varanasi aunque realmente no tuve la sensación de salir de allí porque fuimos atravesando núcleos de población de las afueras de la ciudad hasta llegar a Sarnath. El viaje fue curioso por todo lo que vimos por el camino, los mercados, la gente, las casas, los animales, en definitiva, la bulliciosa vida de la India.

Sarnath es una de las cuatro ciudades santas del budismo, siendo el lugar Buda predicó por primera vez después de iluminarse y allí se creó la primera comunidad budista. El nombre de este lugar significa “señor de los ciervos”, ya que originariamente allí había ciervos y hoy día todavía viven en un parque especial para ellos.

Y ahora quería contar un poco sobre Buda y el origen del budismo. Nació príncipe y su nombre era Gautama Sidhartha. Ante las predicciones de que acabaría convirtiéndose en Buda, su padre trató de encerrarle en su palacio para que eso no sucediera. Le casó con una bella princesa y tuvieron un hijo. Sin embargo, un día dejó el palacio porque aquella vida no le llenaba y se dedicó a la búsqueda espiritual. Viajó en busca de respuestas pero tuvo la intuición de que nadie podía iluminarle el camino. Decidió sentarse a meditar solo debajo de una higuera durante días hasta que se iluminó y se convirtió en Buda. El primer sitio que visitó Buda después de iluminarse fue Sarnath y allí predicó su primer sermón a sus primeros discípulos, sobre una piedra plana en un bosque lleno de ciervos. En la literatura budista este primer sermón se llama “la puesta en marcha de la rueda de la ley” y en recuerdo a esta escena en los monasterios budistas hay un emblema formado por una rueda flanqueada por dos ciervos. Básicamente el budismo dice que el mundo está lleno de sufrimiento y que la causa del sufrimiento son las pasiones humanas y los deseos que hay debajo de ellos, pero si conseguimos eliminar esos deseos, cesará el sufrimiento. En definitiva, el budismo enseña un camino para liberarnos del sufrimiento a través de la eliminación de los deseos.

El primer sitio que visitamos en Sarnath fue Dhamek Stupa, que fue construida por el gran rey Ashoka en el 249 a.C., aunque tuvo que ser reconstruida después. Mide 43 m de altura y 28 m de diámetro, y es quizás la estructura más grande de Sarnath. Esta estupa marca el sitio del bosque de ciervos donde Buda dio su primer sermón. Alrededor de la estupa hay ruinas arqueológicas de antiguos monasterios. Había muchos peregrinos budistas, sobre todo monjes que venían de distintos países asiáticos. Un grupo muy grande de Camboya estaba meditando junto a la estupa y también hay mujeres poniendo velas y rezando.


Lo siguiente que visitamos fue Mulagandhakuti vihara que es un monasterio moderno construido en 1930 con bonitas pinturas de la vida de Buda realizadas por un japonés. Detrás está el parque de ciervos y para entrar hay que pagar unas 5 Rs. No entramos porque no teníamos mucho tiempo.


También visitamos algunos templos budistas de distintos países que había allí: el chino, el tibetano y el tailandés. El tailandés fue el que más nos gustó, con una enorme estatua de Buda. Menos mal que el taxista tuvo el detalle de pararnos allí antes de salir de Sarnath porque este templo estaba lejos del centro y no hubiéramos tenido tiempo de ir caminando.


Al llegar a Varanasi fuimos directos al río para ver la puja, pues era nuestra última oportunidad para verla. Cuando llegamos la gente estaba cogiendo sitio, había muchísima gente. Había barqueros que nos ofrecían montar en su barca para ver la puja de frente pero nosotros preferíamos montar en barca al día siguiente al amanecer que dicen que es lo más bonito. Nos sentamos en un sitio que  no me gustaba mucho porque no íbamos a estar enfrente del espectáculo sino detrás. Así que justo antes de empezar me metí entre la multitud y me coloqué enfrente de las plataformas donde los sacerdotes iban a oficiar la puja. Eso sí, estaba muy cerca del agua y apretujada entre muchos indios. Ya podía tener cuidado de no caerme.


Por fin llegaron los sacerdotes que iban a ofrecer la puja a la diosa Ganga (la del río Ganges) y cada uno se subió a una plataforma. Había siete plataformas para siete sacerdotes y cada una tenía un pequeño altar con varios objetos. Se encienden unas antorchas metálicas (no sé cómo llamarlo) en cada uno de los altares que los sacerdotes alzan en cada una de las direcciones y empiezan a oírse unos cantos devocionales. Hay unas campanas detrás de cada plataforma unidas a una cuerda de las que tiran unos señores que hay detrás para hacer sonarlas. Los sacerdotes hacen sonar unas caracolas para dar comienzo al ritual. A partir de ahí hay una sucesión de distintos objetos que los sacerdotes muestran primero al Ganges y luego a las demás direcciones: candelabros, inciensos, una especie de plumero, un abanico de plumas de pavo real, luego lanzan un puñado de pétalos al aire, y así una cosa tras otra, en un tiempo que no puedo concretar cuánto fue, me pareció largo pero quizás fueron sólo unos minutos. No pensé que aquello iba a ser tan espectacular, yo estaba justo enfrente de los sacerdotes en medio de un montón de indios que de vez en cuando me miraban y me hacían fotos, y yo a su vez no paraba de hacer fotos del ritual aunque muchas me salieron movidas por falta de luz. No podía haber mejor forma de acabar el viaje, que ritual tan bonito y espectacular. Al marcharnos vimos que al lado había otros sacerdotes haciendo lo mismo que todavía no habían terminado.

Después fui a mi segunda y última clase de flauta bansuri. El profesor me dijo que él daba cursos de un mes y me dijo que algún día tenía que apuntarme a uno de sus cursos para aprender más. Me dio su correo y me dijo que si volvía le escribiese. También me dijo que él conocía profesores buenos de flauta bansuri en España, Inglaterra y Francia, por si quería recibir clases allí (aunque sería mucho más caro) y me dijo que le buscase en YouTube donde había videos de él tocando en conciertos.

Volví al hotel para cenar y acostarme. No fuimos al concierto de esa noche porque queríamos madrugar al día siguiente para hacer el paseo en barca. A eso de las 5 de la mañana Diego y Virginia llamaron enérgicamente a nuestra puerta sacándonos de nuestro sueño más profundo. Se levantaron antes de la hora prevista y decidieron bajar ya al río. Nosotras les dijimos que les alcanzábamos más tarde. Al pasar por la recepción antes de salir del hotel, vimos a uno de los chicos que trabajaba en el hotel (uno que era sólo un niño de unos trece años) durmiendo en un sillón. Por desgracia esto es habitual en la India, niños trabajando en hoteles y durmiendo  de cualquier manera en la recepción.

Salimos a la calle y nos sorprendió la gran cantidad de gente que había. Muchos iban hacia el río y otros volvían de él. Bajando las escaleras del ghat observé que había una larga fila de mendigos allí puestos con cuencos metálicos para que los peregrinos les echaran arroz. Poco a poco nos íbamos metiendo entre aquella multitud de peregrinos que no dudaban en empujar y pasar por encima de ti si hacía falta. Me di cuenta de que no íbamos a poder hacer el paseo en barca, primero porque la mayoría de ellas estarían reservadas, y segundo porque era prácticamente imposible llegar a la orilla del río con tanta gente como había. Tuvimos la suerte de encontrar a Diego y a Virginia, lo cual fue casi un milagro con tanta gente como había. Llegó un momento en que yo tuve verdadero miedo de acabar aplastada entre la multitud y les dije a mis compañeros que yo no seguía bajando al río pero ellos decidieron intentarlo. Yo les veía avanzar a duras penas hasta que quedaron atrapados sin poder seguir y empezaron a agobiarse. Se hicieron señas entre ellos para dar media vuelta y entonces me uní a ellos para volver al hotel. Cómo no caímos en la cuenta de que hoy era el día principal del festival, el día con más peregrinos y más aglomeración. Hicimos mal en dejar el paseo en barca para el último día, ahora sería difícil poder hacerlo.

Llegamos al hotel y nos encontramos al segundo manager recién levantado con cara de sueño. Le contamos lo que había pasado y lo tristes que estábamos por habernos perdido el paseo en barca al amanecer. Él nos dijo que hoy era difícil conseguir barca y si la conseguíamos sería mucho más cara de lo habitual. Decidimos ir a desayunar y después volveríamos a intentarlo por si acaso.

Fuimos a desayunar a un sitio donde habían ido Diego y Virginia a comer varias veces. Se trataba de un hotel de lujo con comida muy segura (supongo que se asustaron al ver que Carmen y yo nos pusimos malas). Para ir hasta allí había que andar bastante por una calle ancha pero que hoy estaba llenísima de gente y tardamos más de lo habitual. Por fin llegamos al hotel, pedimos el desayuno y pudimos relajarnos de tanto barullo.

Después del desayuno volvimos al río y ya no había tanta gente. Un barquero se acercó a nosotros y nos ofreció un paseo por 500 Rs en total para 45 minutos, y la barca sería para nosotros solos. Era más caro de lo habitual pero no había otra cosa si queríamos hacer el paseo, y en realidad tuvimos suerte porque otros turistas hoy estaban pagando mucho más. El primer sitio donde nos llevó el barquero era el ghat Manikarnika, que era donde incineraban a los muertos. Allí vimos cadáveres envueltos y colocados uno junto a otro esperando para ser incinerados. El barquero nos dijo que no estaba permitido hacer fotos allí, pero yo de todas formas no pensaba hacerlas, aunque se pudiera. Diego decía que en cualquier momento quizás viéramos trozos de cadáveres flotando en el río, y eso era algo que no me apetecía nada ver. Por suerte al final no los vimos. Dimos media vuelta para regresar al punto de partida.


Yo pensé que era poco y le pedí al barquero que hiciéramos el paseo de una hora en total a lo cual me respondió que no había problema siempre que le pagáramos 100 Rs más. Estuvimos de acuerdo en ello aunque fuéramos más justos de tiempo al aeropuerto.

Durante el recorrido veíamos mucha gente, sobretodo hombres, bañándose con gran alegría en el contaminadísimo río. Ellos ahí estaban, semidesnudos, enjabonándose delante de todo el mundo tan tranquilos, y es que los indios muy pudorosos no son. Y con qué entusiasmo se zambullían en las aguas del Ganges, con lo sucias que estaban, y hasta se lavaban los dientes. Nosotros con una gota que nos entrara, seguro que cogíamos de todo lo peor, pero ellos parecían estar inmunizados. El problema es que al Ganges se vierten aguas residuales directamente y sin tratar, tanto domésticas como industriales, y la carga de bacterias y contaminante que tiene es brutal. En la guía leí que hay un indio que creó una ONG para proteger el Ganges y que presentó un proyecto al gobierno para limpiarlo. Ojalá que consiga realizarlo, de lo contrario este río estará tan contaminado que ya ni los indios se podrán meter en él.

Llegamos al lugar donde terminaba nuestro paseo en barca por el Ganges, una buena forma de terminar nuestra estancia en Varanasi. Además fue un regalo porque pensábamos que ya no íbamos a poder hacerlo.

Cuando llegamos al hotel, preguntamos por nuestro taxi al segundo manager que estaba allí pero nos dijo que él no había pedido nada (cuando antes de irnos a desayunar acordamos con él en que iba a llamar a un taxi). Luego nos dijo que teníamos que pagar y que eran 500 Rs por habitación cada noche. Le dijimos que eso no era lo acordado, que eran 400 Rs. Él se enfadó y escribió 2000 Rs para las cuatro noches en un papel. Nosotros insistimos en que no pagaríamos eso y entonces llamó al primer manager. Este accedió a cobrarnos 400 Rs aunque nos dejó caer que así perdían dinero y que en realidad tendrían que cobrar mucho más.

Como ya no teníamos tiempo de llamar a un taxi, decidimos ir al sitio donde se cogen los tuk tuks y que el niño que trabajaba en el hotel nos guiara. Así le dábamos un dinero que seguro que le venía muy bien. El niño se puso muy contento y además quería llevarnos algo de equipaje. Le dejamos una bolsa aunque nos preocupaba que pesara mucho para él ya que era muy delgadito. El día antes le regalé una cantimplora pero me costó Dios y ayuda que entendiera que era un regalo para él; son como dije antes los problemas del idioma, ya que él no hablaba inglés. Yo esperaba que el dinero que le íbamos a dar ahora lo utilizara para algo útil y no se lo gastara en tabaco de mascar (ya le había pillado muchas veces mascando tabaco). Pero el niño me pareció siempre muy atento, más que cualquier otro trabajador del hotel, y quería ayudarle de alguna forma.

Por fin nos subimos a un tuk tuk, nos despedimos del niño y le pagamos .Se fue muy contento con el dinero, le dimos 100 Rs en total. El viaje hasta el aeropuerto en tuk tuk fue toda una aventura y una divertida forma de acabar el viaje. Tardamos mucho en salir de la ciudad por todo el tráfico que había y el aire se notaba super contaminado.  Yo acabé por ponerme una mascarilla porque era demasiado. Cuando llegamos al aeropuerto el taxista nos dijo que además del precio acordado de 600 Rs había que pagarle no sé qué tasa de parking. Nosotros nos hicimos los locos y no le pagamos más de 600 Rs; él tampoco insistió, supongo porque no era cierto pero lo intentó a ver si colaba. Nos íbamos de la India con la sensación de que querían timarnos todo el tiempo y había que estar siempre alerta para no acabar pagando más de la cuenta (aunque aún así estábamos pagando mucho más que los indios).

Pensamos que llegamos justos de tiempo pero luego hubo un retraso en nuestro vuelo de más de dos horas. Nos dio rabia porque podíamos haber estado más tiempo en Varanasi. Además nos íbamos a perder la puja más espectacular del año y las velitas que iban a poner por todo el río iluminándolo. Además habría actuaciones de música y danza para celebrar el gran festival, hoy día 10 de noviembre. En fin, son cosas que pasan, cuando compras el billete de avión no sabes estos detalles y luego te enteras en el viaje. La verdad que hasta que no llegamos a Varanasi no sabíamos ni que había un festival en esa época.

Por fin salió nuestro vuelo y esta vez fuimos directos a Delhi sin escala como pasó en la ida. A pesar del retraso, tuvimos cuatro horas de espera en el aeropuerto de Delhi. Aprovechamos para pasear por allí y hacer fotos. La verdad que es un aeropuerto de lo más lujoso, no había visto cosa igual en ningún otro país. Había unas tumbonas super cómodas donde la gente dormía mientras esperaba su vuelo. En cuanto pillé una libre me tumbé y me quedé frita hasta que mis amigos tuvieron que despertarme porque estábamos a punto de embarcar.


Así terminaba este apasionante y aventurero viaje  en la India. Finalmente decidí no quedarme, creo que después de Varanasi me cansé tanto que ya no tuve las mismas ganas que en Rishikesh. Pero  seguro que volvería algún día, quizás con más tiempo y en un plan más relajado, y sobretodo quería volver a Rishikesh. A pesar de las cosas malas que vivimos los últimos días, yo me quedaba con lo bueno. La India me había encantado y no me había decepcionado en absoluto. A pesar de sus cosas malas, mi amor por ella estaba por encima de todo.

Selección de fotografías de mi viaje a India

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8 comentarios en “India 2011

  1. Excelente! leyendo cada parte de este maravilloso viaje, llegan a mí los recuerdos y se me eriza la piel porque vuelvo a trasladarme a cada lugar con todos los detalles que describes, maravilloso simplemente.

  2. Hola Belén!!!

    Vaya trabajón que te has metido. Confieso que no me lo he leido entero, pues es bastante extenso. Pero lo haré.

    Enhorabuena por el relato y fotos excelentes. Y gracias por asomarte a mi blog de Naturaleza y Viajes, naturalezayviajes.blogspot.com

    Saludos.

    • Muchas gracias!! Sí, la verdad que me he metido una buena paliza escribiendo este relato, pero India lo merece. Con los demás viajes voy a tener que ser más comedida o de lo contrario no tendré tiempo. Seguiré leyendo tu blog, tiene muy buena pinta. Voy a poner un enlace en el mío.

      Saludos

  3. Impresionante el relato, a la altura de un país tan fascinante como lo es India.
    Como a la mayoría de trotamundos, la India es mi anhelo viajero, mi destino soñado, y cuantas más entradas como ésta leo, más ganas me entran de coger una mochila mañana mismo, marchame -como tú, unos meses- y perderme entre templos, ríos y rituales sagrados. No sabes la envidia (sana, eso sí) que me da el paseo que disfrutaste a solas por Varanasi. No sé cómo encontraste palabras para narrarlo 😛

    ¡Un saludo!

    • Muchísimas gracias por tu comentario! Me alegra que hayas leido y disfrutado leyendo este viaje tan especial para mi. La India es un país que me encanta y al que espero volver en otra ocasión. Este fue el viaje que más tiempo me llevó escribir en el blog ya quería contar cada detalle, cada sensación, cada emoción vivida,… Espero que tú tengas pronto la oportunidad de descubrirlo y nos lo cuentes en tu blog. Seguimos en contacto.
      Un saludo!

  4. Muchas gracias por haber expresado tan extensamente y con estupenda naturalidad tus vivencias en India, por este rato he estado allí, viviendo lo mismo que tu. :). Lo he leído casi entero aunque al final me saltaba líneas ya que se me hace un poco tarde. Soy un enamorado de India de varias veces que he ido y estaría entusiasmado de volver, me encantaría ir a Rishikesh. India me llegó al corazón y escribí lo que sentí en este relato por si quieres verlo.
    Espero que te vaya bien tu empresa de viajes.
    Un saludo, Alejandro.
    http://alejandro-perez-garcia.blogspot.com.es/1995/10/india-un-viaje-hacia-el-corazon.html

    • Hola Alejandro,
      Muchas gracias por tu bonito comentario. Lo leí hace tiempo pero no he podido responder hasta ahora pues estoy super ocupada. Me alegro de que tú sientas por India lo que siento yo, creo que somos muchos los que estamos enamorados de ella. Enhorabuena por haber leído el post hasta el final, sé que me pasé escribiendo, era larguísimo! Y por entonces no se me ocurrió hacer entradas o capítulos diferentes, estaba empezando con el blog. Pues tengo la alegría de comunicarte que voy a India de nuevo muy pronto, dentro de dos meses. Esta vez iré al sur, a la famosa ecoaldea de Auroville, cerca de Chennai. Sólo tres semanas esta vez, más no puedo, pero no me quejo, no pensaba para nada ir este año a India y cosas de la vida, voy a ir. Ya escribiré en el blog mi experiencia allí, no te lo pierdas. He mirado un poco tu blog y me ha gustado, volveré a entrar con más tiempo. Sigue contando tus viajes con tanta pasión y amor como lo haces. Gracias y un saludo, Belén.

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